Hay alguien en casa

CAPÍTULO 10

La luz del día y el sonido de los pájaros me ofrecen un agradable amanecer, a pesar de que no he conseguido dormir en toda la noche, pues estaba muy asustada. Me incorporo y giro la cabeza hacia mi mesita de noche, observo la foto en la que estamos mi madre y yo. Sonrío. Bajo y salgo a dar un paseo por el bosque, el aire puro nunca viene mal. Piso hojas y éstas producen un sonido crujiente. Miro hacia atrás, paro de andar, alguien me observa desde la ventana de mi casa, es una mujer con vestido blanco, una mujer muy fea, hasta llega a darme miedo. Me froto los ojos como si lo que viera no fuese real. Pero cuando intento mirarla con mayor precisión, desaparece.
-Meri, tranquila, no hay nadie en casa, solo son alucinaciones.
Me digo a mi misma.
Avanzo, y un perrito blanco se cruza por mi camino. Parece juguetón.
-Hola perrito, ¿Te has perdido? No llevas collar así que eso parece. No te preocupes, yo te llevaré a casa y te daré los cuidados que necesitas. Te llamaré Roque.
El perro salta, con su lengua fuera. Me hace reír. Le acaricio. Doy un paso hacia atrás y piso un palo, lo cojo y lo lanzo a gran distancia. Roque corre hacia él, trayéndolo de vuelta. Tomo la decisión de volver a casa, comienzo a andar y Roque, como un perro muy obediente, me sigue. Abro la puerta y entramos. Voy a la cocina, me subo de puntillas y agarro un cazo de un elevado armario, introduzco algo de comida en él y se lo doy a Roque. Éste come como si no hubiera probado la comida nunca. Más tarde, le ofrezco algo de agua, está sediento. Su ternura de pelo blanco es interrumpida por unas manchas. Está sucio. Salgo a la zona de lavandería, donde cojo un barreño y lo lleno de agua. Roque entra en él y se remoja felizmente en el agua, salpicando por todos lados. Cuando termina, sale, sacudiéndose por completo para retirar el agua sobrante, me moja todo el vestido pero no tengo más remedio que soltar una carcajada.