3.

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El resplandor de la luna iluminaba parcialmente el camino, debido a las nubes que la cubrían en parte, aunque no lo necesitaban para encontrar lo que buscaban. La noche recién empezaba.

Franz sintió la voz de Anahí en su mente en un momento, pero se negó a escuchar sus advertencias, sus consejos. Por más que la quisiera y respetara, no podía escuchar. No esta vez. Ansiaba la sangre de aquel que acababa de profanar su refugio.

El cazador había entrado en la cabaña. Podía sentirlo recorrer el lugar, tocar sus pertenencias; podía olerlo allí, y quizás eso era lo que más le irritaba. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que ese olor por fin se desvaneciera de la casa y su recuerdo desapareciera con él? Eso era algo que había tenido que aprender por sí solo hacía muchos años. Aprender a olvidar o a vivir con algunas cosas. Se había obligado a ello para poder-

"Franz."

Se detuvo, jadeante, y se volvió hacia Anahí a tiempo de entender sus señas y precipitarse en dirección contraria, perdiéndose entre los árboles. Carajo. Debía prestar más atención o acabaría muerto, lo sabía. Estaban demasiado cerca de la cabaña.

"¿Estás bien...?"

"Estoy bien, tranquila."

Pero no lo estaba. Franz se tomó un instante a pensar en la sorpresa del cazador cuando por fin cayeran sobre él, pero no se engañaba. Sus pensamientos continuaban alejándose y alejándolo del bosquecito. Era una insensatez, un riesgo que no debería de estar tomando y que tendría sus consecuencias.

Cuando llegó hasta la cabaña y observó la puerta principal entreabierta desde unos arbustos, no sospechó nada. No podía creer que sus instintos le fallaran, pero aquella era una lección que le costaría aprender. Después de tantos años, la falta de concentración sería su perdición. Porque no podía dejar de pensar en aquella tarde lluviosa de agosto, en su hermana tirando de su mano mientras corrían y en el animal que los seguía. No podía dejar de pensar en su padre.

"¡Franz...!"

Anahí le gritaba, pero había dejado de escucharla. Franz se acercó lentamente hacia la cabaña y olfateó la puerta, empujándola un poco con el hocico. Supo que el hombre ya no estaba en su interior aún antes de que su instinto le gritara desde sus espaldas, pero cuando se volvió y lo vio apuntándole con un arma, ni siquiera se sorprendió. Sabía que aquello no podía matarlo, no realmente, aunque le enfureció haber permitido que sus pensamientos lo distrajeran de aquella manera.

"¡Franz! ¡Espera!"

Anahí corría, y no era la única, pero llegarían demasiado tarde, y de repente lo supo.

- Hola, lobo - dijo el hombre, sonriendo.

No respondió. No hubiera podido. No tenía otra salida más que luchar.

Enseñando los dientes, Franz atacó... y en el último instante, cuando oyó el disparo y su impacto lo derribó en el suelo con un quejido, supo por qué aquella noche había sido diferente a las otras.

Porque la muerte volvía a llamar a su puerta una tercera vez en su vida. Y quizás esta vez, no habría manera de escapar de ella. 

Noche de caza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora