18-. Punto de control

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07:35 pm 7 de enero de 2013

Denver, Colorado


Hacía menos de una hora estuve a nada de convertirme en una de esas cosas, y ahora volvía a arriesgar el cuello para fungir de carnada. Definitivamente, si tuviera un ángel de la guarda, estaría cagándose en todo mi árbol genealógico y maldiciendo el día en el que le asignaron cuidar de mí.

En fin, dejaré de irme por las ramas y volveré a los hechos: 

Le di la vuelta a la manzana tan rápido como mis piernas lo permitieron, y le grité obscenidades a los zombis, que atraídos por el ruido, perdieron el interés en los chicos y se giraron en mi dirección. Vacié medio cargador contra la horda y derribé a unos cuantos, al mismo tiempo que el grupo continuaba con el plan acordado y se subía a la camioneta para esperarme. A partir de allí tenía cinco minutos para alcanzarlos, y si no lo lograba, me vería obligado a cruzar varias calles —seguramente infestadas de caminantes— hasta alcanzar el punto de control acordado.

Continué guiando a mis perseguidores en dirección contraria al vehículo, y sin darme cuenta, nos vimos en el interior de un callejón apartado. Para mi sorpresa, se aproximaban más enemigos desde el otro extremo, bloqueando así la única vía de escape.

Mi corazón se detuvo por unos segundos, los que tardé intentando visualizar alguna salida. Alcé la vista y di con la respuesta que buscaba: un cadáver masculino en proceso de descomposición. Sin embargo, lo realmente interesante era que colgaba de un escalera de pasamanos suspendida a poco menos de metro noventa de altura.

Me aferré a sus piernas y tiré de ellas hasta que fui capaz de arrojarlo contra el suelo. Seguidamente, retrocedí unos cuantos pasos, quedando casi al alcance de los infectados, y usé aquel impulso para correr a máxima velocidad y saltar. Mis dedos se cerraron alrededor del barrote más bajo, y casi de inmediato, la herida de mi brazo comenzó a sangrar por culpa de la presión ejercida. Aun así, esa era la menor de mis preocupaciones.

Los no muertos se aglomeraban debajo de mí, por lo que me obligué a hacerle caso omiso a la hemorragia, e inicié la escalada. Uno de ellos agarró mi zapato con la esperanza de derribarme, a lo que reaccioné moviendo la pierna de manera frenética hasta quitármelo de encima y ser capaz de continuar subiendo. Por su parte, la mayoría de los zombis no tardó en perder el interés en mí y se conformaron con devorar el cuerpo del suelo entre todos.

Tan pronto llegué al techo y me asomé a la calle, presencié cómo parte del grupo se desviaba hacia la camioneta donde estaban mis amigos. Debía alcanzarlos a la mayor brevedad posible, por lo que la única alternativa medianamente segura era confiar en mi agilidad y avanzar por la parte exterior de los edificios. 

Corrí hacia la cornisa y salté a la construcción vecina, que era un poco más baja. Aterricé de pie, y apenas recuperé el equilibro, volví a asomarme por el borde. Entonces, con una mezcla de alivio y frustración, observé cómo la camioneta aceleraba y se perdía a la distancia.

Sin muchas más opciones, continué desplazándome entre los techos hasta dar de frente con una edificación lo bastante alta como para obligarme a frenar y reconsiderar mi próximo movimiento. Si bajaba a la calle, no tardarían en acorralarme y comerme vivo; pero si me quedaba mucho rato allá arriba, me tomarían por muerto y partirían sin mí. Al otro lado podía verse una ventana estrecha, aunque no imposible de atravesar. Si calculaba el salto con la suficiente exactitud, esa podía ser mi salvación.

Retrocedí unos cuantos pasos para impulsarme mejor, y corrí con la mayor rapidez de la que fui capaz. Salté, incliné el hombro hacia adelante preparándome para la embestida, y de repente mi cuerpo rebotó contra el cristal. Claro, era un vidrio blindado. Supongo que debí haber visto el logo del banco antes de trazar el plan.

Código X 77Donde viven las historias. Descúbrelo ahora