La lacra de este mundo

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La Salvadora, con el objetivo de poner orden en sus pensamientos, había cogido algunos guijarros para lanzarlos al agua y hacer cabritillas a la luz de la luna. Ni había parpadeado cuando Regina, finalmente, se había levantado y entrado en la cabaña.

Una epidemia, una maldición, un hechizo sin igual tenía que haber sido lanzado contra la Reina Malvada, si no, nunca habría consentido claudicar de esa manera. Al menos en eso, Emma estaba segura. Pero, ¿qué podría haberle sucedido a la bruja tan poderosa como Regina? Para ella, que había vagado de un estado americano a otro y había visto tantas cosas, eso no tenía sentido.

Mientras, la Regina era presa de otras cuestiones, pero igual de perturbadoras. ¿Por qué la Salvadora había continuado sus averiguaciones, cuando, como le había contado el doctor Whale, el resto del pueblo ya había renunciado a ello? ¿Por qué se había negado a firmar los papeles que le devolverían a su hijo? Pensar en Henry le arrancó nuevas lágrimas y se refugió en la preparación de una lasaña y de una hermosa tarta.

El frío otoñal se metió por su chaqueta de cuero, pero Emma parecía no notarlo, aunque algunos temblores la traicionaban. Y ahora, ¿qué haría?

«La comida está servida, Miss Swan, a menos que prefiera tragar mosquitos»

A su manera, la invitación las sorprendió a las dos, pero formaba parte del juego del gato y del ratón que se había instalado entre ellas desde el comienzo: injurias incesantes, broncas, inquietudes e improbables acuerdos por Henry, así como algo indefinible.

La sheriff entró en la cabaña y se sentó en la pequeña mesa frente a Regina.

Regina llevó su copa de vino a sus labios y se tomó el tiempo de observar cuidadosamente a la Salvadora que, inclinada sobre su plato, tragaba la comida golosamente, como si llevara días sin comer. La sheriff era alta, tres centímetros más que ella, aunque ella había añadido un poco más de altura a sus tacones para no parecer más baja. Una silueta atlética, musculosa, y un rostro más fino que lo que se podría haber esperado. Su larga caballera dorada contrastaba con sus actitudes más bien masculinas, pero lo que le gustaba más era su mirada como el océano en el que, por momentos, se sorprendía queriendo hundirse.

«Entonces, ¿cuál es el plan?»

«¿El plan, Miss Swan?»

«Sí, sea cual sea la nueva catástrofe que nos va a caer encima, prefiero saberlo e intentar echarle un mano, antes que esperar tontamente a que el cielo me caiga encima»

«Vista la última ayuda prestada, pienso que es preferible pasar de ella, Miss Swan»

Sin darse cuenta, la Reina Malvada acababa de confirmar sus sospechas, había un problema grande que explicaba su repentina retirada del mundo.

«Regina, realmente siento mucho lo que ha pasado con Marianne y Robin, y si hace falta, quiero pasar mi vida haciéndome perdonar, pero no es razón para que se entierre como lo hace. Aunque los habitantes se nieguen a admitirlo, Storybrooke es su ciudad, sin usted no existiría, así que sea lo que le ocurra a usted, antes o después todo el mundo lo sufrirá»

Al ver que la Reina luchaba con sus ojos castaños que se empeñaban en nublarse, Emma se acercó a ella, y se arrodilló para tener su rostro a su altura, después la salvadora posó una mano en su muslo, para obligarla a mirarla.

«Sé que no soy la que esperaba a su lado, Regina, pero por lo que se ve, no tenemos elección, así que dígame qué le sucede»

«Yo...he sido tocada...por la lacra de este mundo» logró articular Regina

«Ok, y nos deshacemos de ella como con el espectro o...¿o qué?»

«Es una lacra propia de este mundo, Miss Swan, ningún hechizo ni ninguna magia logrará que me libre de ella»

«¿Y los recursos de los que dispone este mundo?»

La Reina bajó la mirada, y constató que la mano de la Salvadora no se había movido, como si fuera normal que estuviera ahí.

«El doctor Whale ya ha retirado el tumor, Miss Swan. No quiero que me desfiguren...que me mutilen...» añadió ella sollozando.

Emma, al darse cuenta de que la lacra en cuestión era cáncer, no supo qué hacer sino atraer a Regina a sus brazos. La Reina intentó echarse hacia atrás, pero el sólido agarre de la Salvadora la hizo renunciar, y se dejó recaer en el hombro que se le ofrecía.

Realmente no había llorado la pérdida de Robin, ni cuando Whale le había informado de los resultados, ni incluso cuando había tomado la decisión de renunciar a Henry por su bien, pero ahora, recostada contra su mejor enemiga, echó hacia fuera toda su alma.

La sheriff no tenía la costumbre en su trabajo de consolar a la gente, pero sin embargo, con toda la naturalidad del mundo, su mano se apoyó en la espalda de su rival para dibujar pequeños círculos. Una Reina, era así como todo el mundo la definía, olvidando que antes que nada era una mujer, una mujer cuyo corazón había sido roto tantas veces que ella misma había perdido la cuenta.

Un perfume dulce y agradable acarició su nariz. Nada que ver con los aromas que emanaban del horno, o quizás sí: frescura de manzana, ligeramente ácida, mezclada con un toque de canela. Tan ella, tan Regina, en todos los sentidos del término.

Emma no pudo evitar depositar algunos besos en lo alto de la cabeza de la morena, antes de susurrarle al oído

«Ya no estás sola, Regina....te tengo...te tengo...»


Salve ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora