13.

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"Déjame ayudarte."

Al otro lado de la calle, Eva vio una bonita casa con jardín frontal, y a una mujer mayor riendo alegremente mientras se inclinaba ante un par de macetas atiborradas de tierra recién preparada. A lado de ésta, un joven en sus veinte con gafas oscuras a causa del sol y no para ocultar quién era, le alcanzó una pequeña pala de jardín y luego se volvió para tomar una planta de vistosas flores azules con la intención de pasársela cuando estuviese lista. La escena era de lo más normal y hogareña, y sin embargo no fue eso lo que llamó la atención de Eva. Franz sonreía. Había una pequeña y afectuosa sonrisa en sus labios, y por alguna razón el corazón de Eva comenzó a latir más rápido al ser testigo de ello, lo que provocó que se volviera deprisa para dejar de mirarlo.

- No tienes tiempo para esto - musitó la muchacha para sí, cerrando los ojos. - Ponte las pilas, mujer. Estás intentando salvar su vida y la tuya al mismo tiempo, así que muévete.

Pero incluso mientras saltaba a otro sueño o recuerdo, Eva aun podía recordar aquella sonrisa y cómo la había hecho sentir.


Parecía una tarde de verano, cerca de la laguna que los pueblerinos llamaban El Charco. Recostados a un árbol, Franz y cuatro adolescentes charlaban casualmente, lo que hizo pensar a Eva que sus recuerdos no solo se habían adueñado de sus sueños, sino que habían perdido dirección. Ya no había un orden en el pasado. Y en consecuencia, cerró los ojos y trató de concentrarse en otro lugar..., pero cuando volvió a abrirlos, lo único que había cambiado era que el hombre volvía a verse en sus treinta, era de noche y se hallaba solo.

- Franz...

Él pareció no escucharla. Terminando de quitarse la ropa, entró en el agua clara y refrescante de la laguna y Eva desvió la vista turbada antes de volver a contemplarlo mientras el hombre se zambullía. ¿Qué carajos estaba haciendo? Eva se llevó las manos a la cara y notó que ardía, lo que provocó que el sonrojo se prolongara.

- Basta, tonta, basta - se dijo. - Estás actuando como una chiquilla.

Pero por supuesto, eso no hizo nada por disminuir el calor en su rostro y en su cuerpo.

- ¿Te gusta lo que ves? - La voz de Franz desde el agua la sobresaltó y Eva advirtió que se había vuelto para mirarla por encima del hombro, como si siempre hubiera sabido que ella se hallaba allí.

- Perdón, no estaba espiando - balbuceó ella como respuesta. Él no parecía especialmente molesto, sin embargo. La contemplaba con curiosidad.

- ¿Ah, no...? ¿Acaso perdiste tu camino, Caperucita?

- Ah, ese no es un cuento que me guste mucho, ¿sabes? Quiero decir, qué padres en su sano juicio enviarían a su pequeña hija sola por un bosque y qué carajos hacía la abuela de la niña viviendo tan lejos de la aldea después de todo, ¿no? Lo pone a uno a pensar, ¿verdad?

- De hecho, los cuentos solían relatarse para impartir enseñanzas en los más pequeños, así que no estás muy desencaminada. ¿Qué hay de ti? ¿Qué crees estar aprendiendo esta noche?

Debatiéndose entre decir la verdad o inventar una excusa para largarse antes de avergonzarse más, Eva lo pensó un momento antes de contestar, pero él no se lo concedió. Como si no advirtiera su nerviosismo, Franz comenzó a salir del agua y echó a andar hacia ella, provocando que la muchacha se llevara las manos a la cara rápidamente cubriendo sus ojos.

- ¡Espera, no salgas, por favor! - exclamó ella, su voz perdiéndose en la inmensidad del bosque. La respuesta de Franz fue una breve carcajada a medida que se acercaba con paso deliberadamente lento.

Noche de caza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora