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EL BUZO Y EL ASTRONAUTA.

Ambos tan iguales y distintos,
tan desiguales e incomprendidos,
tan amantes de lo misterioso
y lo desconocido.

Uno amaba el mar, y el otro
el espacio como tal. Ambos tan
diferentes en muchos aspectos,
pero como dije: tan incomprendidos,
pero correspondidos.

Y lo más curioso es que pareciera
que éstos dos seres jamás se
conocerían. No había forma,
sentido ni lógica.

Porque, mientras uno divagaba
en el enorme y expasioso océano,
el otro averiguaba que tan misterioso
podía ser el universo.

Uno en cada extremo,
amando lo incomprendido...

El buzo siempre miraba al cielo,
buscaba respuestas, amaba
contemplar las estrellas.

Y el peculiar astronauta,
brillaba tanto como una de ellas,
de hecho, tenía un destello
aún más luminoso y llamativo.

Y el buzo se enamoró de la estrella,
y la volvió su estrella.

Y un día como cualquiera,
el buzo soñó con ella.

Admirado por su belleza,
todas las noches se recostaba sobre
su amado y tan preciado mar,
sintiendo cada ola romperse en él.

Pero a él no le importaba,
porque sólo la observaba a ella,
él contemplaba aquella hermosa
y única estrella.

No hacía más que mirarla por horas,
no paraba de amarla, y un día se
preguntó: ¿Qué tan lógico suena
enamorarse de una de ellas?

Una noche, sin esperar ni consultar,
su amada estrella desapareció.
Y el buzo al mar jamás volvió...

Lo que nunca supo, y nunca sabrá,
fue que, aquella única y hermosa
estrella llegaría a conocer. La
encontró tiempo después en
carne humana.

Claro, ninguno lo sabía,
pero ellos ya se conocían.

Y volvieron a ser poesía,
poesía correspondida.

El Placer de SentirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora