las cosas Siempre pueden ir Peor

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Johnson dio su clase, y se despellejó las manos de tanto rascárselas. Luego anunció que la asignatura incluía un trabajo en grupo.
Yo quiero hacerlo con ella! -exclamó Luce, y señaló a Hoon, soñando con tardes de charla más que de estudio.
Se arrepintió al momento. Después de haber criticado a la profe hacía unos minutos, pedirle algo equivalía a no obtenerlo.
Pero la profesora Buitre actuó como si hubiera olvidado lo que había oído. Asintió con desgana, y echó un vistazo a la lista de clase.
-Tal como he dividido el material para vuestros trabajos, vais a tener que formar grupos de tres -dijo, paseando sus ojos rapaces entre los alumnos-. Vosotras dos podéis trabajar sobre Ares, Artemisa, Atenea y Afrodita. Pero tenéis que hacerlo con...
<<Por favor... que sea con el Guapo de la Tercera Fila>>, pensó Luce, y cruzó los dedos.
Fue como invocar lo peor.
Sid Madison, de la clase C!
Luce sintió un nudo en el estómago. ¡No les podía haber tocado una compañera más odiosa que Malaluna! No le hizo falta hablar con Hoon para saber qué pensaba su amiga. Ambas se miraron, contrariadas. Después, le lanzaron una mirada furtiva a Sid. La expresión pétrea de su rostro indicaba que se sentía igual de deprimida ante la idea de trabajar con ellas.
Espera! -exclamó Hoon al terminar la clase-. No podemos irnos a casa sin dirigirle la palabra.
Pero Luce salió del aula a una velocidad supersónica, fingiendo que no la oía. Al llegar al patio, se detuvo a contemplar los nubarrones negros que cubrían el cielo. Durante las dos horas de clase, el tiempo había empeorado mucho, quizá por solidaridad con aquella tarde horrible.
No quiero hacer el trabajo con ésa! -se lamentó-. Es antipática, odiosa, creída, y encima te ha roto la bici. ¡Yo creo que lo ha hecho adrede!
-Ya he arreglado el pedal. Y podemos endosarle las partes más aburridas del trabajo.
-Está bien, pero le hablas tú -consintió Luce, haciendo una mueca-. Yo no quiero tener ningún trato con ella.
Luce vio que Sid estaba en la entrada, mirándolas. Probablemente, también dudaba si acercarse a ellas o no. Tal vez, con un poco de suerte, acabara yéndose por iniciativa propia...
Pero Hoon le hizo una seña, y Sid se aproximó.
Al reunirse las tres, hubo un momento de silencio, gélido e incómodo.
-Ejem...
-Hum...
-Pues...
Luce no soportaba ese tipo de situaciones. A pesar de lo que había dicho hacía unos segundos, fue ella quien rompió el hielo.
-Nos repartimos el trabajo, y un día lo juntamos todo. Después, se lo entregamos a la profe cuando nos lo pida.
-¿Y cómo lo repartimos? -preguntó Sid, con su voz ronca y seca-. ¿Cómo lo presentamos? ¿Ya sabéis dónde hay que buscar el material? ¿Cuántas páginas escribirá cada una?
Luce miró a Hoon: el tono era irritante, pero las preguntas eran sensatas.
-Podríamos quedar una tarde para decidir todo eso -propuso Hoon, y, con los ojos, le imploró a Luce que aceptara.
Su amiga captó el mensaje, y asintió, aunque sin entusiasmo.
-¿Dónde y cuándo? -preguntó Sid, pragmática.
-En mi casa no -suspiró Hoon-. Estamos haciendo inventario, y mis padres nos pondrían a trabajar en cuanto nos vieran.
Luce consideró las alternativas: ir a casa de Sid significaría darle ventaja.
-Podemos ir a mi casa -sugirió-. Hay una buhardilla donde estaremos tranquilas. ¿Qué os parece pasado mañana a las cuatro?
-Mejor a las cinco -respondió Sid, secamente-. Y antes tendríamos que empezar a buscar información.
Perfecto! -exclamó Hoon-. Si os parece bien, yo llevaré algo sobre Atenea.
-Y yo sobre Afrodita -propuso en seguida Luce, que no quería ocuparse de las divinidades restantes. Y menos aún de Ares, que le inspiraba antipatía.
De pronto, se oyó el frenazo de una moto, y el vehículo se detuvo en la calle, muy cerca de ellas.
-Hola, Dude -saludó Sid, con una sonrisa.
-Sube. Llegaremos tarde a entrenar -dijo el chico, y le tendió un casco.
Luce se quedó estupefacta. Había creído que Malaluna sólo era capaz de mirar a su alrededor con aire sombrío y desconfiado.
-Hasta pasado mañana -se despidió Sid, subiendo a la moto.
Dude arrancó. En cuanto se alejaron, Luce sintió un gran alivio. De repente, una inesperada ventolera la hizo tambalearse.
-<<¿Dónde y cuándo?>> <<Mejor a las cinco>> -dijo, imitando el tono cortante y la voz ronca de Sid-. <<Y antes tendríamos que empezar a buscar información>>: ni gracias, ni por favor, ni si os parece bien... ¿Te das cuenta? ¡Lo ha decidido todo ella! No la soporto. Me cae tan mal que casi no he visto lo guapo que era su amigo.
-Al menos no ha decidido cosas absurdas -opinó Hoon, protegiéndose la cara del polvo que había levantado el viento.
-No me refiero a lo que ha propuesto, sino a cómo lo ha propuesto. Emplea poquísimas palabras, ¡ni que las tuviera que pagar!
Luce advirtió que Hoon estaba distraída, y que miraba a su alrededor, como si estuviese buscando algo.
-¿no oyes un zumbido?
-Es el viento. ¿Lo has oído ahora? -contestó Luce, riendo.
-Es otra cosa. ¡Viene de tu bolsillo!
-Sólo llevo el móvil -dijo Luce-, pero está apagado.
-Empiezo a pensar que el técnico de la tele tenía razón -concluyó Hoon, y suspiró.
En ese instante, empezó a llover. Las chicas echaron a correr, pero, cuando llegaron a los soportales, ya estaban empapadas.

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Siguiente capítulo: una Larga Noche

chicas del olimpo 1. lágrimas de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora