Joyas

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Luce sólo deseaba olvidar lo ocurrido el día anterior. Por desgracia, Hoon no hablaba de otra cosa, y, durante las tres primeras horas de clase, intentó que Luce se implicara en sus rebuscadas hipótesis sobre los hechos. Pero ésta siempre eludía el tema, aunque para ello tuviera que estar atenta en en clase.
Cuando Hoon salió del aula a la hora del recreo, Luce sintió un gran alivio. Se puso a hablar con Said McCormik, un chico que siempre reía y bromeaba. Durante diez minutos, Luce consiguió borrar de su mente los últimos acontecimientos.
-He hablado con Sid -le dijo Hoon cuando entraron en el aula-. Pasaremos la próxima hora en el gimnasio, con su clase, por que Kowalasky no ha venido.
Luce imaginó una hora de alegre charla, pero se llevó una decepción. Sid y Hoon empezaron a hablar del día antes y del parque. Ella, por el contrario, sólo deseaba olvidar.
-¿Por qué no venís a comer a mi casa? -propuso Sid-, Mi madre les ha echado un vistazo a las piedras, y me gustaría que os contara lo que sabe.
-Yo no quiero saber nada del tema -respondió Luce, y se dirigió al gimnasio.
-Hagamos un trato -sugirió Hoon-. Vamos a hacer lo que dice Sid. Si no conseguimos nada, le haremos caso a Luce, y nos olvidaremos de todo. ¡O nos volveremos locas!
-Júralo -susurró Luce.
-Te lo prometo -consintió Hoon. Luego, dirigiéndose a Sid, añadió-: A nosotras áun nos nos queda una hora de matemáticas, pero podemos quedar después.
-Muy bien, nos vemos más tarde -dijo Luce, y salió del vestuario.
Cuando llegó al gimnasio, empezó a jugar a voleibol con sus compañeros de clase, y se sintió mucho mejor.

Al salir de clase, mientras Hoon intentaba por enésima vez que se implicara en sus elucubraciones, Luce explotó:
Ten piedad! ¡Basta de suposiciones! ¡Se acabó! No soporto tener que vivir con miedo. Siempre creo que va a aparecer Megan y nos va a quemar.
-Si aparece, ojalá también esté Sid -dijo Hoon-. Yo no podría reducirla como lo hizo ella.
Para ir a casa de Sid, las dos amigas cruzaron el parque, evitando la zona de los Megalitos. Al fin, llegaron a una casa de una sola planta. Daimon estaba excavando un hoyo en el jardín. En cuanto las vio, corrió hacia la puerta, ladrando una ruidosa bienvenida, especialmente dedicada a Luce. Ella se agachó y lo acarició.
Madre mía! -exclamó Hoon, preocupada-. ¿Has visto eso?
Luce levantó la cabeza, y vio que, de la ventana más próxima a la entrada, salía un humo denso y negro.
-Ya te lo dije. No podemos vivir tranquilas -se lamentó Luce, y siguió a su amiga, que ya estaba saltando la reja.
Corrió hacia la ventana mientras Daimon saltaba a su lado. Sólo reclamaba más caricias, pero podía hacerla tropezar. Luce vio una llamarada saliendo por la ventana. A pesar del miedo, se acercó.
Lo que vio la sorprendió. Sid estaba delante de los fogones inundados de agua, con un cubo en la mano. Junto a ella había una señora, y ambas reían a carcajadas.
-¿Necesitáis ayuda? -preguntó Luce, asomándose desde el exterior de la ventana.
-Lo que ayudaría es que os conformarais con la pizza a domicilio de aquí al lado -dijo Sid, y señaló a la mujer, que sostenía una olla cuyo contenido estaba quemado-. A veces, mi madre se deja el fuego encendido.

Una vez sentadas en la mesa, Luce admiró el ambiente alegre y desordenado de la cocina de Sid. Los muebles eran de color amarillo y naranja, igual que la lámpara central. Ante la chimenea encendida, estaba la cesta de Daimon, que roncaba apaciblemente.
Luce observó lo distinta que era Gail Madison de su madre, siempre tan severa e impecable. Para empezar, la señora Madison era bastante caótica, y tenía una idea muy peculiar de las raciones. Encargó una cantidad de pizza suficiente para que cenara todo Rainbow Hill. Cada vez que pasaba cerca de Sid, le estampaba un beso en la cabeza, la mejilla o la frente. Su hija la apartaba, o intentaba esquivarla, aunque, en realidad, no le molestaba, sino que era como un juego. Al enésimo ataque besucón de su madre, Sid se rindió.
-Mamá, tienes que hablarle a Hoon de sus piedras- dijo, y cogió otro trozo de <<pizza con todo>>.
Es verdad! Creo que son cristales, excepto la negra, que es un vidrio natural. Se llama obsidiana, y se forma al enfriarse rápidamente la lava -explicó la señora Madison. Hoon notó que su voz había temblado al pronunciar la palabra <<obsidiana>>, y asoció dicho temblor a la piedra que había mencionado Sid-. La piedra violeta es una amatista, es de decir, cuarzo violeta. Y la tercera es una mezcla de cuarzo rosa y cuarzo rojo. Para explicaros el proceso de formación...
-Cuenta lo de los símbolos -la interrumpió Sid.
-¿Qué símbolos? -preguntó Luce.
Y, de pronto, dio un brinco. Daimon había despertado y, sin que la chica lo notase, se le había acercado, y había saltado sobre ella para que lo cogiera en brazos.
-Si Daimon sigue pegado a ti, voy a darte un puñetazo en la boca -protestó Sid, y cogió al perro para llevarlo a su cesta.
Tiempo atrás, Luce se habría ofendido mucho por una frase así, pero ahora conocía bien a la ex Reina de Malaluna, y se echó a reír.
-Nos iba a hablar de los simbolos -intervino Hoon.
Ah, sí! -titubeó la Señora Madison, como si hubiese perdido el hilo, pero lo retomó enseguida-. En pocas palabras: la obsidiana negra es la piedra del guerrero, la amatista violeta representa los poderes de la mente, y el cuarzo rosa, del que se compone la mayor parte de la piedra roja, aunque sea el menos visible, representa el amor y el fluir de las emociones.
Silencio sepulcral.
A Luce se le hizo un nudo en el estómago. Lo que había dicho la señora Madison no le gustaba, y la mirada cómplice que intercambiaron Sid y Hoon le gustó aún menos. Según parecía, compartían un secreto que ella ignoraba. Ninguna de las tres abrió la boca.
La señora Madison interrumpió el silencio.
-Son unas piedras espléndidas -dijo-. Si quieres, Hoon, puedo hacer algo con ellas.
-¿Qué quiere decir?
-Quiere transformarlas en joyas -contestó Sid en vez de su madre.
Genial! ¿La mía puede ser un collar? -preguntó Luce, entusiasmada al oír hablar de joyas.
Le encantaban los collares y las pulseras, y por eso olvidó por un instante las circunstancias en que habían aparecido las piedras.
-¿La tuya? Creí que eran de Hoon -dijo la señora, asombrada.
--repuso la coreana-, pero, por nuestros cumpleaños, he decidido regalar la piedra rosa a Luce y la negra, a Sid.
Una sombra de tristeza oscureció el rostro de Gail Madison.
-La obsidiana para mi niña -murmuró-. De todas formas, no hay problema con el collar. Y vosotras, ¿Queréis algo en especial?
-¿Me costaría mucho un pendiente? -preguntó Hoon, y se sonrojó al oír la sonora carcajada de la mujer.
-Haremos una cosa -propuso Gail-. Tú les has regalado las piedras, y Sid os regalará los engarces. ¿Qué os parece?
Las chicas asintieron, y Luce se sintió culpable. Sabía que era absurdo, porque la historia de que Hoon les había regalado las piedras era una mentira improvisada para no dar explicaciones. Pero, de todos modos, se sentía algo molesta. Le habría gustado participar en aquel intercambio. En la desorganizada cocina de Sid, se había creado un ambiente como de fiesta de cumpleaños anticipada.
-Mientras termináis de comer, yo voy a ponerme a trabajar.
-Sid aún no ha elegido nada -advirtió Luce.
-Ha mí me da lo mismo -dijo Sid-. Yo no llevo joyas.
-Yo me encargo de ella -amenazó alegremente Gail, y salió de la cocina.
Al quedarse solas, las chicas guardaron silencio unos instantes. Hoon se levantó, y empezó a amontonar las cajas de pizza vacías.
-Cuando se pone a ordenar cosas, es porque está pensando. Y eso no es buena señal -protestó Luce-: significa que va a empezar otra vez con sus teorías.
-Teorías que yo comparto -repuso Sid.
Luce se sorprendió. No se esperaba que, mientras ella jugaba a voleibol, Sid y Hoon hubiesen hablado del asunto, y que encima se hubieran puesto de acuerdo.
-Al menos, ¿admites que lo ocurrido tiene un origen sobrenatural? -le preguntó Hoon a Luce.
Creí que eras una persona racional y razonable!
Precisamente por que lo soy, se me ocurren hipótesis que pueden explicar los hechos. Si luego encontramos otras explicaciones, perfecto. Pero ahora, hablemos de ello.
-Yo preferiría hablar de nuestra fiesta -repuso Luce-. Pero, en fin, estamos de acuerdo en que yo tengo cierta influencia sobre las personas, tú sabes cosas que no deberías saber, haces que las teles suenen y se enciendan solas, y te llevas bien con los chicos guapos que hablan demasiado. En cuanto a Sid, pelea mejor que un matón profesional, y oye cosas que no debería oír.
-La cuestión es: ¿por qué? -planteó Hoon, y lo dijo como si ya supiera la respuesta.

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chicas del olimpo 1. lágrimas de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora