Capítulo 36

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A mis ojos, el agua que llenaba la bañera era roja como la sangre que manchaba mis manos y mi pasado. Me dejé hundir en el agua y vi las burbujas cómo las burbujas que salían de mi nariz nadaban hacia la superficie. Qué tentador era quedarse allí abajo, en aquella paz silenciosa en la que podría flotar para siempre. Me estaba quedando sin aire, pero no podía abandonar a los míos así, no después de lo que había pasado para llegar hasta aquí. Salí del agua y tomé una gran bocanada de aire. Escuché que estaban llamando a la puerta, algo apresuradamente.

— ¿Diana? ¿Me oyes?

— Sí. Dime, Adonai.

— Por fin respondes, me estaba preocupando. Cuando termines baja al salón, el Gobernador quiere comunicarnos algo.

— Está bien.

Salí de la bañera y cogí la toalla para envolverme en ella. Tomé el peine y comencé a desenredar mi melena mientras me miraba en el espejo. Después terminé de secarme el cuerpo y me puse el mono ajustado estilo militar que nos habían dado y las botas de punta de metal. Con el secador de pelo quité un poco de humedad de mi cabello y después lo recogí en dos trenzas de raíz para que no me molestara. Salí del baño y la habitación y bajé directamente al salón, donde ya estaban los demás.

- Parece que ya estamos todos -sonrió el Gobernador mirándome. -Seguidme hasta la sala de operaciones.

Hicimos caso y yo iba a ponerme junto a Adonai cuando alguien tiró de una de mis trenzas. Me giré pero no vi a nadie.

- Buenos días, tardona -sonrió cuando volví a mirar hacia delante.

- Buenos días, graciosillo.

- ¡Diana! -me saludó también alegre Caleb.

- Buenos días, lobito.

Me fijé en que junto a él la pared blanca se veía un poco diferente, hasta que pasamos por una puerta y la figura de Arlet se distinguió. Su piel había adoptado el mismo color y textura que la pared. Asombroso. Entramos en una sala con escasa luz en la que había unas grande pantallas con planos y dibujos en tres dimensiones de todas las compañías del Fundador. Vi la compañía 1, la nuestra.

- Bien, os explicaré el plan que hemos desarrollado con ayuda de los datos que nos ha proporcionado nuestro compañero Adonai. Muchas gracias -dijo mirándolo, a lo que Adonai asintió con la cabeza. -Aquí tenemos las 11 compañías en las que se ocultan vuestros amigos. Vamos a distribuir distintas unidades para cubrir todas ellas. Hemos descubierto que podemos entrar por uno de los conductos de ventilación del edificio, el problema está en que hay grandes ventiladores que os impedirán el paso. Pero no os preocupéis, estos ventiladores se detienen por un tiempo de diez segundos cada media hora, así que tendréis que ser rápidos, porque vosotros sois los elegidos para entrar primero. Una vez dentro, deberéis dirigiros a la sala de control -dijo señalando una sala situada en el centro del plano del edificio. -Allí tendréis que conectar este dispositivo al ordenador central para que nuestros informáticos puedan desactivar la defensa, y por tanto, las puertas de seguridad. Será entonces cuando el resto de unidades entrarán y dispararán dardos que descargarán la dosis suficiente de la Cura para que todos los individuos se conviertan en humanos. Después, cuando todo acabe, se les ofrecerá la posibilidad de residir en la ciudad con nosotros o marcharse. Y por supuesto, a vosotros se os ofrecerá lo mismo después de daros la Cura. ¿Dudas?

- ¿Y mi hermana? -preguntó Adonai.

- Se quedará con Adeline y su hijo hasta que volváis. No permitiré que haya niños en un campo de batalla, sean mutantes o no. Se les aplicará la Cura cuando regreséis.

- ¿Iremos todos en la misma unidad? -preguntó Agnes.

- No, iréis distribuidos en parejas. Las parejas os dejo que las hagáis vosotros.

- Como en el cole -murmuró Adonai con una pequeña sonrisa.

- ¿Cuándo salimos? -pregunté.

- Esta misma noche. A las 21:30 debéis estar en el vestíbulo, os guiarán hacia los camiones militares y cada pareja irá en el camión de su unidad.

- Espere, no somos suficientes parejas para todas las compañías.

- Vuestro lugar lo ocuparán otros soldados en el resto de compañías. Si no hay más preguntas, podéis hacer lo que queráis el resto del día.

- ¿Y salir fuera?

- He dicho lo que queráis -sonrió.

- ¿Os apetece dar una vuelta? -nos preguntó Agnes.

- Claro -respondimos.

Así que Agnes, Aiden, Adonai y yo salimos de la mansión para descubrir un triste día nublado. Lo cierto era que me gustaban los días así. Comenzamos a pasear por las calles principales ante la curiosa mirada de los ciudadanos. Sobre todo se extrañaban al ver a Adonai con sus enormes alas. Entramos en una heladería pequeña que tenía un escaparate muy coqueto.

- Buenos días -saludamos al entrar.

- Buenos días -respondió la dependienta algo recelosa.

Era una chica joven con el pelo largo y moreno recogido en dos trenzas. Llevaba un gracioso sombrero que simulaba una tarrina de helado con una cuchara clavada en él.

- Yo querría un halado de fresa, por favor -dijo Agnes.

La chica se nos quedó mirando.

- No me sonáis, ¿sois nuevos por aquí?

- Más o menos.

Su mirada se detuvo en Adonai y soltó la tarrina que había cogido.

- Lo siento, no atiendo a mutantes.

- A mí sí me atenderás -amenazó Agnes prendiendo sus manos en llamas.

- Agnes, no -dijo Adonai sujetándola por el hombro. -No merece la pena. Vámonos.

Salimos de allí con aire desanimado.

- Nunca encajaremos aquí -suspiró la chica. -No nos aceptarán.

- Lo harán -respondí. -Dentro de poco seremos como ellos.

Dime Quién Eres [2a parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora