el Dodekatheon

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La perversa mirada de Ares recorría las ocho estatuas del templo sagrado. Las sombras de las esculturas se proyectaban en las paredes, y se deformaban en una extraña danza a cámara lenta. El baile espectral seguía los movimientos de la Llama de Oro, que languidecía en el fuego principal del Dodekatheon.
Cuando la llama, con una siniestra oscilación, iluminó las cámaras vacías de las tres estatuas que faltaban, Ares sintió cómo lo invadían el odio y la rabia.
¿Por qué aquella oscilación? ¿El fuego del que quería adueñarse se atrevía a desafiarlo?
La Llama de Oro crepitó. Seguía siendo muy débil, pero mostraba una chispa de vitalidad que no poseía desde hacía tiempo.
En ese momento, Ares percibió su existencia. La existencia de sus enemigas. Y esa leve señal lo hizo renacer.
Desde que desaparecieron, había afrontado el dolor de su cuerpo agotado, la angustia de su poder debilitado y el ultraje de la derrota. Y lo que tenía un sabor más amargo era la derrota. Sus rivales adoptaron una estrategia insensata, imposible de prever. Y la pusieron en práctica justo cuando él se hallaba a un paso de la victoria final.
Pero ahora las sentía.
Ahora sabía que sus enemigas todavía existían, y que podía luchar de nuevo. Utilizar sus poderes, y los de sus prisioneros de piedra. La guerra lo fortalecería. Le devolvería el poder de antaño. En cambio, ¿qué poseían tres simples mortales?
Bajo el cielo de su Olimpo, Ares llegó hasta la Llanura de los Sepulcros, e invocó sus poderes. La tierra ondeó, se rompió, se embraveció al igual que la mala mar. Las olas chocaron con el terreno, e hicieron emerger los esqueletos de antiguos dragones enterrados. Huesos y escamas fósiles aparecieron bajo la luz siniestra de la bóveda color púrpura.
Ares aplacó la tierra con un gesto, y le arrancó los dientes a la calavera de un dragón. Luego los echó en un hoyo, frente al Dodekatheon, y los cubrió.
Se formaron remolinos de tierra, de los que salieron diez columnas giratorias. Las columnas se contrajeron y expandieron, se contonearon y estiraron. Tras unos espasmos, adquirieron forma humana. Diez figuras gravitaron en el aire unos instantes, y, al llegar al suelo, se abalanzaron unas sobre otras.
Ares sintió que recuperaba la vitalidad de su poder.
Había creado a diez Espartos. Sólo el más fuerte sería digno de la misión que deseaba confiarle. Las diez criaturas lucharon ferozmente. Al final, una se levantó, dejando a las otras tendidas a sus pies. El dios se acercó a ella mientras los vencidos se transformaban de nuevo en montículos de tierra.
-Soy tu padre y tu creador. Tienes que encontrar a mis enemigas -le ordenó-. Te daré muchas pistas, pero tendrás que entrar en su mundo para reconocerlas.
-¿Y eliminarlas?
Tú tráemelas! -rugió el dios.
Al ver la decepción y la rabia pintadas en el rostro de la Esparta, una criatura nacida para luchar y matar, Ares se sintió seguro. Entró en el Dodekatheon, y cogió el anillo con la cornalina roja que brillaba en las manos de la estatua de Hefesto. Al extraerlo, el fulgor de la piedra resplandeció con mayor intensidad. Cuando Ares se lo entregó a la Espartana, a su alrededor se formó un remolino de color rojizo. Al cabo de pocos segundos, había desaparecido.
El malvado dios volvió al trono de Zeus. Durante mucho tiempo, había llevado una vida espectral, pero ahora estaba listo para ganar su guerra.

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SIGUIENTE CAPÍTULO: Trabajo en Grupo

Este capítulo ya está listo, este me ha salido rápido y me alegro mucho por ello. Bueno espero que os guste y que comentéis y votéis, para no chafar la adivinanza del libro "seres fantásticos del agua", empezaré otro de los 4 libros que hay.

chicas del olimpo 1. lágrimas de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora