Capítulo 31

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Cuando recuperé la consciencia, noté que me arrastraban. Intenté decir algo, pero lo máximo que conseguí fue un gemido.

— ¡Ha despertado! —exclamó una voz que identifiqué con Adonai.

— ¡No os paréis!

Adonai y Edric me llevaban con mis brazos sobre sus hombros para poder mantenerme más o menos erguido. Podía escuchar agua en movimiento en alguna parte y el aire era denso y maloliente, por lo que deduje que debíamos estar en las alcantarillas.

— ¡Es aquí!

Oí mucho ajetreo y el sonido seco que se produce agarrar una barra de metal. Al parecer estaban subiendo escaleras...

— Subidlo un poco, nosotros tiraremos de él.

Tres pares de manos me agarraron desde arriba y tiraron de mí. Cuando salí del agujero la claridad me cegó y tuve que cubrirme los ojos con las manos.

— Creo que los hemos despistado —escuché a Diana.

— Bien. Ahora toca lo más difícil, hacer que nos crean. Edric, ¿puedes crear niebla?

¿Adeline?

— No hay apenas humedad, el aire está muy seco y tardaría demasiado en atraer nubes.

Poco a poco mis ojos fueron adaptándose a la luz y conseguí distinguir calles y edificios aún borrosos para mí. Tras un par de minutos caminando, llegamos a una calle más transitada, en la que la gente no tardó en comenzar a fijarse en nosotros.

— ¡Mutantes! —gritó alguien.

Entonces cundió el pánico, fue como si alguien hubiera lanzado un mechero en un reguero de gasolina. La gente empezó a correr y en pocos segundos se escucharon los disparos que, supuse, serían de los vigilantes.

— ¡Arrodillaos y poned las manos sobre la cabeza!

— ¡No venimos a haceros daño! Nosotros s...

La voz de Selene se vio interrumpida por una descarga de disparos. Para mi sorpresa, no hubo ningún herido, y al parecer no era el único asombrado. Me fijé en que Héctor tenía el brazo extendido, manteniendo las balas en el aire. No tardó en extender el otro brazo y alzar también las armas de los guardias.

— Por favor, llevadnos ante el Gobernador, tenemos un trato que ofrecerle —interrumpió Adeline.

— El Gobernador no negocia con mutantes —respondió un vigilante.

— Oh... Con nosotros sí —sonrió Agnes de una forma tan macabra que me asustó hasta a mí. — Llevadnos ante el Gobernador, por favor —dijo Agnes adelantándose con las manos ya en llamas.

Ellos se miraron entre sí y finalmente se accedieron. Al caminar junto a ellos por las calles más ajetreadas de la ciudad la gente nos miraba incrédulos. Poco a poco yo iba volviendo al mundo real, pero aun así seguía dando mis pasos torpemente, por lo que tenía que ir con la cabeza baja para mirar mis pies y obligarlos a moverse correctamente. Cuando alcé la cabeza un momento, me di cuenta de que los demás no estaban a mi lado. Intenté localizarlos entre la gente pero no conseguía enfocar las caras de las personas que pasaban, me estaban borrosas.

— ¿Te encuentras bien?

Una voz aguda me hablaba desde abajo. Haciendo un gran esfuerzo conseguí enfocar el cuerpo de la niña que me había preguntado. Llevaba el rostro oculto tras una máscara que aparentemente servía para poder respirar el aire exterior. Su madre apareció de pronto, también con su máscara puesta, y la apartó de mí.

— No te acerques a nosotros —amenazó.

— No... No tengo intención de haceros daño. Yo...

— Mamá, está sangrando —advirtió la niña.

Llevé mi mano hacia la parte posterior del cuello y enseguida noté que estaba cubierto de sangre.

— ¡Aiden! —oí la voz de Agnes mientras observaba mis dedos manchados de rojo.

Sentí mi cuerpo caer mientras mi mente luchaba por mantenerse despierta. Lo último que vi fueron Agnes y Adonai intentando levantarme.

Adonai

La entrada de la mansión del Gobernador era una enorme puerta de metal que se abrió cuando uno de los guardias pasó su tarjeta de identificación por el lector que se encontraba junto a la puerta. Nunca había estado tan cerca de este lugar. Pasamos y la puerta se cerró a nuestra espalda, quedando atrapados en una pequeña habitación con extrañas compuertas circulares en sus paredes y en el techo. De pronto las compuertas se abrieron, emitiendo un humo blanco lanzado a presión. Mi hermana estrechó fuertemente mi mano.

— ¿Qué narices es esto? —exclamó Agnes.

— No podéis entrar y llenarlo todo de agentes contaminantes, primero hay que limpiaros de esta forma y eliminar el aire exterior —respondió uno de los guardias mientras se quitaba la máscara cuando el humo cesó.

La siguiente puerta se abrió y pudimos llegar a un inmenso recibidor con suelos de mármol y paredes blancas. Allí nos esperaban unos treinta hombres armados que nos vigilaban sin pestañear. Escuchamos los pasos de alguien bajando por las majestuosas escaleras de mármol que descendían hasta el centro de la sala.

— Nunca pensé que seríais vosotros los que acudiríais a mí —dijo con voz ronca.

El Gobernador era un hombre de unos cincuenta y tantos años, vestía un traje azul marino con una camisa blanca debajo. Su pelo era canoso y lo llevaba perfectamente peinado con la raya en un lado. Hizo un estudio rápido de nosotros con un ágil movimiento de ojos que se detuvo en Aiden.

— Por favor, llevad a este caballero a la enfermería de inmediato, no tiene buen aspecto.

"Y peor aspecto que tendrá dentro de unas cuantas horas", pensé.

Me percaté de que ahora la mirada del Gobernador estaba fija en Diana, pero no dijo nada, simplemente se limitó a invitarnos al asombroso comedor, donde el servicio comenzó a servir multitud de delicias. Nos indicó que nos sentáramos a la mesa y que comiéramos cuanto quisiésemos. Yo cogí una tortita, aún reacio a esta aparente amabilidad, y le hice un gesto a mi hermana para que aún no probase bocado. Comí un pequeño trozo de la tortita bañada en miel, y lo único que noté fue un delicioso sabor en mi lengua. Comí otro trozo y tampoco me encontré mareado ni nada por el estilo, así que permití que mi hermana comiese también.

— Bien, ahora que estamos aquí reunidos podéis contarme por qué estáis aquí. Imagino que no habéis venido de visita —inquirió el Gobernador.

— Hemos venido para establecer una paz permanente entre nosotros, los que llamáis "mutantes", y vosotros los humanos —respondió Diana. —Os traemos una oferta que no podréis rechazar.

— ¿Y cuál es esa oferta pues?

— Tenemos algo que puede convertir a todos los de nuestra especie en humanos corrientes.

El Gobernador dejó el cubierto en su plato, sin apartar la mirada de Diana ni un solo segundo. Algo aquí me daba mala espina.

— El único problema es el medio de transmisión, pero estoy segura de que juntos se nos ocurrirá algo.

— Señor, su hija pregunta por usted —interrumpió un hombre también trajeado.

— Por favor, dile que espere, ahora tengo visita.

No sabía que el Gobernador también tuviera una hija.

Dime Quién Eres [2a parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora