Sacrificio (parte 1)

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Athelstan, ahora con su pelo largo y una pequeña barba, entró al Gran Salón donde ll esperaba lord Ragnar.

—Cada nueve años, viajamos al templo de Upsala para dar gracias a los dioses y ofrecerles sacrificios por todo lo que...—Ragnar hizo una pequeña pausa—Por protegernos, por el éxito en las batallas, por las lluvias que nos traen para nuestros cultivos y, por supuesto, por nuestros hijos.—esta última parte no la dijo muy feliz debido a los últimos acontecimientos—No iba a ir este año, porque tengo muchas cosas que hacer por aquí. Y después, me quitaron cruelmente a mi hijo por nacer, e hizo preguntarme qué había hecho para enfurecer a los dioses.—le hizo una seña a Athelstan para que se sentara a su lado—¿Qué hacen los cristianos ante tanto dolor?

—En la Biblia, dice que todas las penas pasarán.

—En todo caso, decidí ir. Voy a llevar a los niños por primera vez, porque es importante que vayan. ¿Y tú?

—¿Yo qué? ¿Qué pasa conmigo?

—¿Vendrás con nosotros? O quizá prefieras quedarte aquí y adorar a tu propio dios.

—No, con mucho gusto iré contigo.

—Bien. Te habría llevado de todos modos.

Al atardecer Lagertha recibía las ofrendas de la gente del pueblo para los dioses.

—Gyda, recibe las ofrendas un momento, iré a hablar con tu padre.—fue a hablar con su esposo, quién se encontraba sentado en un escalón bebiendo—Ragnar ¿no estás contento de que vayamos a Upsala?

—Claro que sí. ¿Por qué no lo estaría?—el tono sarcástico que tanto caracteriza a Ragnar salió a la luz—Cuando lleguemos allí le preguntaremos a los dioses por qué nos dan con una mano, pero se lo llevan con la otra. ¿Por qué me hicieron Conde, pero mataron a mi hijo?

—Podemos tener más hijos.

—¿No lo hemos intentado ya?—a los dos se le cristalizaron los ojos, casi al borde del llanto, pero no podían hacer un escándalo en público.

A la mañana siguiente el viaje a Upsala comenzó, casi todas las familias de Categat estaban unidas subiendo una gran colina para llegar a su destino.
Finalmente llegaron.

—Este es el bosque sagrado. Cuelguen las ofrendas de nuestra gente de sus ramas.—le pidió a sus hijos.

La puerta grande estaba justo en frente de Ragnar, su esposa y sus hijos.

—¿Lo sabe?—preguntó Lagertha.

—No.—dijo Ragnar.

Al entrar, la familia debía pararse frente a un hombre alto y calvo, con su cara tatuada y dos largas cicatrices de cada lado de su cabeza. Detrás suyo, una gran estatua los esperaba en el centro, y muchas más en los costados. Ragnar y su familia se pararon frente al hombre.

—¡Gloria a los Aesir y a los Vanir! Gloria a los dioses y a las diosas. Gloria a Odín, Thor y Frey. Gloria a Vali, Sif y Heimdall. Gloria a Balder, Bragi y Eir.—decía el hombre calvo mientras le tiraba una salpicadura de sangre en la cara a cada uno de los integrantes de la familia—Gloria a Freyja, Loki y Frigg. Gloria a Hlín y Mimir. Gloria a Njors, Ran y Tyr. Gloria a la lanza de Odín, el martillo de Thor. Gloria a la poderosa y fecunda tierra.—llegó a la posición de Athelstan—Gloria...—se frenó unos segundos—Gloria a todos.

Ragnar y su familia pasó a donde se encontraban las grandes estatuas. Björn, su padre y Athelstan, fueron a la primera de la izquierda.

—Sabes lo que es, ¿verdad?—le preguntó Björn a Athelstan.

—Por supuesto. Es Thor sosteniendo su martillo, Mjolnir. ¿Quién no lo oyó golpeando su yunque en la tormenta? ¿Quién no cree en el poderoso Thor, asesino de la helada y el fuego?

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