Capítulo 13

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Dos días después:

Mis ojos miraban el techo, manchado por humedad, y sinceramente ya no me quedaban lágrimas para derramar. El olor a suciedad me inundaba por completo, llevaba dos días encerrada y no podía acostumbrarme.

No tenía respuestas, y eso me estaba volviendo loca. Ni llamadas, ni visitas. Solo... tenía que esperar.

¿Esperar a qué?. No entendía absolutamente nada.

Alex si entendería perfectamente todo. Mis derechos y por qué estaba esperando.

Alex... por Dios, me era imposible sacar de mi cabeza lo que había hecho por mí, me era imposible olvidar los ojos de él y de Diddy mirándome, lagrimosos. Abrazados. Podía jurar que ella estaba aún más protegida con él que conmigo, y sé que está bien.

El ruido que escuché ayer lo vuelvo a escuchar, y me paro de inmediato del piso, agarrándome de las gruesas barreras que impedían mi salida.

-Ya llegó. –Solo dijo el policía cuando apareció en mi campo de visión. [¿Qué?]. Y saco el de su bolsillo un enorme juego de llaves, buscando una y abriendo la reja. –Ven. –Me aprieta el brazo derecho, doblándolo hacia atrás y apretando otra vez mis muñecas con las esposas. Me arrastra hacia la salida, y mi corazón estaba más acelerado que nunca. [¿Qué pasa?, ¿ahora qué?].

Llegamos a una sala, con una mesa en el medio y otra vez sin ventanas. La curiosidad de si era de día o de noche me mataba, la curiosidad de saber si había sol o si estaba nublado, de saber si la noche estaba estrellada o si no se podían apreciar las estrellas.

Me senté en una de las sillas casi a las obligadas y el oficial antes de retirase me sacó las esposas, pero me las volvió a poner, esta vez con mis manos adelante. Se retiró luego, cerrando la puerta con fuerza.

Mi corazón sube a la garganta, me sentía tan nerviosa, tan ansiosa. Me dieron ganas de vomitar y mi rostro se arruga, sintiendo hambre por primera vez en... ¿cuánto?, ¿un día?, ¿un día y medio?, ¿dos?, sinceramente había perdido la noción del tiempo. Me había pasado las horas bebiendo agua, pero la comida no podía ni siquiera tocarla.

La puerta se abre y me sobresalto, mirando hacia atrás.

Una señora de unos cuarenta y tantos años aproximadamente se acerca a la mesa con unos papeles en su mano y una vez se sienta, recién levanta la vista hacia mí.

-Buenas tardes, soy Adeline Brooks, su abogada. –Me tiende la mano, y yo la aprieto en un saludo, mientras asiento.

Unas pocas horas luego, la señora Brooks ya me había explicado todo sobre mi caso; y me contó (y me mostró) la grabación de una cámara escondida donde se me ve solo a mí, y entonces entendí por qué solo buscaban a uno, y le agradezco a Dios que no haya salido Alex en el video.

Pasado mañana debería atestiguar frente a doce jurados, y ya ambas dábamos por hecho que debía culparme y aceptar los cargos que merecía.

Pero algo en mí pedía a gritos hablar de la chica que mantenía secuestrada, entonces se lo dije.

Le dije absolutamente todo, y ella no paraba de sorprenderse.

-Aceptaré los cargos que merezca, pero la chica merece justicia. –Le había dicho, y ella, pude jurar que con toda sinceridad, asintió; diciendo que investigarían a profundidad. Sé que esto no iba a ser nada fácil, pero tenía que probar el secuestro. Él habrá limpiado todas las pruebas, pero el cuerpo bajo los azulejos, no. Y lo iba a probar. Se pudrirá en la cárcel, al igual que yo.

Brooks se había retirado, pero yo todavía me encontraba con las esposas, esperando que me sacaran del lugar y volviera a la jaula, pero nada pasaba.

Luego de unos minutos, la puerta se vuelve a abrir y giro mi vista.

Su sonrisa.

Me levanto con prisa y me dirijo hacia él, sin poder desarmar la enorme sonrisa en mi rostro. Mis manos juntas se alzan hacia arriba y atrapo su cuello entre mis brazos. Los suyos me envuelven y francamente no quería salir de allí. Me sentí totalmente segura, después de días.

Y, sin darme cuenta, mis labios se dirigieron hacia los suyos, sintiendo sus besos después de tantos años.

Quería que los segundos se transformaran en una eternidad, en este mismo instante.

El hambre que sentía antes ahora se multiplicó, pero sabía que no era hambre. Era el mismo sentimiento de hace diez años atrás.

Fue él quien se separó de mis labios, y al no sentirlos podía jurar que ya no me sentía completa.

No respiresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora