9.- No nunca.

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Me levante sobresaltada, otra dura pesadilla más, otra dura noche para mí.

Levante mi cuerpo de la cómoda cama y apoye los pies en el frío suelo. Sequé, por supuesto, mis lágrimas.

Todo a mi alrededor estaba frío, congelándome mientras intentaba irme al baño, algo se movió y me apego a la cama. Solté un pequeño grito, y el acompañante que tenía al lado se despertó corriendo, mirándome.

Abrí los ojos, no quería que me viese así.

—Hey, ¿estás bien?.

Me separe de su brazo, pero me volvió a agarrar, y sin poder resistirme más, me abrace a el, tumbándome de nuevo en la cama.

Mis brazos se fueron por su cuello y los suyos por mi cintura, era incómodo esa postura, pero de alguna manera, no quedaba incomodo entre nosotros.

Me relaje con su suave respiración, y sus suaves caricias en mi espalda baja, me iba a matar.

—Necesito saber si estás bien, Hill.

Asentí, mirando sus ojos avellana por la única y pequeña luz que entraba entre las cortinas, tenía que ser las cinco de la mañana aproximadamente.

Me acaricio la cara suavemente, y no pude evitar cerrar los ojos, sintiendo aún más ese pequeño pero delicado toque, significaba mucho viniendo de una persona tan dura e impotente como el.

Agarre su mano, la que se paseaba por mi cara, y abrí los ojos, dándome cuenta de que estaba sonriendo, muy poco, pero lo estaba haciendo. Y esa sonrisa no se que significaba, no tenía la menor idea, pero sabía que no hacía falta hablar, para que me demostrase muchas cosas inexplicables.

Me quede embobada con su mirada, malditamente embobada por el chico boxeador y duro, malditamente embriagada por la maraña de sentimientos que desataban esa mirada.

Después de esa rara mañana, nos quedamos dormidos después de estar mirándonos, solo eso. El se fue aproximadamente cuando los rayos del sol estaban tan bajos, que me asuste pensando que en algún momento vendría Marcus o su dulce madre.

Cuando se estaba yendo, se acercó a mi, dándome un abrazo, me sorprendió, pero se lo di igualmente.

—¡Coño Marcus! Eres como un puto cometa.

Toque mi pecho cuando el muchacho de ojos avellanas se fue, el me miraba sonriendo de tal manera, que pensaba que había practicado toda la noche para este momento.

—¿Un cometa? Menuda imaginación tienes.

—Si, ya sabes, pasan cada 76 años. ¿Dónde te has estado metiendo? —Añadí mientras me dirigía a la cocina, necesitaba comida, ya.

—Cariño, te lo diría, enserio, pero creo que es mejor que no digamos donde me he estado metiendo, no principalmente cuando puedo dañar tu sensibilidad.—Arrugue la cara, dandole un doble sentido a esa frase, menudo cerdo.

—¡No, no! No quiero saber nada.—Se empezó a reír muy fuerte, demasiado. Comí la rápida tostada que me había hecho y no pude evitar soltar una pequeña carcajada.

—¿Y tú qué tal? Por lo que veo bien, señorita Mendes. —Me atragante con la tostada, y bebí del café frío, asqueroso. Arrugue de nuevo la cara y puse el café en el microondas.
Que cabeza tengo.

HURACÁN © Shawn Mendes. EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora