Asalto (parte 1)

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En el gran salón, Haraldson sostenía un bebé en sus brazos. Lo contempló durante unos momentos y se lo entregó a su madre. Extendió su brazo y lo colocó encima de la cabeza del pequeño.

—Que los dioses te protejan.—dio su bendición.

—Gracias, Milord.

—Espero que tu niño te traiga beneficios.—le deseo Siggy a la madre del bebé.

El Conde quedo perplejo mirando tristemente a la nada, su esposa sin decir nada lo apoyó con un sutil toque en la espalda y se fue.

Ragnar y Athelstan llegaron juntos en una pequeña balsa a la granja. Entraron a la casa, el nórdico se tiro a pensar en la cama, mientras que el cristiano empezó a abrir a los pescados para tener lista la comida.

—¿Puedo preguntarte algo, Ragnar? ¿Aún soy su esclavo?

—¿Qué importancia tiene?

—Mucha, porque noté que en su mundo, a los esclavos los tratan peor que a los perros.

—¿Te trato como un perro?—preguntó en un tono que daba a entender una respuesta.

—No me refiero a eso. Legalmente podría matarme a golpes si quisieras, y saldrías impune. Los otros de su mundo se rigen por la ley.

—Así son las cosas.—hizo un gesto que hacia notar que no le importaba en absoluto lo que hacían los demás.

—¿Un hombre puede violar a una esclava, pero no a una mujer libre?—preguntó repugnado.

—Es verdad que hacemos diferencia entre los que capturamos en las batallas, y nuestros propios hombres y mujeres libres. Y ¿por qué dices "en su mundo"? Ahora vives aquí, también es tu mundo. Además, nunca te vi tratando de escapar.

—No me interesa escaparme ahora. Aunque pudiera hacerlo. Pero me gustaría ser un hombre libre.

—Si tiene tanta importancia para ti.

—Si, la tiene.—Ragnar no respondió y un silencio incómodo se formó—¿Para qué se prepara?

—¿A qué te refieres?—se hizo él desentendido.

—Lo he visto. Trama algo. Se ha hecho muy fuerte.

—Quizás no lo suficiente.

—¿Qué dicen los dioses?

—¿Qué sabes de nuestros dioses, Sacerdote?—le preguntó y rápidamente se sentó en la cama. Athelstan no contestó, quedó balbuceando—Termina el pescado. En silencio.—Ragnar se sintió ofendido con la pregunta.

Mientras tanto en el gran salón, el Conde se preparó y agarró su espada. Un gran ejercito iba a defenderlo a sus espaldas.

En la granja todo estaba tranquilo, cada uno hacia sus labores. Gyda estaba hilando, Athelstan ponía leña al fuego, Björn llevaba las cosas en su lugar, y Ragnar salió a cazar un ciervo. No había ruidos, parecía presa fácil.
De repente, dos flechas cayeron en la granja, una al pecho de un anciano, la otra fue fallida. Björn se acercó al anciano y miro de dónde venían los atacantes. Vio un ejercito de al menos unos veinte hombres, con tres a caballo. Los atacantes avanzaron y todos en la granja corrieron a refugiarse a sus casas. Uno, dos, tres nobles trabajadores fueron cayendo muertos en el suelo.

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