Belleza en seda

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Emma no había vuelto sino bastante tarde, por lo que también hizo que se levantara más tarde de lo normal. Habiéndose duchado y vestido a la máxima velocidad, salió corriendo de la habitación de invitados que Regina le había adjudicado.

«Hola, Ma»

«Hola chico, ¿dónde está tu madre?»

«Pensaba que estaba contigo» respondió Henry terminando de poner la mesa del desayuno.

Ciertamente no era normal, la Alcaldesa siempre era la primera en levantarse, incluso los fines de semana, y la enfermedad no había cambiado eso. Emma sintió, de repente, una bola en el estómago, enviando a su mente la imagen de Regina retorciéndose de dolor, vomitando las tripas, y subió las escaleras de cuatro en cuatro, entrando en la habitación de la Reina incluso sin llamar.

«¡Por Dios, Emma!» gritó Regina dándose la vuelta sobresaltada, dejando caer al suelo el cepillo que sujetaba en las manos.

Emma vio a la Alcaldesa sentada delante del tocador, el reflejo en el gran espejo dejaba claro que la morena acababa de llorar, lo que encogió el corazón de la rubia.

La sheriff se acercó y se agachó para recoger el objeto cubierto de una espesa capa de cabellos.

«Esto es un desastre» escupió la Reina Malvada intentando arreglar su peinado con sus manos, que se encontraron también llenas de cabellos.

«Shutt, vamos a solucionar eso» intentó calmarla su amiga.

«¿Cómo? ¡Seré el hazmerreír de todo Storybrooke!» se lamentó Regina, escondiendo su desesperación bajo el enfado.

«¡Henry!» llamó Emma, habiéndolo escuchado subir tras ella, también inquieto y quedarse tras la puerta de la habitación de su madre adoptiva esperando saber qué ocurría.

«Ve a buscarme una toalla, la maquinilla eléctrica, una cuchilla de afeitar y la espuma que Killian ha dejado olvidada en mi habitación»

Super, ha traído a su amante manco a mi casa, pensó Regina, frustrada y ligeramente celosa, lo que ella, por supuesto, nunca confesaría. Henry volvió algunos minutos más tarde con todo lo pedido, mientras que Emma había ido a llenar un bañadera de agua y se había colocado tras la espalda de la Alcaldesa.

«¡Ni le ocurra, Miss Swan!» gritó la Reina Malvada, cuando se dio cuenta de lo que la sheriff se disponía a hacer.

«¡Ma, cuidado!» la advirtió Henry cuando vio la bola de fuego que por instinto se había formado en la palma de su madre adoptiva.

«Regina, te dije que íbamos a hacer todo para que te curaras, y cuando dije todo, quería decir absolutamente todo, así que, por favor, confía en mí y quita eso» le dijo la Salvadora con dulzura, pero igualmente con firmeza.

«Pero, ¿qué pintas tendré?»

«Seguirás siendo la mujer más hermosa del mundo, Regina, aunque tu espejo, según lo que cuentan, te diga a veces lo contrario, nadie, me entiendes, nadie podrá igualar tu belleza»

«Ma tiene razón, seguirás siendo la más hermosa, los que dicen lo contrario están celosos» confirmó Henry

Regina los miró a los dos, parándose más tiempo en los ojos esmeraldas, y al no vislumbrar en ellos ninguna mentira, dio su consentimiento con un asentimiento de cabeza, ya que había perdido todas sus palabras ante la intensidad de la mirada compartida. Henry miró, a su vez, a sus madres, algo no era normal y contaba con descubrir ese nuevo misterio.

«Henry, para ti el honor» decretó Emma, confiándole la maquinilla eléctrica que él cogió de modo vacilante, no completamente tranquilo por tener que atentar de esa manera contra la cabellera de su madre.

«Déjale una banda en el centro» le sugirió la rubia, dispuesta ya a improvisar una cresta a la Señora Alcaldesa.

«¡Ni se le ocurra!» se ofuscó ella volviendo a tratarla de usted.

«Mamá, romperías como punk, serías la mamá más guay de todo Storybrooke» afirmó su hijo orgullosamente antes de echarse a reír.

Emma no puedo contenerse por más tiempo e hizo lo mismo. La Reina Malvada les dirigió una mirada furiosa, antes de sorprenderlos dejándose ella también ir en una fuerte carcajada. Emma sacó su móvil de sus pantalones para inmortalizar ese momento.

Algunos selfies más tarde, Emma terminó su trabajo con la cuchilla. Regina observó su nueva imagen bajo todos los ángulos, reconociendo apenas a la mujer calva que la miraba desde el espejo. Algunas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras se mordía los labios para evitar los sollozos que se empeñaban en franquearlos.

«Antes morir que salir así a la calle, Miss Swan» soltó en un tono mordaz

«Menos mal que en este mundo existen alternativas llamadas pelucas. Mientras eliges un modelo que te guste en alguna peluquería fuera de Storybrooke donde te llevaré el lunes a primera hora...» Emma abrió los cajones de la cómoda hasta encontrar lo que buscaba «...vas a elegir uno de tus pañuelos»

La Reina observó los diferentes foulards de seda que había olvidado que tenía, conteniéndose para no injuriar a la Salvadora por haber tocado sus cosas sin su permiso.

«Bueno, yo os dejo, porque con todo esto, aún no he comido y mis amigos y yo hemos previsto aprovechar este hermoso día para ir al lago» dijo Henry, repentinamente, incómodo.

Las dos mujeres no se lo tomaron a pecho, perfectamente conscientes de que el adolescente tenía que disfrutar del tiempo libre con sus amigos, ya pesaba suficientemente sobre sus hombros la enfermedad de Regina. Emma le dio un poco de dinero y Regina le marcó la hora de regreso, antes que las dos le dieron un abrazo familiar.

Al encontrarse solas, Emma comenzó a anudar el foulard de franjas rojas que Regina había elegido de diferentes maneras hasta que la morena dio su aprobado al anudado en forma de turbante.

«Este me queda bien»

«A mi parecer, falta algo» respondió Emma, antes de escrutar con la mirada los diferentes objetos apilados en el tocador.

Acabó por abrir un pequeño joyero y sacó unos magníficos pendientes de coral y perlas negras de Tahití.

«Ya está, con esto, estará de verdad perfecta. Una verdadera Maharani» exclamó Emma admirando a Regina en el espejo.

«Es magnífico, Emma» dijo Regina asombrada ante el resultado final.

«Eres tú la que eres magnífica» le sonrió Emma antes de depositarle un largo beso en la mejilla, en la comisura de los labios.

¿Cuál de las dos se había enrojecido y cuál fue invadida de repente por una ola de calor?

Se separaron avergonzadas, antes de volverse a encontrar treinta minutos más tarde alrededor de la mesa tan amablemente puesta por Henry cerca de dos horas antes. Hundidas, cada una en su desayuno, evitaban la mirada de la otra, intentando clarificar sus pensamientos y comprender sus emociones.



Salve ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora