un Aviso Lejano

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El ambiente alegre que había al principio de la tarde se desvaneció.
-De modo que es cierto -murmuró Luce con voz lúgubre.
Se sentía una especie de monstruo de feria, y estaba a punto de contagiarles su mal humor a las demás.
-Tu también tienes tus rarezas -le dijo a Hoon, como si estuviera buscando una compañera de fatigas-. Oyes zumbidos, y sabes cosas que ignorabas que sabías cuando tienes esos clics.
Hoon asintió.
-Yo, si tuviera tus poderes -dijo Sid, mirando a Luce con expresión divertida-, les pediría a mis contrincantes de esgrima que me dejasen dar estocadas. Y les pediría a todos los profes que no me preguntaran cuando no me sé la lección.
Considerando el asunto desde ese punto de vista, podía parecer interesante, pero Luce no estaba convencida.
-No entiendo adónde quieres llegar -le dijo a Hoon.
-Intento comprender por qué nos agredió Megan. ¿Por qué a nosotras? Puede que supiera que tenemos unos poderes especiales.
-Pero Megan también quedó con Sid -remarcó Luce.
-¿Viste cómo la pisoteó Sid? -replicó Hoon-. ¡No me digas que eso no es tener un poder especial!
-Quizá sea porque entreno mucho. Aunque en esgrima también me ocurren cosas raras. Últimamente, he roto un montón de armas. Pero no lo hago adrede. Es lo mismo que me pasó cuando te rompí la bici. Sólo quería ayudarte a levantarla, pero arranqué el pedal. Por cierto, te pido disculpas.
-Ya está arreglada -la tranquilizó Hoon.
-Y hay algo más -murmuró Sid, con una inflexión lúgubre en la voz-. Algo mucho más importante, creo yo.
Luce se sobresaltó, y vio que Hoon también abría los ojos como platos. Sid acariciaba al perro con un movimiento rítmico, como si ese gesto la calmara.
-¿Quieres hablar de ello? -le preguntó Hoon con un hilo de voz.
-Todo empezó la noche de la tormenta -contestó Sid-. Después de la primera vez que hablamos del trabajo. Daimon se puso a gruñir frente a una caja en la que mi madre guarda una piedra especial. La llama <<nuestra obsidiana>>.
Hoon escuchó con mucha atención el relato de Sid, quien contó la misteriosa desaparición de su padre, todo lo que ocurrió aquella noche y cómo oyó su risa.
-Desde entonces, me ocurre con frecuencia. Y no es un recuerdo. Oigo su risa, como si mi padre estuviese realmente aquí, igual que vosotras. Desde entonces, cada vez que toco la piedra, la noto caliente, pero mi madre no se da cuenta de nada.

En la sala se hizo un hondo silencio. Hoon buscaba algo que decir para consolar a Sid, pero le vino a la cabeza la voz que creyó oír antes de desmayarse en el centro comercial.
Se fijó en el televisor, que no había dejado de hacer ruido. Estaba apagado, pero el zumbido era cada vez más intenso. Hoon oyó que Daimon ladraba de nuevo, pero su ladrido sonaba lejos y, además, quedaba ahogado por ese ruido, que la perseguía sin cesar.
-Hoon -dijo Luce-, ahora yo también lo oigo. El zumbido...
-Y viene de la tele -añadió Sid.
Entonces el televisor se encendió. Vieron en la pantalla el rostro de un muchacho a quien Hoon no había visto jamás. Debía de ser poco mayor que ellas. El corazón empezó a latirle a mil por hora. Y recordó su extraño sueño con la criatura alada, las amapolas y la puerta de marfil.
-¿Me oyes? -preguntó el chico, que parecía nadar en un mar oscuro.
Hoon se quedó helada al mirar la pantalla y ver que el mando a distancia estaba encima del televisor.
-¿Me oyes? ¡Se acaba el tiempo! -insistió el chico de la tele.
- -asintió Hoon, y pensó que se estaba volviendo loca.
-El os está buscando. Y aún no estáis listas para defenderos. Hace tiempo, elegisteis. Tenéis que encontrar vuestras lágrimas, porque en ellas está todo lo que no habéis querido perder. Los poderes de Atenea, Afrodita y Artemisa...
El televisor se apagó. El zumbido cesó.
Hoon ya no estaba segura de nada. Tenía la sensación de haber entrado en un mundo erróneo, o en la vida de otra persona.
Temió que, al volverse hacia el sofá, no vería a nadie. Pero, cuando lo hizo, Luce y Sid seguían allí, inmóviles y con cara de desconcierto.
-¿Vosotras también lo habéis visto? -les preguntó.
- -respondieron ambas, en un tono que traslucía su pánico. Ninguna se movió.
Hoon estaba muy angustiada. Se sentía impotente, y temía dar un solo paso. Estaba segura de que, si lo hacía, sucedería algo irreparable. Respiraba mal, como si le faltara aire en los pulmones, y la cabeza le daba vueltas. Tenía la impresión de que ya no había tiempo para nada, de que su mundo estaba terminando. Le habría gustado estar con sus seres queridos. Estaba con Luce y Sid, pero faltaban sus padres y su hermano.
<<Se acaba el tiempo>>, había dicho el chico de la tele. Y ella sintió que su tiempo había terminado. Las paredes de la sala giraron a su alrededor, se volvieron incandescentes y empezaron a fundirse. Un sonido agudo penetró en su cerebro. Y el suelo empezó a desintegrarse.

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Siguiente capitulo: Lágrimas de Cristal

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