El pastel robado

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Luce estaba aterrorizada. Le suplicó a su madre que no la obligara a ir a la fiesta del decimoséptimo cumpleaños de su prima, una pesada de cuidado. Pero Eloísa Grimaldi fue inamovible.
No me mires así. Eso funciona con tu padre, no conmigo.
Luce la miró, y buscó desesperadamente un buen motivo para quedarse en casa, pero no se le ocurría nada. Mejor dicho, ideó toneladas de mentiras que le habrían servido con cualquiera, pero nada que pudiera convencer a su madre. Fue a su habitación, y pensó en Espantosa. Quizá, si se la ponía, le sucedería algo terrible, y se vería obligada a regresar a casa. Lamentablemente, la camiseta gafada no funcionaba desde que había conocido a...
¡Hoon! Ésa era la solución. Luci retrocedió, y volvió junto a su madre.
Mami, tenías razón. Ahora me han entrado ganas de ir a la fiesta –dijo con voz suave–. ¿Puedo ir con mi compañera de clase? Así se la presentaré a Melissa, y también se harán amigas.
Luce cruzó los dedos, esperando que su madre se tragara la historia. Eloísa Grimaldi sopesó la propuesta sin quitarle los ojos de encima a su hija.
Y ésta exhibió su sonrisa más angelical.
-De acuerdo. Avisaré a tía Pulcie de que irá una persona más.
Luce, muy contenta, besó a su madre, que fue enseguida a llamar. Mientras, ella llamó a Hoon con el móvil.
-Oye... ya sé que es tarde para pedírtelo, pero esta noche hay una especie de fiesta en una pizzería. Es en honor de mi prima, que es odiosa, pero, si vamos las dos juntas, ¡puede ser divertido!
No es que fuera una invitación muy tentadora, pero, a las ocho en punto, Hoon y Luce se presentaron en la pizzería.
Melissa se acercó a ellas. Luce notó que no miraba sus caras, sino el paquete que sujetaba entre las manos.
-Éste es nuestro regalo, mío y de Hoon, que es mi compañera de clase -dijo Luce-. Tu madre te ha hablado de ella ¿no?
Su prima comenzó a enumerar los maravillosos regalos que había recibido. Y, por su tono, podía deducirse que no esperaba que el paquete de Luce estuviera a la altura de los demás.
Melissa aún no había terminado su lista de obsequios, pero llegaron dos invitados con un gran regalo, y eso la distrajo. Luce aprovechó para alejarse, y encontró dos sillas libres. Estaban una junto a la otra, aunque demasiado cerca de la homenajeada.
Luce y Hoon charlaron y rieron toda la noche. Cada vez que sus carcajadas superaban el límite acústico permitido, Melissa las observaba con aire ofendido. Las horas pasaban, Luce se divertía, y empezó a pensar que se había equivocado con Espantosa.
-Cuando compré la camiseta que llevaba el primer día de clase, me pareció la más bonita que había tenido.
-Y lo es -dijo Hoon.
-Pero, la primera vez que me la puse, todo me salió mal. Empecé a creer que la camiseta estaba gafada, de repente la vi fea y la llamé Espantosa.
-¡¡¡Pobrecilla!!! -exclamó Hoon-. ¿Eres supersticiosa?
-No, pero tengo la impresión de que, a veces, las cosas tienen un significado que se nos escapa.
-Pues mira, yo también tengo esa sensación -dijo Hoon.
-Pero ahora, desde que te conocí -murmuró Luci-, sé que Espantosa no trae mala suerte.
Las dos chicas se sonrieron. Luce sentía la plenitud de los momentos importantes. Y, al mirar a Hoon, comprendió que ella sentía lo mismo.
El pasteeel! -chilló Melissa, con voz estridente, y se cubrió la cara con las manos, fingiendo gran sorpresa.
Por supuesto, había tenido que estropearles el momento. Un camarero trajo un pastel enorme, decorado con fresas y nata, que llevaba escrita la edad de Melissa.
-El primer trozo es para mí, que soy la homenajeada -dijo la muy pesada, y se dispuso a cortarlo.
A Luce ese comentario le pareció insufrible. Su prima estaba a punto de hundir el cuchillo en el pastel. Hoon se levantó, se abalanzó sobre Melissa y le inmovilizó el brazo.
Quieta! -gritó mientras le quitaba el cuchillo-. ¡No lo hagas!
-¿Te has vuelto loca? -protestó la homenajeada, mientras la cara se le hinchaba y enrojecía.
-Ese pastel no es tuyo. Debe de ser de una vieja. No puedes robarle el pastel a una anciana -explicó Hoon, y miró a su alrededor, muy preocupada-. Piensa que éste podría ser su último cumpleaños.
Luce no entendía nada, pero, al ver que Melissa lanzaba improperios contra Hoon, adoptó una actitud combativa, se acercó a ambas y habló, empleando un tono muy seco con su prima y otro más dulce con su amiga:
Para ya,  Melissa! ¿Qué ocurre, Hoon?
-El pastel lleva escrito un <<71>>,  y Melissa no cumple setenta y un años. Seguro que en la pizzería hay una anciana que...
Luce sacudió imperceptiblemente la cabeza, de manera que sólo lo notase Hoon. Ésta lo advirtió, y se detuvo.
-Lo siento  -se disculpó Hoon tras observar el pastel, mirando a Luce con aire perdido-. Lo he leído mal.
-No pasa nada -le dijo Luce a su prima, mientras le guiñaba el ojo a Hoon-. Corta tu pastel, y ¡muuuchas felicidades!
Lo dijo con una voz tan amable que todos pensaron que le estaba tomando el pelo. En la pizzería se oyeron risas ahogadas.
Hoon quiso que se la tragara la tierra, pero, al mirar los ojos cómplices de Luce, comprendió que no pasaba nada.
Cuando el resto del grupo se fue a la discoteca, para celebrar allí la segunda parte de la fiesta, las dos chicas se sentaron en un escalón, y esperaron a que el chófer del señor Grimaldi fuese a recogerlas. Las luces intermitentes del letrero de la pizzería daban un aire alegre a la plaza. Luce no conseguía parar de reír.
-Debería hacerte un monumento. La expresión de Melissa cuando le has quitado el cuchillo me compensa por todas las veces que ella me ha culpado de sus fechorías. ¿Habías leído realmente setenta y uno, o lo has hecho adrede?
-Soy disléxica. Suelo invertir los números, o las letras de palabras largas que no conozco. Me cuesta mucho pronunciar algunas palabras, y otras no logro memorizarlas.
Hoon se sorprendió a sí misma; nunca había hablado de eso con nadie. Pero, aquella noche, se lo contó todo a Luce.
Cuando empezó a ir al colegio, le costaba mucho. Aprender a leer fue un suplicio. Muchos profesores la trataban como si fuera tonta.
Su madre siempre la defendía, aunque sus malas notas eran innegables. Poco a poco, fue ideando una serie de trucos para superar sus dificultades, y empezó a irle mejor. El cambio llegó gracias a la señora Pervez, una profesora que le daba clases de repaso. Ella comprendió su problema, y aconsejó a sus padres que la llevarán a una logopeda.
Desde la primera visita, su vida mejoró. Saber por qué cometía ciertos errores fue el primer paso para corregirlos. Durante un año, fue a la logopeda, y sus notas subieron notablemente.
-No acabo de entender esto de la dislexia -dijo Luce-. Lo único que sé es que eres una de las chicas más inteligentes y simpáticas que he conocido nunca.
-Eres la primera persona a quien se lo cuento -le confesó Hoon, muy satisfecha.
-Gracias por la confianza -repuso Luce, y su expresión rebosaba de orgullo.
Cuando se despidieron, Hoon comprendió que Luce era una amiga distinta a las que había tenido hasta entonces. Sentía que podía contárselo todo, y que ella siempre estaría de su parte.
No se podía pedir más.

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Ya acabe este capítulo, estos días me propongo escribir los capítulos de manera más seguida para poder publicarlos bien rápido, ya sabéis . Ya sabéis que agradezco los votos y los comentarios.

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