12-. Mar abierto

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11:26 am 4 de enero de 2013 

Carretera hacia Puerto Cabello, Carabobo, Venezuela


Debido a un error de cálculo, el impulso que habíamos tomado no era el suficiente para recorrer aquella distancia, por lo que caímos al borde de la carretera de forma estrepitosa y la mitad de la carrocería quedó colgando en un ángulo comprometedor. Si alguien se movía un centímetro más de la cuenta, significaría nuestro final. 

Afortunadamente, tras unos instantes de tensión y silencio abrumador, el auto se equilibró por sí mismo, y no dudé en pisar el acelerador, dejando atrás a la horda que nos perseguía.


11:52 am 4 de enero de 2013

Carretera hacia Puerto Cabello, Carabobo, Venezuela

Al cabo de unos minutos, la silueta de lo que parecía ser un muelle empezó a hacerse visible en la lejanía, y deseando que fuera lo que buscábamos, conduje en esa dirección. Una vez allí, estacioné, bajamos las provisiones, y nos dirigimos a nuestro objetivo. 

Sin embargo, al acercarnos, se presentó un pequeño inconveniente: una enorme reja cerrada con cadenas y candado que nos cortaba el paso. A sabiendas de que no encontraríamos la llave en las proximidades, optamos por no complicarnos demasiado y escalarla.

Fui el primero en subir, llevando a cuestas mi mochila y mi arma. José saltó justo después de mí, y entre los dos, registramos el lugar —que básicamente se reducía a un pequeño puerto, un área de duchas y un baño mixto—, pero además de una terrible peste a excrementos y tres cadáveres con agujeros de bala, no hallamos ningún peligro inmediato. Entonces, las chicas pasaron sus mochilas a través de los barrotes, y junto a Itay y Keeper, lograron llegar hasta nosotros.

Acto seguido, nos dedicamos a buscar alguna embarcación que pudiera sernos de utilidad, solo para descubrir que no quedaba ninguna en las inmediaciones. O al menos eso pensamos justo antes de que nuestras miradas se posaran en un lejano bote meciéndose sobre las olas. A tan larga distancia era imposible distinguir si estaba o no ocupado, o si tan siquiera aguantaría el viaje que teníamos por delante; pero la única manera de averiguarlo era yendo hasta él.

Dejamos nuestras pertenencias y armas de fuego a cargo de Vanessa y Victoria para evitar que se mojaran, nos quitamos las camisetas y saltamos al mar. La sorpresa vino cuando, luego de aproximadamente medio kilómetro dando brazadas sin parar, vimos que la embarcación se hallaba más lejos de lo que pensamos. Aun así, no podíamos darnos el lujo de retroceder, y haciendo acopio de la energía que nos quedaba, llegamos a ella. Ahora el problema era diferente: ¿cómo íbamos a subir a la cubierta?

Por fortuna, solo fue necesario nadar un poco más para que diéramos con una cuerda que colgaba cerca del agua, y cuyo otro extremo había sido amarrado desde arriba. Itay fue el primero en trepar, seguido de cerca por JDM y por mí. Subir no fue una tarea fácil, a pesar de que se trataba de un bote de tamaño mediano —incluso pequeño—, pero finalmente lo logramos y pudimos saltar la baranda de seguridad. 

La cubierta se encontraba en estado de abandono, decorada por manchas de sangre seca, casquillos de bala y marcas visibles de que alguien había arrastrado el bote salvavidas y se había largado en él. Por si fuera poco, la puerta que conducía a los camarotes también estaba ensangrentada y cubierta de lo que parecían ser hachazos.

—Miren esto —nos llamó José—. Parece que estamos de suerte —se agachó junto a una red de pesca, y al levantarla un poco, dejó ver que escondía un bolso azul entreabierto. En su interior había tres cuchillos de combate junto a cuatro raciones de carne en conservas y un par de linternas.

Código X 77Donde viven las historias. Descúbrelo ahora