Allí abajo

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Cuando volvió en sí, tras haber versado toda su alma durante una eternidad, se sintió totalmente desorientada por el lugar en el que se encontraba. Recostada en medio de un lecho de baldaquino con telas violáceas, con su cuerpo desnudo, enrollada en finas e inmaculadas sábanas de satén, escrutó la inmensa estancia que no se podría calificar de otra manera sino de «regia»

La infraestructura reposaba sobre columnas de mármol blanco, de las que sobresalían arcadas que uno encuentra por encima de los dinteles de las puertas y ventanas. Las paredes estaban decoradas con los más hermosos tapices de Flandes y repostados en ellas, unos muebles de madera maciza, bastante raros, esculpidos con gusto y finura, sin ninguna duda por el mejor de los ebanistas del mundo.

Cerró los ojos, dejando que su completa existencia desfilara por delante de sus ojos, mientras efluvios de perfume vinieron a cosquillear en sus fosas nasales. Madera de sándalo y esencia de manzana, su mente lo habría reconocido entre miles, y sin embargo, sabía que nunca más tendría la ocasión de ver el rostro para quien ese perfume había sido creado y nuevas lágrimas perlaron sus pestañas.

Sin embargo, se recobró rápidamente, negándose a dejar aparecer su inconsolable dolor ante el dueño de esos aposentos paradisiacos.

Se dejó recaer en el colchón, cuando su mirada se perdió en el trabajo de madera que decoraba el cabecero de la cama. Incorporándose sobre sus codos, observó la escultura con más detenimiento. Al principio, no comprendió lo que sus ojos veían, su mente era incapaz de dar sentido a las diversas formas, pero al final lo vio: el corazón formado por el cuello retorcido de dos cisnes que estaban cara a cara, aureolados con una única corona.

Inmediatamente giró el rostro, sus ojos perdiéndose a través de la cristalera ligeramente escondida por una cortina que debía dar a una terraza.

Con su corazón martilleando cada vez más rápido en su pecho, creyó entrever, escrutando el horizonte, una silueta familiar dibujándose en sombra chinesca tras el tejido opaco.

Salió de la cama dando un salto, arrancando la sábana del lecho principesco para cubrirse, ya que no encontraba ninguna otra cosa que ponerse. Con paso vacilante, se acercó a la abertura en la pared, mientras que su temblorosa mano apartaba la traba.

Ella estaba ahí, de pie, en ese pequeño balcón en medio de torres y techos de un inmenso castillo renacentista, vestida con uno de sus más hermosos vestidos azul petróleo, más majestuosa que nunca, admirando el sol que iba a nacer dentro de poco sobre su Reino.

«Regina» murió el nombre tan llorado en sus labios, mientras que los gritos y las palabras se quedaron también prisioneros en su garganta.

Tambaleando, Emma atravesó los pocos metros que la separaban aún de su alma gemela.

Regina guardó silencio cuando los fuertes brazos de su amor verdadero la abrazaron por la cintura y la cabeza de Emma reposó en su hombro, para admirar con ella el espectáculo del nacimiento de un nuevo día.

Algunas mujeres se dirigían al pozo a sacar agua, más allá un cochero uncía dos caballos a su diligencia al pie de una de las torres, los artesanos se encaminaban a sus establecimientos, mientras a lo lejos las granjeros segaban los campos y reunían a sus rebaños que pastaban inocentemente en las vastas praderas.

Las manos de Emma ascendieron por la cintura de su compañera, haciéndose más firme el agarre, como para asegurarse de que no estaba soñando.

Dos maravillas de la naturaleza despuntaban a través del corsé debido a sus caricias y Emma supo con certeza que no se trataba de la vil silicona.

Salve ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora