4-. Un mal tiro

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08:01 am 27 de diciembre de 2012 

Valencia, Carabobo, Venezuela

Apenas tuve tiempo de terminarme una barrita energética, cuando el reloj indicó que ya era hora de dar por iniciada la misión. Mis compañeros, mientras tanto, terminaban de guardar municiones y una ración de comida para cada uno en caso de que todo se alargara más de la cuenta. 

Dos minutos después nos encontrábamos listos para marchar. En mi mano izquierda sostenía la correa del Titán y la derecha estaba posicionada en la parte trasera de mi pantalón —donde guardaba la Desert Eagle—, aunque eso de poco servía para disminuir los nervios. Allá afuera no iba a tener muros que me protegieran de esas cosas.

—Ten, viejo —Robert se acercó a nosotros cuando nos dirigíamos a la salida, esbozó una pequeña sonrisa, y nos entregó dos walkie talkies: uno para mí y el segundo para su hermano—. Manténganse en contacto, estaremos vigilando el perímetro desde el piso de arriba.

—Gracias, eso haremos —le sonreí de vuelta y guardé el mío en uno de mis bolsillos. 

A continuación, Itay y yo nos ocupamos de abrir la pesada reja metálica que separaba el interior del refugio de la calle. En cuanto los cuatro estuvimos afuera, Carlos y Francisco se encargaron de cerrarla y nosotros de cubrirles las espaldas.

—No hay enemigos a la vista —reportó Robert a través del transmisor—. Sigan recto por un par de cuadras y llegarán al supermercado. 

—Entendido —respondí—. Vamos hacia el objetivo.

Seguimos las indicaciones de nuestro amigo y llegamos a la fachada del establecimiento sin ningún inconveniente. Ahora solo debíamos entrar y cargar con todo lo que pudiera servirnos. Eran varios secciones por recorrer, así que decidimos tomar un carrito de compras por grupo y dividirnos. Fran iría con Itay y yo con Carlos. Un plan bastante simple. 

Avanzamos con precaución hasta llegar al pasillo que nos interesaba: el de los enlatados. Ahí se hallaba una silueta delgada y tambaleante que aún no se percataba de nuestra presencia. Mi compañero levantó su arma y le apuntó, pero antes de que pudiera apretar el gatillo, se la quité de las manos.

—¿Por qué hiciste eso? —reclamó, girándose hacia mí.

—El ruido atraerá a más de esas cosas, recuerda lo que le pasó a los soldados.

—¿Y planeas dejarlo ahí nomás? Si no lo matamos, él lo hará —protestó, y tenía un excelente punto, no podíamos ignorarlo. 

Me llevé el índice a los labios para indicarle que no hiciera ruido y volvimos sobre nuestros pasos en busca de algún objeto contundente con el que pudiéramos reducir al infectado. Por suerte, el área deportiva no había sido saqueada, y en ella conseguimos un par de bates de béisbol. 

Regresamos a aquel corredor y nos aproximamos al no muerto por la retaguardia, donde Carlos lo derribó de un batazo en el cráneo y yo lo rematé en el piso. Metimos las pocas latas que encontramos en el carrito y recorrimos el resto del lugar para hacernos de más provisiones. Todo fue en vano, se nos habían adelantado. 

De improviso, Titán comenzó a gruñir y tirar de la correa sin ningún motivo aparente. Él no solía alterarse sin razón, y eso me generó un muy mal presentimiento. Me arrodillé a su lado y lo acaricié para que se calmara, pero como no paraba de moverse, preferí soltarlo para descubrir lo que tanto le incomodaba. Tan pronto como lo hice, el perro pareció relajarse y me miró a la cara esperando recibir instrucciones. 

Código X 77Donde viven las historias. Descúbrelo ahora