Una desgracia nunca viene sola

1.8K 160 14
                                    


Emma apretaba firmemente el cuerpo dormido de Regina contra su pecho. Todo era siempre muy intenso entre ellas, las peleas, la pasión, incluso ahí, sobre la almohada, mientras la sheriff observaba con naturalidad a su amante en su sueño.

Tras los fuegos artificiales en la cocina, el fin de semana desgraciadamente no había terminado tan bien. Al acabar la comida, la chef de tres estrellas se sintió repentinamente mal. Sin duda, la reacción del whisky de media mañana y el tsunami emocional la habían afectado, pero Emma sabía que había algo más que Regina se estaba callando.

La sensación-aunque bastante intensa-que tenía en sus tripas se parecía a la que sintió cuando el espectro rondaba por el pueblo. Él estaba allí, escondido entre las sombras, esperando pacientemente su momento, afilando sus uñas para hundirlas mejor en la carne y la sangre cuando llegara el momento.

Regina había salido de sus brazos en pánico, pero con decenios de práctica, rápidamente se había recompuesto, sin dejar aparentar nada, aunque al contrario que todos los demás, Emma nunca había sido ingenua.

Henry tampoco se sorprendió cuando al volver el domingo por la tarde, se había encontrado a sus dos madres dormidas en el sofá, ni cuando se había dado cuenta de que su madre biológica, definitivamente, había montado su campamento en el dormitorio de su madre adoptiva.

«Bien, ¿os vais a decidir a hablarme o lo hago yo?» se había exasperado un poco al acabar la cena más silenciosa que habían tenido.

Ante el silencio de su compañera, Emma había acabado por tomar la palabra

«Escucha, chico, tú que eres el especialista en todo esto, ¿sería hipotéticamente viable que tu madre y yo estuviéramos destinadas a ser el...verdadero amor la una de la otra?» dijo ella precipitándose al final de la frase.

«¿Hipotéticamente? ¿Viable? Por Dios, es aún peor de lo que creía»

«Escucha Henry, si te molesta, no seguiremos por ese camino» había intervenido Regina, descorazonada ella también por la reacción de su hijo

«¿En serio, mamá, Ma? ¿Lo hacéis a propósito? Hace ya al menos tres largos años que deberíais estar juntas. Sin olvidar que me habéis hecho dudar de mis capacidades para interpretar correctamente el libro»

Volviendo a pensar en la reacción de su hijo, Emma sonrió una vez más en la noche, lamentando haber perdido tanto tiempo alejada de esa magnífica y extraordinaria mujer, que a pesar de su enfermedad, había querido abandonarse una vez más a su pasión, solo algunas horas antes.

«Te amo» murmuró la Salvadora una y otra vez a su Reina, antes de caer ella también dormida.

Al día siguiente, se habían reunido a unos cuantos kilómetros del pueblo, en una peluquería especializada en pelucas y otros accesorios. Finalmente, la Alcaldesa había optado por elegir ponerse algunos mechones perfectamente combinados con su turbante, que gracias a la mirada de amor que Emma ponía sin cesar en ella, se habían convertido rápidamente en una parte integral de ella misma.

Al llegar al hospital, la sala de espera estaba llena y la señora alcaldesa se sentía cada vez más incómoda, con la desagradable sensación de que todas las miradas estaban posadas en ella.

«¿Qué es lo miran de esa manera?» se enfadó

«Euh, nada, señora alcaldesa» todos se perdieron en excusas desviando sus miradas hacia las paredes o hacia el techo de la estancia.

Emma, aunque asustada ante lo que les diría el cuerpo médico, sonreía bajo capa fingiendo que no se enteraba, ante el inmudable carácter de su compañera. Sin embargo, cuando el doctor Whale entró en la estancia, se levantó tan rápidamente como Regina.

Salve ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora