14.

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"Solo escúchame".

La luz tibia del sol entraba por una ventana cercana iluminando la habitación. Eva estaba de pie en la puerta de una oficina y contemplaba desconcertada al individuo inconsciente en el suelo, con un casco de motociclista en la cabeza.

No tuvo tiempo ni de preguntar quién era y por qué estaba allí. Apenas si logró ver a Franz, en sus treinta de nuevo, de pie detrás de un mostrador y hablando por teléfono. Habían tres personas más alrededor del individuo inconsciente y los reconoció a los tres aunque le sorprendió advertir que Tara vestía una túnica de maestra sobre su ropa. En cuanto Franz dirigió sus ojos hacia ella, el salto volvió a tomarla desprevenida y a arrancarla de allí.

Estaba en una calle en penumbras y la luna brillaba en lo alto en todo su cruel resplandor. A unos pasos de Eva, una chica desconocida contemplaba con desconcierto la escena frente a sus ojos mientras hacía el intento de levantarse del suelo. Dos lobos, uno blanco y uno negro, se hallaban luchando ferozmente en la calle ante ambas y Eva no necesitó ver los ojos de éste último para reconocer a Franz en él. No sabía quién era el otro lobo ni por qué peleaban, pero incluso si lo hubiera sabido, no había nada que pudiera hacer para ayudar o impedirlo. Aquello, al fin y al cabo, había ocurrido hacía mucho tiempo ya.

- Tienes que parar... - musitó Eva, cerrando los ojos. - Tienes que dejármelo a mí. Por favor.

Sin embargo, el subconsciente de Franz era más fuerte de lo que ella había imaginado y seguía tirando de Eva en la dirección que sus sentimientos mandaban. Obedecían su propio instinto y no el de la muchacha, por lo que no debería de haberle sorprendido tanto cuando al volverse, vio una vez más la noche adueñándose de cada rincón del bosque a pesar de la luna llena detrás de las copas de los árboles.

Tampoco estaba sola. A sólo unos pasos de ella, un Franz de acaso once años la contemplaba desconcertado.

- ¿De dónde saliste? - le preguntó. - ¿Quién eres?

- Intentaré explicarte - vaciló Eva, avanzando unos pasos hacia él. - Mi nombre es Eva. Vine a ayudarte.

- ¿Ayudarme...? ¿De qué estás hablando?

- Es... complicado. Tus amigos...

Unos gritos la interrumpieron en ese momento, y Franz se sobresaltó, volviéndose para mirar hacia los árboles.

- Mierda... - susurró, y echó a correr en esa dirección.

Apresurada, Eva corrió tras él intentando no perderlo de vista, pero pronto otra cosa llamó su atención. Al salir a un pequeño claro, vieron a un hombre gravemente herido en el suelo, junto a una mochila semi abierta y a una fogata improvisada, y los lobos que lo rodeaban volviendo a acercarse amenazantes hacia él.

- ¡No...! - exclamó Franz, dirigiéndose hacia ellos - Así no. ¿Es que no les he enseñado nada...? Sin piedad.

El hombre había vuelto su mirada hacia él, pero ya no podía luchar más y lo sabían. Era el final de una larga huida, tanto para uno como para el otro. Aquel hombre había subestimado al chico, había subestimado su fuerza y la llama de la venganza en su corazón que ardía más que nunca ante la pérdida que Franz había sufrido. El chico había mantenido un control..., hasta aquella noche. Sin embargo, ya no era un niño. Y había dejado de estar solo.

Eva lo observó sin entender y soltó un pequeño gritito cuando Franz cambió ante sus ojos y luego se abalanzó hacia el desconocido destrozándole la garganta.

Él no fue el único. Solo el primero. El resto de la manada lo siguió un instante después y Eva desvió la vista hacia un costado apresurada, pero fue justamente por eso que advirtió que uno de los animales, un lobo grande de pelaje blanco, se había apartado del festín para mirarla.

- Vete... – Eva comenzó a retroceder aterrada - ¡Vete...!

El lobo atacó, pero ya había vuelto a saltar y Eva se encontró esta vez sola de pie en una acera, empapándose con la lluvia que caía a mares. Necesitó un momento para calmarse y observar a su alrededor, pero cuando finalmente logró respirar con normalidad y alzar la vista, comprendió cuán peligroso se había vuelto todo realmente.

Era David. Estaba segura. No entendía cómo, pero sabía que el lobo blanco que la había atacado había sido él. Y también sabía que si no se apresuraba y hablaba con Franz, aquello podría acabar muy mal. Las marcas que aún tenía en su muñeca así lo demostraban. Tenía que ser muy cuidadosa. Si algo le pasaba estando allí...

Eva se detuvo de repente y miró hacia la esquina a tiempo de ver pasar corriendo a Lina. Sin pensárselo dos veces, echó a correr también siguiéndola, pero al llegar hasta la casita y entrar abruptamente en la sala, descubrió que los sueños o recuerdos o lo que fueran, habían vuelto a distorsionarse, cambiando todo a su alrededor. Ya no llovía y la muchacha a la que había seguido yacía en el suelo de la cocina esta vez, desangrándose de la herida que tenía en el pecho.

- ¡Santo Dios! - exclamó Eva, precipitándose hacia ella - ¡Lina...! ¡Lina, háblame! ¿Qué sucedió?

Algo se movió más allá y la muchacha alzó la vista, observando al hombre alto que yacía de pie junto a la mesa. Aunque solo lo había visto una vez al resplandor de la luna, supo quién era. Era el hombre que los lobos atacarían junto a la fogata, en el bosque más tarde aquella misma noche.

El hombre sonrió y se acercó unos pasos, diciendo:

- No sabía que ya tenías una amiga. Lina, Lina, debiste contármelo. Pero es cierto. Hay muchas cosas que no me has contado, ¿no es cierto? No tenías tiempo que perder.

- Franz... - musitó la muchacha, sujetando a Eva de la mano como si el hombre no existiera - Aleja a Franz de aquí. Por favor...

- No podrás evitarlo, cariño - continuó el hombre, sonriendo - Esto se terminará aquí, esta noche. Aprenderás la lección, igual que tu madre. No más descendientes.

- Por favor... – repitió Lina mirando a Eva intensamente.

- ¡Aléjese de ella! - exclamó Eva, sin saber qué más hacer y demasiado consciente de la fría mano que la sujetaba, implorante - ¡Llamaré a la policía!

No tenía ningún sentido, pero no importaba. El hombre la miró y dejó de sonreír.

- ¿Tienes idea de en lo que te estás metiendo, querida? - dijo - Este es un asunto familiar.

Pero Eva se limitó a mirarlo con una expresión que esperaba fuera de fiereza, y se incorporó junto a Lina, sin soltarle la mano.

- Váyase ahora - añadió - Solo lárguese. Es usted el que no tiene mucho tiempo.

El hombre pareció meditarlo unos instantes, y de repente volvió a sonreír. Eva comprendió por qué, cuando su figura finalmente se perdió tras los cortinajes de la ventana abierta, dejándolas solas, y un segundo después Franz entró en la casa y se detuvo en seco, dejando caer las gafas al suelo.

- ¿Lina...?

Eva oyó su voz y se giró para mirarlo, con la mano de la chica aún tiesa entre las suyas.

- Lo siento... - le murmuró.

Pero Franz no la escuchó. Solo podía distinguir la sangre y lo que ésta significaba. Furioso, se abalanzó hacia ella y la alejó de un fuerte empujón de su hermana, para abrazar a Lina y exclamar entre sollozos:

- ¿Qué le has hecho? ¿Por qué?

- Yo no... - comenzó Eva, retrocediendo sorprendida.

Pero el chico no la oía. Lina había muerto, y su hermano se erguía ante ella de pronto, con el cuerpo ligeramente encorvado como para atacar.

- Yo no fui - repitió Eva, volviendo a retroceder - Escúchame. No fui yo.

Franz fijó sus ojos en ella y un gruñido escapó de sus labios, mientras comenzaba a cambiar y avanzaba.

- ¡Por favor, escúchame! ¡No lo hice!

Sus palabras eran en vano y no cambiarían nada.Lo único que le quedaba era saltar.

Noche de caza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora