14-. Sin señal

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12:13 pm 5 de enero de 2013 

Océano Atlántico, Camino a Estados Unidos

Un escalofrío bajó por mi columna al ver cómo el animal saltaba la cubierta, pasaba silbando por encima de nuestras cabezas y volvía al mar, listo para continuar dándonos cacería. Hacerle frente era prácticamente un suicidio, debido a que las balas perderían potencia al mojarse, y luchar cuerpo a cuerpo ni siquiera era algo a considerar. No nos quedaba de otra que buscar una vía de escape.

Itay reaccionó con rapidez, volvió a la sala de controles y comenzó a mover el barco en zigzag para evadir las embestidas. Fue inútil. La orca dio otro salto, y esta vez pasó mucho más cerca que la anterior. Consciente de lo que eso significaba, le entregué el teléfono a las chicas, y ambas fueron a refugiarse en los camarotes junto a Keeper. 

Casi de inmediato, la ballena se posicionó a un costado de la embarcación y la empujó hacia una pila de rocas que sobresalía del agua. Por suerte, el mexicano hizo gala de unos excelentes reflejos, y con una maniobra que solo a él podría habérsele ocurrido, consiguió alejarnos del peligro.

El animal silbó, ahora en un tono más ronco que el anterior, y se dedicó a nadar en círculos alrededor de nosotros. En ese momento, José tomó la red que usábamos como escalera y la trajo arrastrando hacia mí.

—Podemos usar esto para atraparla —propuso, y entonces la criatura volvió a saltar—. ¡Rápido, agárrala de aquel lado! —hice lo que me pidió y lanzamos la trampa al unísono. El plan funcionó a la perfección y la bestia se vio completamente inmovilizada justo antes de regresar al mar. 

Eso hubiera sido suficiente para dar media vuelta y largarnos de allí; no obstante, una parte de la red se atascó en la baranda de seguridad, y el peso de la ballena causó que el bote se fuera de lado. JDM y yo corrimos a cortar los tejidos que nos ataban a ella, pero por culpa de un giro brusco de timón, ambos terminamos cayendo por la borda. 

Temiendo que la embarcación se hundiera, sacamos los cuchillos de combate y seguimos cortando la red hasta que al fin nuestros compañeros estuvieron fuera de peligro. Aun así, todavía quedaba algo pendiente.

—Aléjate de aquí —ordenó José—. Si su sangre te alcanza vas a terminar igual que ella.

—También te contagiará a ti —lo miré confundido.

—Confía en mí, después te explico —sin más alternativa, obedecí. Tan pronto como el chico vio que me alejaba, se posicionó sobre la orca y la apuñaló repetidas veces en el cráneo. Esta dejó de agitarse gradualmente y el agua a sus alrededores se tiñó de rojo. 

Finalmente estábamos a salvo.


04:32 pm 5 de enero de 2013 

Océano Atlántico, Camino a Estados Unidos

En cuanto hubo pasado el susto, la adrenalina se convirtió en hambre. Puesto que Itay estaba pilotando la nave, y JDM y yo nos encontrábamos exhaustos por lo que acababa de suceder, Vanessa y Victoria decidieron dejarnos descansar e ir a preparar las raciones de comida para el grupo. 

—Quieres hablar acerca mi inmunidad, ¿cierto? —soltó José en cuanto nos quedamos a solas.

—Dijiste que lo harías —crucé los brazos—. Soy todo oídos.

El chico se giró en ambas direcciones para cerciorarse de que no hubiera nadie más escuchando y cerró la puerta del camarote tras de sí. 

—Lo sé, no tiene sentido ocultarlo porque eventualmente los demás lo sabrán —se encogió de hombros—. Aunque, de momento, prefiero que quede entre tú y yo —me miró a los ojos—. Ya les había comentado que hace meses el Área 51 raptó una cantidad considerable de personas para sus fines. Como te imaginarás, llovieron reportes de desaparecidos alrededor del mundo, entre ellos estaba yo.

Permaneció en silencio por varios segundos, como si se hubiera quedado en blanco, frunció el ceño, y continuó.

—Me administraron todo tipo de sustancias, una tras otra. Desde vitaminas especiales, hasta las primeras dosis de inmunidad que crearon contra el virus. Todo con el fin de mantenerme vivo para sus propósitos.

—¿Eso quiere decir que no tienes que preocuparte por los infectados?

—Te equivocas —negó con la cabeza—. No puedo contagiarme, pero sí que puedo terminar en el estómago de uno de ellos —explicó—. Hasta donde recuerdo, enviaron unas cuantas de esas inyecciones al laboratorio de Denver. Si siguen ahí, podemos repartirlas entre los miembros del grupo.

—No podría estar más de acuerdo —dije—, pero antes que nada, tengo una duda que no logro sacar de mi mente: ¿cómo demonios se pudo infectar esa ballena? No consigo imaginar un escenario en el que un zombi la haya mordido.

—Solo se me ocurren dos opciones: o es uno los experimentos que liberaron, o estuvo en contacto con la sangre de alguien que portaba el virus.

—Espera, me surgen más preguntas: ¿liberaron a sus experimentos?

—A la gran mayoría. Era más rentable que seguirlos alimentando y...

—Chicos, la cena está lista —interrumpió la voz de Victoria desde afuera de la habitación.


06:45 pm 5 de enero de 2013 

Océano Atlántico, Camino a Estados Unidos

Cuando hubimos terminado de comer, Vanessa me devolvió mi teléfono y procedí a encenderlo, con la esperanza de recibir cualquier señal de vida por parte de los chicos. Desgraciadamente, el buzón de entrada estaba vacío.

—¿Hay noticias del otro grupo? —inquirió Itay al ver mi cara de preocupación.

—Aún no —fruncí el ceño—. Lo más probable es que tengan mala cobertura al igual que nosotros —observé la única barra que se reflejaba en la pantalla—. Quizá si...

La frase quedó inconclusa cuando, para nuestra sorpresa, sonó mi tono de llamada. Atendí sin dudarlo, activé el altavoz, y distinguimos la voz de Robert al otro lado de la línea.

—Viejo, ¿puedes oírme? 

—Alto y claro —contesté—. ¿Están bien? ¿Ya encontraron a sus padres?

—Seguimos en eso, pero al menos los tres estamos a salvo —al fondo se escuchaban Ricardo y Francisco conversando entre ellos—. ¿Y ustedes?

—Perdimos a Titán —bajé la mirada.

—Lo siento mucho, sé cuánto lo amabas.

—Gracias —tragué saliva y respiré hondo. Era demasiado reciente como para poder hablarlo con normalidad—. Mejor cambiemos de tema, ¿han encontrado algo relevante en su búsqueda?

—De hecho sí, llamaba para contarles que ayer...


Canción: Flying Whales

Banda: Gojira

Código X 77Donde viven las historias. Descúbrelo ahora