Regalos inesperados

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La primera semana de tratamientos alternos-quimio y radioterapia-había pasado sin demasiadas contrariedades. A excepción de algunas nauseas, Regina lo estaba soportando. Emma la acompañaba cada mañana, negándose a dejarla antes de que la sesión finalizara, a no ser por una urgencia. Disfrutaban de esos momentos para hablar mucho sobre sus respectivos pasados, momentos entrecortados por partidas de ajedrez bastante disputadas.

Regina que había sido iniciada muy joven en el juego de los príncipes y reyes por su padre la ganaba siempre, mientras no dejaba de hablar cada vez más sin incluso dar la impresión de tener que esforzarse, para no disgustar demasiado a Emma que se desesperaba por no encontrar defensa frente a su rival.

La sheriff había insistido para que se cogiera, al menos, dos horas de descanso al mediodía y se acordara una siesta en la sobremesa, pero Regina se las arreglaba para acortar ese tiempo en cuanto la rubia le daba la espalda, su trabajo de alcaldesa la acaparaba demasiado.

Y así es cómo durante una entrevista con Gold sobre el tema de las finanzas de la ciudad, le vino un malestar, tuvo el tiempo justo para agarrarse a la mesa y dar los pocos pasos que la separaban de la silla. Se dejó caer con toda la elegancia posible para no parecer débil ante su rival de siempre.

Parecía que Gold no había visto nada, demasiado ocupado con las cifras que tenía delante. Una vez sola, Regina cogió algunos expedientes e informó a su secretaría que se iba a casa.

«¿Algo va mal, Señora Alcaldesa?»

«¿Por qué tendría que ir algo mal?» respondió secamente

«Es solo que usted nunca ha empezado una mañana después de las diez desde su regreso y ahora se va antes del fin de las clases, cuando antes trabajaba desde el amanecer hasta casi el anochecer»

«¿Está acaso insinuando que me aprovecho de mi estatus para tocarme el ombligo?» preguntó Regina fusilándola con la mirada

«No, no, Señora Alcaldesa, sé muy bien que hace lo mejor por todos nosotros. Me parece muy bien que piense un poco en usted y que pase más tiempo con su familia»

«Para su conocimiento, trabajo mejor desde casa, pues con estos imbéciles que vienen a molestarme por cualquier tontería, no avanzó en los expedientes» precisó Regina enseñándole el maletín que llevaba con ella.

«No tiene que explicarse, Señora Alcaldesa»

«Y no me moleste a no ser que una nueva maldición amenace la ciudad, en caso contrario, dígales que tengo mejores cosas que hacer»

«Bien, euh, que pase buena tarde, Señora Alcaldesa»

Al llegar a la casa, tuvo justo el tiempo para salir corriendo al cuarto de baño y vomitar el modesto almuerzo que había tomado en Granny's en el lavabo.

Se limpió la boca lo mujer que pudo, y se dejó caer en la cama.

«Ya está, ya comienza» no pudo evitar pensar antes de caer en un agitado sueño.

Apenas se había quedado dormida cuando tocaron a la puerta. Regina intentó ignorarlo volviéndose a hundir en la almohada, pero el visitante parecía no querer dejar que lo hiciera, así que se colocó la ropa que había acabado de quitarse y bajó a abrir.

«Más le vale que alguien haya muerto, si no, ya me encargaré yo» gritó ante la expresión divertida del carpintero.

«Buenos días, Regina»

«Marco. Pero, ¿qué hace ese camión en mi propiedad? ¿Desde cuándo la casa de la alcaldesa se ha convertido en un parking?» se indignó ella, olvidando el dolor de cabeza que se le había juntado a las náuseas.

«Al pasar, he visto su coche, y como acabo de terminar su pedido, estoy aquí para entregárselo, Regina»

«¿Mi pedido?»

«Regina, estoy contento de verte, aunque siento todo lo que ha pasado» los interrumpió una voz bien conocida

«Buenos días, Robin» respondió ella sin emoción

Volver a verlo, extrañamente no fue tan doloroso como lo había sido volver a ver a Daniel, incluso después de todo el tiempo pasado desde su muerte. ¿Se habría equivocado Campanilla o...? Regina se prohibió pensar más en eso, se negaba a pensar que el tiempo, finalmente se había llevado con él su capacidad de amar.

El arquero volvió a hablar, incómodo

«Escucha, siento de verdad todo lo que ha pasado entre nosotros. No soy ese tipo de hombre...si las cosas hubieran sido diferentes...»

«Lo sé, de todas maneras, es mejor para Roland, nunca se puede reemplazar a una madre»

Ella le sonrió con tristeza, mientras él se unía a Leroy y Marco para ayudarlos a descargar una magnifica escalera de madera de cerezo del primer camión.

«¿Qué tiene la otra de malo?»

«Vamos, Regina, ese vulgar amasijo de madera, sin alma alguna, totalmente indigno de una Reina como usted, y totalmente indigno de un artesano como yo» respondió Marco entrando en el hall, para desmontar la escalera provisional que él había colocado unos días antes.

Regina salió a dar una vuelta, mientras que Marco, ayudado por los enanos, le daba el último toque a su hall nuevo. Se sentó en un banco, observando a los niños jugar en el nuevo castillo de Henry. No se lo podía creer, ¿qué les habría prometido Emma para que ellos pusieran el alma en las obras?

Volvió dos horas más tarde para admirar la obra de ebanistería. Geppetto le había dado una forma moderna a su escalera. Los motivos ornamentales que recordaban al Bosque Encantado a lo largo de la barrera que sostenía el pasamanos así como el pequeño balcón interior que servía de pasillo hacia las habitaciones estaban esculpidos con finura.

El color cálido aportado por la madera maciza alegraba el mármol blanco del austero hall. Unos resplandores rojos turbaron su visión, y Regina alzó la vista para ver qué los provocaba.

«Wow, es magnífica» exclamó Henry que volvía del cole

Casi pierde el equilibrio cuando su hijo se lanzó con todo su peso a sus brazos.

«Y, ¿cómo la encuentras?» preguntó Emma, pasando a su vez por la puerta

«Es...es...no tengo palabras, miss...Emma...¿Cómo? ¿Por qué?»

Regina admiró una vez más la lámpara de cristal soplado en rojo que los enanos le habían confeccionado.

«¿Asombroso, verdad? Particularmente cuando se piensa que nuestro experto en cristalería es Mocoso» añadió Leroy mientras abría una botella de cerveza de las que Emma había traído para el equipo.

«No merezco tanto»

«Eso no se lo voy a discutir, Majestad»

«¡Leroy!» se indignó Marco

«Pero por lo que se ve la joven aquí presente piensa de otro modo, así que ¿quién soy yo para ir en contra de la opinión de la Salvadora?» dijo el enano

Se acabaron todos las cervezas antes de retirarse. Henry estrechó una vez más a la mujer que lo había criado antes de salir corriendo hacia su cuarto.

«¡Henry, no corras por las escaleras, es peligroso!» dijeron las dos mujeres a la vez, antes de echarse a reír.

«Gracias, Emma, gracias por todo» le dijo Regina sonriendo, antes de estrecharla en sus brazos de una forma algo torpe.

«No hay de qué. Bueno, ¿qué vamos a comer?» preguntó la rubia, algo avergonzada. 

Salve ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora