6-. La silueta

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Hora: Desconocida / Día: Desconocido / Lugar: Desconocido

Lo siguiente que recuerdo fue despertar con el dorso apoyado de la pared, un dolor palpitante invadiendo cada centímetro de mi cuerpo, y un trozo de vidrio clavado en el muslo izquierdo; aunque considerando lo que acababa de pasar, me había ido bastante bien. 

Traté de apoyar las manos en el suelo para reincorporarme, y entonces noté que estaban atadas a mi espalda. Rehacio a darme por vencido, escruté el lugar con la mirada, buscando cualquier pista acerca de mi ubicación, o en su defecto, una posible vía de escape. Eso bastó para caer en cuenta de que me hallaba en un cuarto mediano, cuya única fuente de luz era una amplia ventana enrejada. 

Afortunadamente, no era el único allí. Titán y Keeper movían la cola felices de verme recuperar la conciencia, y pude compartir su alegría al ver que, además de algunos golpes leves y el hecho de que los habían amarrado a las rejas para prevenir que huyeran, ninguno se encontraba herido de gravedad. 

El resto de mis compañeros yacía inmóvil a lo largo y ancho de la estancia. A juzgar por lo poco que alcanzaba a ver desde mi posición, Germán se había llevado la peor parte. Su piel estaba llena de cortadas, restos de sangre seca adornaban su camiseta, y un par de cristales rotos le sobresalía del abdomen.

Tardé toda una eternidad en ponerme de pie, pero cuando al finalmente fui capaz de hacerlo y asomarme por la ventana, supe que estábamos a por lo menos tres pisos de altura. Como si eso no bastara, una horda de no muertos rodeaba el edificio, a la espera de que alguien probara suerte intentando salir.

El ruido de la cerradura interrumpió mis pensamientos, y sin darme chance a reaccionar, un sujeto alto y musculoso de unos cuarenta y tantos años de edad entró a la habitación. Vestía una ajustada camiseta de camuflaje y pantalones negros, también traía el cabello semi rapado y ambos brazos llenos de tatuajes. 

Al ver que yo era el único capaz de mantenerse en pie por sí mismo, agarró el cuello de mi camisa, e ignorando los ladridos de los perros, me condujo al interior de un cuarto oscuro. Allí me obligó a sentarme en una silla de plástico y se acomodó frente a mí, separados únicamente por una delgada mesa de madera. 

—¿Quién eres? —interrogó—. ¿De dónde vienen? —no tardé en reconocer su voz, y sentí una descarga de odio al descubrir que era el mismo desgraciado que había tratado de robarnos las provisiones minutos antes de la explosión.

—Soy Bastian, ¿tú quién coño eres?

—Aquí las preguntas las hago yo —le dio un puñetazo a la madera—. Ningún inepto me dice qué hacer.

—Te recuerdo que este inepto logró noquearte de un golpe.

—¿De dónde vienen? —frunció el ceño e hizo caso omiso de mis provocaciones—. Podemos hacer esto por las buenas o por las malas, tú eliges.

Abrí la boca para responderle, pero en ese momento un tipo alto y delgado ingresó a la habitación; puso un balde de agua sobre la mesa, y me miró con desdén.

—Contestarás a todo lo que te preguntemos —cruzó los brazos—. O si no...

—¿O si no qué? —lo interrumpí en tono desafiante.

Sin decir nada, el sujeto se posicionó detrás de mí y hundió mi cara en la cubeta. La mantuvo allí durante una cantidad de tiempo que me pareció eterna, y no se detuvo hasta darse cuenta de que me estaba quedando sin oxígeno.

—¿Aún tienes ganas de hacerte el gracioso? —gritó el flaco, levantándome del cabello—. ¿De dónde vienen?

—Del entrepiernas de tu madre.

Código X 77Donde viven las historias. Descúbrelo ahora