"Franz... Sigo aquí".
Pero él no parecía advertirlo. Era muy joven, en sus dieciséis tal vez. Yacía hablando con una chica de cabello corto, en la plaza del pueblo, y ella trataba de quitarle los lentes oscuros que él llevaba con gesto serio, a medida que le decía:
- No tienes que hacer esto. Nunca me molestó. Ni siquiera cuando éramos niños y aquellos chicos estúpidos te gritaban monstruo.
- Gracias por el dulce recuerdo - replicó Franz, aunque su tono no era de enfado, sino de tristeza.
- Lo siento... Franz, debo hacer esto. Debo irme. Este es mi sueño, es lo que quiero para mi vida.
- Creí que lo que querías para tu vida era a mí.
- Te quiero... - vaciló ella - Pero no puedo quedarme estancada aquí. Hay todo un mundo allá afuera. Quiero ver otras cosas, quiero... No puedo quedarme. Lo siento.
Un claxon se oyó, en ese momento, desde una camioneta en la calle, y la chica se soltó de sus brazos con lentitud, echando a andar hacia donde la esperaba su madre. No volvió la vista atrás, y él no la detuvo. Pero mientras contemplaba como el vehículo se alejaba, el joven se quitó finalmente los lentes y Eva pudo ver de nuevo el color azul de su ojo derecho... y el café del izquierdo. Eran los ojos del lobo.
Eva vaciló, y adelantó unos pasos con la intención de llamarlo, pero de repente dejó de ver la plaza y se encontró a un metro escaso de las vías del tren, apartándose instintivamente de allí al oír el rápido traqueteo que se acercaba.
Había saltado. Ese era un término que le gustaba porque parecía expresar perfectamente la forma tan imprevista en que pasaba de un sueño a otro. Sin embargo, no explicaba para nada cómo había ocurrido, pues se suponía que debía ser ella quien controlaba esos pasajes. ¿En dónde estaba?
En cuanto el claxon del tren disminuyó, unas voces atrajeron su atención, provenientes de unos árboles más allá. Dos adolescentes se hallaban encaramados a sus ramas, y al reconocer a Franz, la muchacha echó a andar hacia allí cuidando de que no la vieran. Mientras se aproximaba notó que su amigo no era ninguno de los jóvenes de la cabaña y aunque no lo conocía, a Eva no le gustó el tono de su voz al hablar. Le recordaba demasiado al diablillo de los dibujos animados susurrando maldades al oído.
- Ni siquiera se despidió, ¿no es cierto? - decía.
- ¿En dónde están los demás, David? - inquirió Franz, contemplando los campos.
- Esperando. Déjala, amigo. No vale el tiempo que perdiste por ella. Bórrala como ella hizo contigo.
- Vamos, entonces.
De un ágil salto, Franz se bajó del árbol y el otro chico lo siguió, pero sonreía ligeramente y Eva sintió un escalofrío.
Acercándose hacia las vías del tren, Franz se quitó los lentes y los contempló por unos segundos antes de arrojarlos a los rieles.
- Adiós, Julieta... - musitó.
Y volvieron a saltar.

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Noche de caza
Manusia SerigalaEva tenía un secreto y buscaba la forma de escapar del hombre que la perseguía implacable para obtenerlo. Su huída se verá interrumpida, sin embargo, cuando se vea obligada a ayudar a un grupo de amigos en el bosque. Su líder ha sido herido de grave...