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"¡Franz...!"

Algo muy malo estaba sucediendo. Lo supo aún antes de reaccionar, pero al principio no recordó exactamente por qué. Solo que debía actuar con rapidez.

- Está despertando.

La voz... Conocía aquella terrible voz. Eva abrió los ojos y descubrió a David ante ella contemplándola con una sonrisa irónica. Detrás de él yacían los demás, y más a la izquierda, Franz se había recostado a un viejo escritorio, cruzándose de brazos.

- Ya era hora - agregó David, antes de volverse hacia su amigo - ¿Quieres que me encargue? Seguro que puedo sacarle una confesión como lo hacían los soldados alemanes.

Quería asustarla. Tenía que tratarse solo de eso. No podía realmente estar pensando en torturarla, ¿verdad? Eva se fijó en Franz, pero éste demoró en responder.

- No. Yo lo haré.

- ¿Seguro...?

- Espérenme afuera.

David suspiró y asintió con la cabeza, dirigiéndole una última mirada a Eva antes de salir realmente de la cabaña seguido de los demás. Cuando estuvieron solos, Franz la observó frunciendo el ceño y preguntó:

- ¿Sabes lo qué sucederá si me mientes?

- Imagino que sí - contestó ella a medida que se tocaba con cuidado la cabeza, allí en donde David la había golpeado. El dolor la hizo apretar los dientes por un instante y maldecir al aludido en silencio, aunque solo por un instante. Cuando volvió a observar a Franz, se apresuró a agregar - Pero espero lograr que me creas.

- Ya veremos. Empecemos con una pregunta sencilla. ¿Quién eres?

- Te dije quién soy.

- Tu nombre verdadero - repuso él, algo que hizo que la muchacha vacilara por un instante - ¿Y bien?

- Eva.

- ¿Sabes lo que soy, Eva?

- Sí.

- Entonces, sabes que puedo sentirlo, ¿verdad?

Franz se había alejado del escritorio para acercarse hacia ella y Eva no pudo evitar desviar la vista nerviosa.

- No sé qué...

- Cuando me mientes - añadió él deteniéndose para inclinarse junto a su oído - Puedo sentirlo. ¿Sabes qué más puedo sentir, cariño...? Tu miedo. El latir de tu corazón ahora mismo. Tu respiración, que intentas controlar pero no puedes porque sabes muy bien que tienes algo que ocultar.

- No es lo que crees. Si me dejas explicarte...

Franz se movió más rápido de lo que ella hubiera podido imaginar. En un momento estaba a su lado hablándole en un susurro y al siguiente la había sujetado de los brazos y la había lanzado hacia el suelo, reteniéndola con su cuerpo allí. Su voz se había tornado peligrosamente áspera y Eva lo contempló asustada incapaz siquiera de moverse, advirtiendo la frialdad reflejada en aquellos singulares ojos. Frialdad dirigida hacia ella, lo que hizo retorcer su corazón de dolor por alguna razón.

- Ahora tú escúchame muy bien - musitó Franz. - Solo hay una cosa que quiero de ti, y sabes cuál es. Sé que estuviste allí esa noche. Estás en todas partes, ¿no es cierto? ¿Por qué lo ayudaste...? ¿Con qué te compró?

- Franz, no es lo que parece. Tienes que creerme. Fueron tus amigos quienes me enviaron aquí.

- ¿Por qué la mataste? ¡Dímelo! Ella era todo lo que tenía.

Sus dedos rozaron el cuello de la muchacha como una amenaza a medias y Eva comprendió que podría quebrarlo como una varita si así lo deseaba. Aunque su forma humana no había cambiado, ella pudo advertir los colmillos del lobo asomándose en sus labios y eso finalmente quebró la parálisis que había gobernado sus sentidos, haciéndola luchar entre sus brazos.

- ¿¡No puedes solo escucharme por un maldito segundo!? - le gritó exasperada.

De pronto, Franz la soltó y regresó junto al escritorio apoyando las manos en él para sostenerse mientras respiraba agitado. Sin dejar de observarlo, Eva se incorporó del suelo lentamente y se preguntó si acaso él había estado a punto de cambiar y de alguna forma lo había detenido. Para no hacerle daño.

- Yo no lo hice - declaró entonces, mientras se acercaba hacia él – No lo hice. Vas a tener que creerme, ¿okay? Se te está acabando el tiempo, y yo no puedo hacer milagros. Tienes que despertar.

- ¿De qué carajos estás hablando? - inquirió Franz sin volverse.

- Estás confundido, y es normal. Me temo que he hecho un lío con tus recuerdos. Pero ya va siendo hora de que te enteres, Franz.

Eva se había aproximado del todo hacia él finalmente y apoyó una mano suave sobre su hombro, haciendo que el joven se diera vuelta sobresaltado. Cuando sus ojos se encontraron, la mujer murmuró:

- Estás muriendo. Lo siento, pero tienes que detenerlo. Solo tú puedes hacerlo.

- ¿Has perdido la razón, Caperucita? - replicó él, frunciendo el ceño.

- No, y creo que parte de ti lo sabe - agregó Eva, apoyando su mano esta vez en su pecho y provocando que el joven respingara, apretando los dientes - ¿Ves? Te duele... Algo en ti lo sabe también. Estás herido y tienes que despertar.

- Tendría que haber dejado que David se encargara de ti, ¿no es cierto?

- No intentes asustarme. Esto no es una puta broma. ¡Es una bala de plata, y te está matando!

- Aléjate de mí - repuso el joven, apartándola con brusquedad y echando a andar hacia la puerta - Enviaré a Elisa y César. Seguro que ellos dos consiguen sacarte la verdad.

- ¡Franz...! - insistió Eva, siguiéndolo y asiéndolo del brazo - ¡Despierta!

El joven seguía ignorándola, pero Eva podía sentir la realidad tirando de ella fuera del sueño y sabía que ya no tendría otra oportunidad de ayudarlo si no lo hacía en aquel momento. Sería demasiado tarde después. Así que hizo lo único que le quedaba por hacer. Abalanzándose hacia él y sintiéndose un poco como una de esas desesperadas heroínas de novelas rosa con intenciones de franeleo, la muchacha le desabotonó la camisa de un fuerte tirón y dejó que viera las venas grises que trazaban inexorablemente su pecho rumbo a su corazón.

Un segundo después, Tara pareció desesperada por despertarla, y Eva solo consiguió enviarle un último mensaje antes de reaccionar.

"Te digo la verdad. Puedes sentir también eso, ¿verdad? Entonces, por favor, confía en mí."

Noche de caza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora