Inversión

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En la moto, Sid iba agarrada a Dude. Se sentía electrizada e infinita, como si tuviera el mundo en sus manos. Orgullosa de sí misma como nunca lo había estado.
-No me aprietes tanto -dijo Dude, riendo-. Me vas a romper.
Sid no se soltó, pero aflojó la tensión en los músculos de sus brazos.
-¿Te das cuenta? ¡Es la primera vez que me dice algo así! -exclamó con su voz ronca, aunque hablando en un tono más alto, lleno de felicidad.
Esa tarde, Patty Dawson, su entrenadora de esgrima, la había felicitado.
-Es un gran día. Además, ¡hoy no has roto nada! -bromeó Dude.
Su amigo del alma estaba casi tan contento como ella.
-Sí Dawson te ha dicho que la competición de mañana es pan comido, significa que te considera su sucesora.
Sid no habría podido ser más feliz. Estar en la pista era lo que más le importaba. Allí no se perdía el tiempo.
Todo era muy rápido. Instinto y decisión se fundían en un solo movimiento. De ataque o de defensa, no importaba. Victoria y derrota se decidían en un instante.
-¿Lo celebramos con una pizza? -propuso Dude al llegar a casa de Sid-. Si prometes comer sólo una, invito yo.
-Aunque quisiera, esta noche no podría comer más de una. Mañana tengo que sentirme ligera. Entra conmigo. Voy a pedirle permiso a mi madre, y a dejar la bolsa.
Gail Madison apareció junto a la puerta, anticipándose a los chicos. Le hizo un gesto a su hija para que entrara deprisa.
-Amber al teléfono -dijo, y señaló el inalámbrico que había dejado sobre el mueble de la entrada.
Sid hizo una mueca, y se pasó el pulgar por la garganta, de izquierda a derecha, para que Dude comprendiera quién la llamaba.
-Amber METOMENTODO Cassavetes. Mi compañera de pupitre -le susurró-. No es mala, pero es la más charlatana de un grupo de cotillas, y siempre se mete donde no la llaman. 
Suspiró, cogió el teléfono y contestó:
-No tengo tiempo para hablar. Estoy a punto de salir.
Qué valor! -comentó Amber-. Yo, si mañana tuviese que exponer mi trabajo en la clase de Johnson, me quedaría en casa estudiando.
-Mi exposición no es mañana. Es el 21.
Silencio.
-Te equivocas -repuso Amber-. Tengo delante una fotocopia de la hoja de programación. Mañana exponéis tú, Song y Grimaldi. Tenéis que hablar de cuatro de los doce dioses superiores del Olimpo.
Otro silencio. Esta vez por parte de Sid.
-Por favor, vuélvemelo a mirar.
La voz de Sid era un murmullo. La chica oyó ruido de papel, y de nuevo la voz de Amber:
-Te lo confirmo. Os toca el 12, o sea, mañana. Te he llamado para ver cómo lo llevabas, y ya veo que la cosa está muy verde.
Sid se limitó a balbucear un rápido Sí-gracias-adiós antes de colgar el teléfono. Marcó corriendo el número de Hoon, tras buscarlo en la agenda del móvil.
-¿A quién llamas? -preguntó Dude, asomando la cabeza por la puerta de la sala.
Sid le hizo un gesto para que callara. Hoon tenía el móvil desconectado, igual que Luce. Marcó el número de la casa de los Song. No contestó nadie. Llamó a los Grimaldi. Habló con la señora, quien le dijo que su hija no estaba. Sid tuvo la impresión de que mentía, pero se limitó a pedirle que Luce la llamara lo antes posible. Después llamó a otra compañera de clase para comprobar la información que le había dado Amber.
Y tuvo la certeza de que estaba en un apuro. En un apuro bien gordo.
-Nada de pizza, Dude -le dijo a su amigo, que se entretenía jugando con Daimon.
-¿Por qué? ¿Ya no quieres celebrarlo?
-Me he armado un lío con un trabajo del instituto -respondió, y luego, dirigiéndose a su madre, añadió-: ¿Puedes prepararme litros de café?
Dude se quedó con Sid hasta las doce de la noche, ayudándola a organizar todo el material. Hoon y Luce ya le habían dado las fotocopias de lo que habían encontrado. Por desgracia, ella había estado muy ocupada con los entrenos, y no había hecho nada. Volvió a llamarlas más tarde, pero tampoco tuvo suerte.
A las tres de la madrugada, Gail entró en su habitación.
-Cariño, deberías dormir un poco -le sugirió con dulzura-. Mañana... mejor dicho, hoy tienes la competición.
-No puedo, mamá. Con Johnson no se juega. Si no le entregó todo esto, me pondrá una nota pésima. Y si empieza a considerarme una mala alumna, la cosa no tendrá remedio.
- quieres terminar esto, no vayas a las clases de la mañana.
Sid sintió un gran alivio. Había terminado la parte de Hoon, y le faltaba la mitad de la parte de Luce.  Pero aún tenía que hacer la suya, y repasarlo todo para preparar la exposición. Y ya no contaba con la ayuda de las otras dos.
Abrazó a su madre, y siguió trabajando.
<<¡Lo conseguiré!>>, se dijo.
A las seis estaba preparando el tema de Ares. A las siete, su madre la encontró dormida en la silla, con la cabeza sobre el escritorio.
La despertó para llevarla a la cama, pero Sid pidió más café, y siguió trabajando.
<<¡Maldito Ares! Si no fuera por él, ya habría terminado. Y todo iría bien. >>

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Siguiente capítulo: la Gota que Colma el Vaso

chicas del olimpo 1. lágrimas de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora