Capítulo 30

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AIDEN

— ¿Qué miras, Aiden? —me preguntó mi hermana.

— A Adonai y su hermana. Pensaba en lo que sería perderte... No me lo imagino.

Ella sonrió y me dio un abrazo.

— Ey, hacía mucho que no me abrazabas.

— No te acostumbres —dijo apartándose aun sin dejar de sonreír.

Volví a mirar a Adonai, cómo le envidiaba. Parecían ya una familia completa. Cuando la niña se fue con su "madre" a otra sala, Adonai y Diana se quedaron solos y comenzaron a hablar de algo con semblantes muy serios. Mi mirada se desvió hacia Diana, como atraída por una especie de imán. Me fijé en su pelo, tan largo, rubio, brillante... Hasta alborotado como lo llevaba ahora le quedaba bien. La punta de su nariz se movía levemente cuando hablaba y me parecía estúpidamente adorable, así como la forma en que se mordía el labio inferior cuando estaba nerviosa. Sus piernas, tan esbeltas y definidas, mucho más fuertes que la última vez que la vi. El pantalón que le habían dado le quedaba un par de tallas grande, pero curiosamente le quedaban bien. Adonai debió decir algo que rompió la tensión de su conversación y Diana sonrió. Qué guapa estaba cuando sonreía, qué pena que no ocurriese demasiado a menudo. Ella pasó sus brazos alrededor del cuello del chico para después unir sus labios con los de él. ¡Cómo desearía ser Adonai en este momento! Pero... ¿cómo se fijaría alguien en mí con este aspecto?

— Aiden.

Agnes me cogió por la barbilla, obligándome a girar la cabeza.

— Para. No es bueno para ti.

— Lo sé.

Me acarició la mejilla y después continuó con sus cosas.

— Pero a veces nos gusta lo que no es bueno —murmuré.

— ¿Aiden, verdad?

Me volví y me encontré con un chico más o menos de mi edad vestido con una bata que antes debía ser blanca.

— Sí, soy yo.

— Ten, esto es para ti.

Me entregó una jeringuilla con un líquido transparente en su interior.

— Es una especie de droga que conseguimos crear, neutralizará los efectos de tu deformación física durante al menos veinticuatro horas.

Me miré en la bandeja metálica ya vacía en la que nos habían traído la comida. Observé mi reflejo. Era un monstruo, en eso me habían convertido. Decidido, agarré la jeringuilla y estiré el brazo contrario. Por suerte tenía las venas bastante marcadas. Introduje la aguja y apreté el émbolo. Siempre había odiado esa sensación cuando el líquido entra en tu cuerpo. Saqué la aguja y le devolví la jeringuilla al chico.

— Puede que sientas algún mareo, la primera vez es bastante común, pero me han informado de tu caso —miró ligeramente a Agnes— y supongo que así te sentirás más cómodo. En cualquier caso, si te encuentras mal no tienes más que decírnoslo.

Empecé a sentir bastante calor, sobre todo en la cara. Los ojos de Agnes se volvieron llorosos.

— Es... Increíble —musitó.

Volví a mirarme en la bandeja y sonreí al comprobar que mi rostro volvía a ser normal.

— ¡Caray, Aiden, parece que ya volvemos a ser dos ligones en el grupo! —exclamó Edric.

Miré mi mano e intenté crear una pequeña llama. Mi don primario continuaba presente, aunque con menos intensidad. Cuando alcé la vista me topé con la mirada de Diana, que me observaba sonriente. Me acerqué a ella, sintiéndome tan nervioso como siempre.

— ¿Qué te parece? Yo no noto mucha diferencia —bromeé.

— Antes también eras guapo.

— Mentira, antes parecía un muerto que había escapado de su tumba.

— Para mí sigues siendo el mismo.

— Mmm... ¿Y eso es malo o bueno?

— Bueno —sonrió.

— Qué pasada —escuché detrás de mí.

Héctor me miraba fascinado.

— Nunca había visto un efecto tan radical en alguien —añadió.

— ¿Tú tienes algún don?

— Controlo el metal.

El chico alzó la mano hacia la cama que estaba junto a nosotros y esta se movió hacia un lado bruscamente. De inmediato noté un fuerte dolor en el cuello.

— ¿Qué te ocurre? —me preguntó Diana.

— No sé, me duele mucho el cuello.

— Déjame ver.

Intenté inclinarme para que pudiera verme mejor pero no pude, mi cuerpo no respondía.

— Oh, no... —escuché la voz de Diana preocupada detrás de mí.

— ¿Qué pasa?

— ¡¡¡ADELINE!!!

— ¡¿Qué ocurre?! —pregunté alarmado.

— ¿Qué ocurre? —repitió la mujer cuando llegó.

Todos se agolparon a nuestro alrededor, preocupados.

— Saben dónde estamos —concluyó Adonai.

— ¡DECIDME QUÉ PASA! —exigí.

— Tenemos que quitarte eso del cuello —respondió Diana.

— ¿ESO?

— Vamos a tumbarte —intervino Adeline.

— No puedo moverme, Y ME DUELE, ¡MALDITA SEA!

— ¡Natasha, comprueba a los demás!

Me llevaron en volandas hasta la mesa de un quirófano. Notaba mi cara mojada, creo que se me había escapado alguna lágrima por el dolor.

— ¿P...por qué no puedd...e moverse? —balbuceó Agnes.

— ¡Que venga Héctor! —exclamó la mujer. —Dame un bisturí.

— No me jodas... —gruñí.

— ¡¿Qué es eso?! —escuché a Edric.

— Héctor, sácalo de ahí —ordenó Adeline.

En seguida sentí como si me sacaran el corazón por el cuello.

— ¡UNO, DOS... Y TRES!

Creo que mi grito debió escucharse en varios kilómetros a la redonda. Tras unos segundos empecé a ver cada vez más borroso.

— ¡Aiden! ¡Aiden! ¿Me oyes? —Diana me hablaba en el oído pero la oía con eco, como lejana.

Después escuché una alarma y lo siguiente fue el silencio y la oscuridad.

Dime Quién Eres [2a parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora