Capítulo 32

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·DIANA·

Tras el desayuno, el Gobernador nos ofreció varias habitaciones para alojarnos y antes de que yo entrara en la que compartía con Adonai y su hermana, el Gobernador me pidió que habláramos a solas acerca de la Cura mientras paseábamos por su mansión.

-¿Entonces dices que esto puede convertiros en humanos?

- Exacto.

- ¿Ya lo habéis probado?

- Ehh...

- ¿Cómo sabéis que funciona si no lo habéis probado aún?

- Podéis probarlo en mí -respondió una voz detrás de nosotros.

Al volverme descubrí a Aiden, quien llevaba un apósito en el cuello que cubría la herida que ya le habrían cerrado.

- ¡Aiden! ¿Cómo te encuentras? -pregunté.

- Mejor que antes, aunque eso tampoco era muy difícil. Por cierto, Señor, ¿por qué las personas que hemos visto fuera llevaban máscaras?

- La mayoría de habitantes de esta ciudad somos vulnerables a la contaminación exterior. Vosotros, como al parecer Diana ya sabe y vosotros supongo que también, fuísteis creados con la intención de crear una variación en vuestro metabolismo que hiciese compatible la vida con los niveles de contaminación del aire exterior. Por desgracia, en algunos de los niños que nacieron de este proyecto comenzaron a aparecer anomalías como las vuestras y, lo que es peor, alguien decidió aprovecharse de ello.

- Lo que significa que no somos más que un experimento fallido que alguien está utilizando como arma.

- Podría interpretarse así... Pero sería deshumanizarlo demasiado.

- ¿Deshumanizarlo? Precisamente lo que está ocurriendo tiene como causantes a los humanos, tanto usted, que envía tropas contra nosotros, como el Fundador, que arrasa pequeños asentamientos humanos con el fin de ganar terreno, recursos y más reclutamiento. Usted nos ha hecho parecer el enemigo, mientras que debería habernos calificado de víctimas. Nos apartan de nuestras familias, las que probablemente estén muertas, y nos arrancan nuestros recuerdos para arrebatarnos también nuestra identidad. Sin todo ello, sin un pasado en la ciudad, no podemos distinguir realmente quién es el enemigo, qué está bien y qué está mal, ni siquiera sabemos por qué hacemos lo que hacemos. Estoy cansado de luchar en nombre de alguien que no lucharía por mí, y eso es aplicable a usted, Gobernador. Si no nos garantiza que los mutantes que estemos dispuestos a ello tendremos un futuro en la ciudad como cualquier otro habitante, me temo que no contará con mi ayuda, prefiero morir antes que seguir siendo utilizado o tener que vivir escondiéndome.

El Gobernador se quedó callado unos segundos, mirando fijamente a Aiden y sin parpadear siquiera.

- Tienes coraje, chico, no te lo niego. Tenéis mi garantía de un futuro aquí en nuestra ciudad, pero no puedo garantizaros un trato normal por parte de los demás ciudadanos, estos años de incesante guerra y temor hacia los mutantes ha hecho mella en ellos, no creo que de un día para otro olviden todo eso.

- Entonces usted tendrá que dar ejemplo.

- No lo dudes, Aiden.

Por un momento me sentí pequeña al lado de Aiden. A pesar de todo lo que yo había vivido y soportado, Aiden había descargado una mezcla ácida de rabia, odio, dolor y desesperación en sus palabras que habría hecho sentir mal a cualquiera. Por un momento había abandonado mi dolor para sentir el suyo.

- No olvidéis que ahora estamos en el mismo bando -añadió el Gobernador. -Debemos trabajar juntos para que esto funcione. Dame la Cura, Diana, la enviaré a laboratorio para que la analicen y repliquen. Después deberemos pensar un plan para hacer llegar esta Cura a los demás mutantes, pero también tendremos que probarlo con alguien antes de pasar al plan B.

- Yo me ofrezco voluntario -dijo Aiden sin dudar un segundo.

- Está bien. Después nos vemos pues, ahora descansad, sois invitados -se despidió con una sonrisa.

Cuando se hubo alejado unos metros, dirigí mi mirada hacia Aiden.

- ¿Estás seguro? -pregunté.

- Sí. Estoy contigo en esto Diana, aunque eso significase morir, seguiría contigo. Ya te defraudé una vez, no pienso hacerlo una segunda.

- Eso fue hace mucho tiempo, Aiden, no me debes nada.

- No hace tanto -dijo dándose la vuelta para marcharse.

Cuando yo también iba a marcharme, él se detuvo y se volvió hacia mí. Me quedé inmóvil y él me envolvió en un dulce abrazo.

- Que descanses, Diana -se despidió.

- Igualmente.

Iba a dirigirme hacia mi habitación, pero la curiosidad me pudo y caminé en la dirección contraria, por donde se había marchado el Gobernador, hasta llegar a unas escaleras ascendentes, tan bonitas como las del recibidor aunque más pequeñas. Lo bueno de los peldaños de piedra era que mis pies no hacían ruido al pisarlos. En el piso superior no había mucho más que en el anterior, un largo pasillo blanco con un millón de puertas que a saber a dónde conducirían. Iba a volver a mi piso cuando descubrí una tenue luz procedente de una puerta a unos diez metros de mí. Caminé hasta ella despacio. La luz se escapaba por el centímetro que faltaba para que la puerta se cerrase. Observé por el hueco y descubrí a una chica de mi edad (o al menos la edad de mi cuerpo actual) que se estaba peinando delante del espejo de su tocador. No alcancé a ver su rostro, pero su pelo era largo y rubio. Al parecer se estaba haciendo una trenza. Comenzó a cantar una especie de nana para dormir:

Llora lobo, llora,

llórale a tu luna.

Llora lobito, llora,

de tu tristeza es dueña la fortuna.

Llora lobo feroz, llora,

porque al fin ha llegado tu hora...

Noté que los ojos se me cerraban sin poder evitarlo y lo último que distinguí fue la silueta de la chica dirigiéndose hacia mí.

Dime Quién Eres [2a parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora