CAPITULO 3

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Sineto como si alguien me estuviera apretando el corazón con todas sus fuerzas, haciendo que me cueste respirar y haciendo que unas gotas de agua resbalen por mi mejilla, empapando el papel, haciendo que la tinta de aquella pesadilla se corra. Una explosión de sentimientos se produce dentro de mí: rabia, enfado, tristeza... Ya no sé ni como me siento. Tras un largo silencio, que no podía romper por culpa del nudo que se me ha formado en la garganta, mi padre prodece a hablar.
-Meri, hija, por favor, no estés triste. Mira el lado bueno, cuando pasen esas semanas, volveremos a estar juntos, dejaré mi trabajo para poder dedicarme a ti, estaremos sólo tú y yo. Te lo prometo.
¿Me lo promete? ¡¿ME LO PROMETE?!. Ya no le creo. Tengo ganas de explotar, de dejar salir mi rabia, mi furia, mi tristeza y todo lo que me está pudriendo por dentro en estos momentos.

-Toma Meri, en esta bolsa está el dinero que tengo, sólo 1200 pesetas, no tengo más, pero después de mi viaje, obtendré mayor cantidad. También te doy la dirección de un anciano señor que vive a 3 kilómetros. Se ha ofrecido voluntario para ayudarte en tus necesidades y para desplazarte a algún lugar que necesites. Sólo tendrás que escribirle una carta.

Me dice abriéndome la mano, poniendo la bolsa sobre mi palma y cerrándola.

-Te quiero.

Le digo. Me abalanzo sobre él para disfrutar de algo que llevo años sin experimentar, un abrazo de un ser querido. Esa sensación, esa sensación que me vuelve a llenar por dentro, esa sensación que te hace sentir querido por alguien, que te relaja y que te consuela. No logro contener las lágrimas, y por más que quiera contenerlas, exploto. Un llanto sobre el hombro de mi padre, apretando su espalda con mis manos con toda la fuerza del mundo, disfrutando de ese olor a "papá" por unos segundos y secando mis lágrimas en su camisa a cuadros que siempre lleva. Quizás esto sea un "hasta pronto" pero quizás sea un "hasta nunca".

Cuando por fin me relajo y termino de desahogarme, me seco las últimas lágrimas de mis ojos rojos que me estaban nublando la vista y me da un beso en la frente. Me ofrece su mano y sin pensarlo dos veces, la acpeto y bajamos por las escaleras hasta llegar a la puerta. La abre y después de un "te quiero, nos veremos pronto", la cierra. Sin más. Y yo, que me he quedado frente a la puerta, mirándola fijamente, inmóvil, no sé cómo reaccionar. No me queda otra opcción que subir a mi cuarto a respirar hondo y a planear otra vez mi vida sin mi padre.

Hay alguien en casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora