Aquí y ahora

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Emma había aparcado su coche en mitad del sendero, y subido de un salto los cuatro escalones que llevaban a la puerta de entrada que poco antes había cerrado de un portazo. El silencio reinaba, así que Emma presumió que Regina no había salido de su despacho al igual que siempre hacía cuando estaba enfadada.

Entro sin llamar y lo que vio le partió el corazón. Un desorden imposible reinaba en la estancia por lo general tan ordenada y, sentada en el sofá, estaba Regina temblando y sollozando como un niño.

La sheriff se acercó a grandes pasos para cogerla en sus brazos. Regina se dejó ir contra su pecho, sin ni siquiera alzar la mirada, había reconocido a la rubia que besaba su calvicie mientras le deslizaba al oído palabras reconfortantes. El efecto fue inmediato y la alcaldesa encontró rápidamente tranquilidad.

«Regina, ¿va todo bien?» preguntó Emma inquieta

«Sí, ahora que estás aquí» le sonrió la Reina, la mirada cargada de lamentaciones.

«Siempre estaré aquí»

Emma, al notar que debía explicarse, se arrodilló frente a Regina, una mano sobre el muslo de la alcaldesa, y hundió su mirada como el océano en la tempestad que asolaba aún la de la Reina.

«Sé que todo esto te sobrepasa y confieso que no estoy mejor que tú, pero sé que mi lugar está a tu lado, no hay ninguna duda en mi mente sobre eso, es más desde el primer día nunca la hubo, solo que no era consciente antes de que me lo pusieran delante de los ojos. Así que, escúchame Regina, escúchame bien: decidas lo que decidas, digas lo que digas y hagas lo que hagas, nada podrá cambiar eso, estaré aquí por ti, así que mejor que lo aceptes ya, nos evitará perder inútilmente el tiempo»

«Pero...» intentó objetar Regina

«Nada de peros. Sé que aún te ves a menudo como la Reina Malvada, pero eso es pasado, hoy ya no es así. En la mina me dijiste que querías morir como Regina sin haber tomado conciencia de que ya lo eras. Y antes de que digas que la muerte solo fue evitada para volver ahora con más crueldad, yo te voy a responder: no sabemos nada, nadie puede pretender conocer el futuro. Así que no debería influir en nuestros sentimientos. Ayer es historia, Regina, y mañana quizás nunca llegue. Lo que tú y yo tenemos es el hoy, este presente que se nos ofrece a nuestras vidas, precioso regalo que conviene aceptarlo aquí y ahora. Yo...»

No tuvo ocasión de continuar. Regina, decidida a hacerla callar, había cedido al impulso súbito que la empujaba intensamente a abalanzarse a los labios de la Salvadora.

Emma, sorprendida, no reaccionó inmediatamente, pero cuando notó que Regina se iba a retirar, se inclinó más para prolongar el contacto que la había electrizado de arriba abajo. Regina cerró los ojos ante la increíble intensidad que emanaba de ese beso. La Reina había coleccionado amantes por necesidad de consuelo, y después por dominación, pero cuando su lengua se encontró con la de la Salvadora, estos fueron borrados para siempre de su memoria.

La danza se encadenó con frenesí, ninguna quería ponerle fin. Sofocada, y para evitar aplastarla, la sheriff tuvo que apoyarse en las caderas de la alcaldesa, a quien le vino una risa loca ante lo incongruente de la situación.

Entonces, ¿es esta la catástrofe magnífica que se vuelve a pedir con la sonrisa en los labios aunque se sepa que nos estrellamos contra un muro y corremos hacia nuestra perdición? Emma admiró la felicidad que iluminó de repente ese rostro que ella solo conocía serio o con marcas de sufrimiento, sintiéndose a su vez como un niño la mañana de Navidad, al darse cuenta de que era ella quien había puesto en ese rostro esa dicha.

«Habría que recoger todo esto, ¿no crees?» la arrancó de repente la alcaldesa de su contemplación

«Ya me ocupo yo, tú necesitas relajarse en un buen baño de espuma. Y luego, podrías, quizás, enseñarme a hacer tu famosa lasaña»

«Recuérdame lo que pasó la última vez que te atreviste a tomar posesión de mi espacio»

«No tiene nada que ver, estarás a mi lado para evitar que haga tonterías»

«Oh, pero si las tonterías no me molestan, Miss catástrofe, solo que no es mi casa lo que hay que incendiar» respondió la Reina con voz sensual, antes de dejar la estancia en su nube de humo morado, dejando a Emma con la garganta seca y la mente totalmente en cortocircuito.

La sheriff sacudió la cabeza para concentrarse en ordenar, mientras que todo su ser suspiraba por unirse a ese cuerpo sublime que debía estar ahora hundido en las aguas perfumadas.

Por su lado, Regina se relajaba en su bañera vigilando la puerta del cuarto de baño. ¿Relajarse cuando todos sus sentidos acaban de ser puestos en rompan filas? Su fino oído le traía las maldiciones mezcladas con el ruido de la aspiradora. Sonrió pensando en cómo Emma era de todo salvo el hada del hogar, antes de reposar su mirada en el pomo. ¿Quería ella que la puerta permaneciese cerrada o que se abriera?

Besar a Emma había provocado una verdadera explosión de colores en su corazón de un negro claro. El amor verdadero, el final feliz, dos almas gemelas por fin reunidas, Regina se estaba dando cuenta, poco a poco, de lo que eso quería decir, particularmente los riesgos que corría Emma al adjudicarse ese papel en su vida.

Apartar a Emma, disuadirla de quedarse a su lado, empujarla a los brazos de otro, lo había hecho, sin éxito, sin olvidar que el simple pensamiento de volver a empezar la laceraba más que el cáncer que roía su cuerpo.

Estaban destinadas la una a la otra, más allá de los mundos y el espacio-tiempo, como si la maldición hubiera sido escrita antes de que las circunstancias que la habían originado tuvieran lugar. Amar a Blanca para odiarla a continuación, odiar a Emma, su hija, para amarla más de lo razonable, la ironía del destino no se le escapaba a la Reina.

Evitarla era imposible, pero Regina sabía también que Emma no la sobreviviría, si lo peor debía suceder, sin tener una buena razón para hacerlo. Debía asegurarse de que Emma pudiera apoyarse en el amor de su hijo, y quizás pensar en enterrar el hacha de guerra.

«Ya sería un milagro que ella no me matase cuando se entere, así que por más...no hay que soñar» volvió en sí Regina, suspirando, antes de deslizarse al fondo de la bañera, para hundir todo lo que la atormentaba y poder disfrutar del intenso lazo que la unía a su enervante alma gemela.

Emma había dudado mucho si unirse a Regina en el baño, pero sabía que no había que precipitar las cosas. Su situación era única en el conjunto de los mundos y de las épocas que regían los cuentos para niños: la Salvadora, producto del amor verdadero, encontrando finalmente su final feliz con la Reina Malvada, enemiga mortal de sus padres, ni los hermanos Grimm se habrían atrevido a tanto.

Aquí y ahora, cierto, pero ella quería más, quería una historia llena de momentos compartidos, de romanticismo a ultranza, de besos volados bajo la vigilancia de su padre y una verdadera unión de sus almas y sus cuerpos, no solo algunas noches, sino mucho más. Sí, lo que Emma quería, era el paquete total: matrimonio, noche de bodas y aumento de la familia.

Ante la grandeza de los verdaderos deseos de su corazón, la sheriff había preferido marcharse a la tienda de la esquina para comprar los ingredientes necesarios para la receta de la alcaldesa.

Al regresar, Regina bajaba la gran escalera vestida con su turbante y un sencillo vestido, que ceñía a la perfección su cuerpo. Emma, con la boca abierta, sin pensar en ocultarlo, la desvistió con lúbrica mirada.

«Entonces, ¿aún con hambre, sheriff?» interrogó la Reina moviendo aún más sus caderas

«Eh, ¿qué?» respondió Emma confusa, mientras su estómago comenzó a protestar.

«Vamos a la cocina, antes de que mueras de inanición» le dijo Regina con una devastadora sonrisa

Emma le siguió los pasos para su primera clase de cocina que prometía ser altamente instructiva.


Salve ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora