Capítulo 10

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Apoyé la frente en el cristal helado. Me gustaba ver cómo caía la nieve, siempre me había fascinado. Aquello me recordó al chico del bosque... No me había dicho su nombre...

- ¡Felicidades! -mis padres me sacaron de mi ensoñamiento.

- Gracias -dije mientras me daban un beso en la frente.

- ¿Quieres ver tu regalo?

- ¿Tengo un regalo?

Mi madre fue un momento al piso de arriba y bajó con algo entre sus brazos. Cuando lo vi no podía creerlo.

- Ahora es tuya -sonrió.

La preciosa cachorrita de pelaje negro con manchas castañas se encontró con mi dedo y decidió que intentar masticarlo era un buen pasatiempo.

- ¿Cómo la vas a llamar? -preguntó mi padre.

- Mmm... Sombra.

La perrita me miró con sus ojitos brillantes.

- Creo que le gusta -sonreí.

- Sí, y tu dedo también.

- ¿Cómo la habéis conseguido?

- La encontramos la otra noche deambulando sola por el bosque.

Pobrecilla, tan pequeña y abandonada.

- Voy a sacarla fuera para que juegue un poco.

- Está bien, pero solo un rato, que hace frío.

Tomé mi abrigo y y salí al exterior. Sombra saltaba y corría como una loca tratando de atrapar los copos de nieve de un mordisco.

 Sombra saltaba y corría como una loca tratando de atrapar los copos de nieve de un mordisco

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Mi mirada se depositó en el bosque. Una parte de mí me decía que era una mala idea, pero la otra sentía mucha curiosidad por aquel chico que aparecía de vez en cuando en mis sueños.

- Ven, Sombra -dije tomándola en mis brazos. La cubrí con mi abrigo exceptuando la cabeza, que apoyó en mi pecho para mirarme.

Eché un vistazo a mi casa para comprobar que mis padres no me veían y me dirigí al bosque. Caminé entre los árboles durante un rato. Ahora que lo pensaba, no llevaba ningún arma, más valía que las cosas no se torciesen.

- Esperemos no encontrarnos con nadie desagradable, ¿verdad, Sombra?

La perrita se limitó a lamerse el hocico y cerrar los ojos. Supongo que tenía sueño.

Alcé la vista en busca de ese cabello castaño claro.

- Sé que estás ahí -dije. -Puedo sentirte en mi cabeza.

No obtuve respuesta. Miré a mi alrededor pero no veía a nadie. Estaba bastante cerca de lo que había sido el campamento de los invasores y empezaba a sentirme un poco insegura.

- Sé que estás ahí.

- ¿Dónde? -escuché una voz en mi nuca que hizo que se me erizara la piel.

Me volví y me encontré con él a apenas unos centímetros.

- ¿Qué haces aquí? -preguntó desconfiado.

- Lo mismo podría decir yo.

Él soltó una risa irónica.

- No creo que hayas venido hasta aquí para mirar un árbol.

Su mirada se depositó en Sombra, que dormía en mis brazos.

- ¿Es tuyo?

- Tuya. Y sí, es mía.

- ¿Puedo acariciarla?

- Aún no me has dicho tu nombre.

Él me miró enarcando una ceja.

- ¿Para qué quieres saberlo?

- ¿Para qué quisiste saber el mío?

- Jayden.

Estudié sus ojos durante unos segundos.

- ¿Estás sorda?

- A mí no me hables así.

- Es que te has quedado mirándome sin decir nada.

- ¿Y qué tiene que ver?

- Bueno, ¿me dejas acariciarla o no?

Solté un suspiro y destapé a Sombra para que pudiera acariciarla. Él sonrió mientras tocaba su cabecita.

- Es muy suave.

- ¿Dónde vives?

- ¿Qué?

- Vuestro campamento desapareció hace ya un tiempo, ¿dónde vives ahora?

- Cuidado con lo que preguntas.

Lo miré fijamente buscando el significado de aquello.

- Te conviene no saber -dijo de nuevo sin mover los labios.

- Como quieras, lo averiguaré de todas formas -dije dándome la vuelta para volver a casa.

Tras unos minutos caminando, escuché un ruido detrás de mí.

- ¡Deja de seguirme, aún te siento en mi cabeza!

Me volví para buscarle entre los árboles nevados pero no vi a nadie. Algo se abalanzó sobre mí por detrás, haciéndome caer al suelo. Sombra salió corriendo asustada. Entonces vi que al lobo lanzándose a por ella.

- ¡NO!

El animal comenzó a hacer extraños movimientos con la cabeza y después se frotó con la pata en la cabeza, como si estuviese tratando de deshacerse de algo. Me levanté a toda prisa y cogí a Sombra, que se había quedado paralizada. El lobo salió corriendo y desapareció entre los árboles.

- Eres una idiota, ¿cómo se te ocurre venir sin siquiera un arma?

Allí estaba, apoyado en un árbol mientras me miraba con aire de superioridad y algo de reproche.

- Es para evitar la tentación de matarte cada vez que abres la boca.

- Caray, qué halagador. Te recuerdo que te acabo de salvar la vida.

- Y también me acabas de llamar idiota.

- Por cierto, bonitas alas. ¿Por qué no las usas para largarte a tu casita?

- QUE TE DEN.

Me di la vuelta y comencé a caminar a paso ligero. Imbécil. No debería haber venido.

- Eh, espero verte mañana.

- Ni muerta -respondí sin detenerme.

- ¿No vendrás a verme nunca más?

- No.

- ¿Ni aunque me vuelva a quedar atrapado en un cepo?

- Por mí como si te come una mariposa.

- Qué graciosa.

- Además, tú eres el primero que me advirtió que me alejase.

- Y no me hiciste caso.

- Pues debería.

- Oye, lo siento, ¿vale?

- Mañana.

- ¿Qué?

- Mañana volveré.

- ¿Cuándo?

- Tú eres el telépata, averígualo.

Desplegué las alas y sobrevolé los árboles, no quería continuar hablando. Además, tenía que volver cuanto antes a casa o me regañarían.

Dime Quién Eres [2a parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora