El Reino de los Cisnes . Segunda parte

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Cuando entraron en la sala de té del castillo, Emma no dio crédito a lo que veían sus ojos. Había visto fotos de lujosos castillos europeos, entre ellos la célebre residencia del Rey Sol, pero ni la Galería de los Espejos de Versalles habría podido rivalizar con la belleza y riqueza que se reflejaba en esa estancia.

«Es magnífico, pero no tanto como tú, mi amor» le deslizó a Regina en el oído

La cena planificada por Granny fue suculenta. Animación, charlas, felicitaciones se encadenaron, dejando poco respiro a las heroínas del día.

«Y si nos eclipsamos unos minutos» propuso Emma en algún momento entre el plato principal y el postre.

«¡Vamos!» la arrastró Regina, cansada de los interminables discurso de algunas personalidades presentes, hacia una estancia cercana, que no era utilizada.

«¿Dónde estamos?» preguntó Emma, señalando la vasta estancia bañada por una tamizada luz.

«La sala del trono, Vuestra Majestad» rio Regina empujándola hacia el extraño asiento recargado.

Medio recostada en el asiento, Emma acogió a su mujer, que ya la besaba con deseo, en sus brazos, antes de que Regina se sentara a horcajadas sobre ella para poder tener un mejor acceso al cuerpo que tenía debajo.

«Mi mujer» ronroneó ella mordiendo su labio superior con avidez.

«Me habías escondido el pedazo partido que eras»

«Confieso que yo misma me había olvidado de todo esto, pero no tiene la mínima importancia: ninguna corona, ningún título igualará jamás ser tu mitad en todos los sentidos del término»

«Exacto»

La nueva Reina se hundió en el encaje rojo y blanco, liberando el sublime pecho del corsé que encerraba ese inestimable tesoro. Emma mordisqueó la carne del cuello real, trillando un camino hasta el esternón bajo el cual el corazón de su amante estaba ya a punto de salir de su caja torácica, mientras sus manos se maravillaban con esos dos globos que encajaban perfectamente en sus palmas.

Rápidamente, sus labios se unieron a sus dedos, mordisqueando y chupando los endurecidos pezones con el entusiasmo de un recién nacido, arrancándole una oleada de placer a su compañera.

Ante los repetidos asaltos de su dulce torturadora, Regina se aferró salvajemente a la chaqueta del uniforme cuyos botones dorados cedieron y se desperdigaron alrededor del trono de los cisnes, permitiendo a la Reina abalanzarse a su vez sobre el pecho más pequeño, pero tan apetitoso de su esposa.

Emma se abandonó por un instante a esa caricia que pensó que nunca volvería a sentir, ofreciéndose sin resistencia a esa boca de oro que ya no se resistía a marcarla por debajo de la clavícula antes de encerrar los montículos rosados entre sus dientes, mientras sus manos ya se afanaban en la hebilla de su cinturón.

De repente, Emma se negó a estar pasiva, así que se abrió camino bajo las telas del suntuoso vestido, antes de ascender con precisión hacia el centro de placer de Regina cuyas pulsiones reclamaban intensamente la presencia de sus dedos que no se hicieron de rogar para penetrarla firmemente.

Su Majestad se sobresaltó, pero se negó a ceder, pasando una mano bajo la cinturilla de la falda de su esposa, haciendo que la espada se reuniera con los botones en el suelo.

Emma recolocó lo mejor que pudo el cuerpo que tenía encima para tener un mejor agarre, bombeando con fuerza en esa cavidad que se estrechaba peligrosamente entorno a ella.

«¡Oh no, cariño, esta vez lo haremos juntas!» se obstinó Regina perdiéndose a su vez entre los empapados pliegues de su esposa.

¿Era el matrimonio, el Bosque Encantado o la «resurrección» lo que amplificaban sus sensaciones? Ninguna de las dos habría sabido decirlo, pero era evidente que jamás habían sentido tal conexión entre ellas y eso no era más que el comienzo de una noche que prometía ser larga. Sin olvidar el viaje de luna miel al País de las Maravillas, así como una eternidad de felicidad como se decía en todos los cuentos.

Salve ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora