Fue entonces cuando las chicas cayeron en la cuenta del lío en el que terminaban de meterse. Empezaban a mirarse entre ellas llenas pánico, quizá para comprobar que todas eran consciente de lo que acababa de pasar. El miedo las invadió por completo.
— No, no, no.... —susurraba Sabrina mientras se sujetaba la cabeza con las manos y miraba el suelo. Repetía lo mismo una y otra vez sin descanso.
Ariadna perdió el control de sí misma y se abalanzó hacia el cristal que las separaba de sus compañeros, su profesora y la propia aula de química. Pegó su cara contra él, la nariz se le torció hacia un lado, al igual que las mejillas, la frente y la boca. Resultaba de lo más graciosa la mueca que había formado. Una disimulada sonrisa surgió por parte de sus compañeras de estancia, y otra muy distinta por parte de sus compañeros en el exterior que parecían extrañados y confusos por su reacción.
— ¡Sacadme de aquí! —gritaba como podía. Tarea que no era fácil debido ha estar aplastando los labios contra el frío cristal.
La profesora observaba como Ariadna movía la boca pero no era capaz de entenderla, la sala estaba insonorizada.
— No puedo oír nada, lo siento. Vamos ha salir para ver lo que ha pasado —se dirigió hacia sus alarmados alumnos y pronunció un sereno;— Vamos chicos, calmaos.
Salieron del aula casi a oscuras.
— ¿Nos ha dejado solas? ¡Nos a dejado solas...! ¿Cómo ha podido? Quiero ver su título —Ariadna empezaba a divagar alarmada y las otras cuatro chicas la miraban boquiabiertas, también tenían miedo pero no lo suficiente como para caminar en círculos haciendo espavimientos con los brazos y gritando, cómo Ariadna—. Los profesores no pueden hacer eso. ¿O sí? Espera... no lo sé. ¿Por qué seguimos aquí metidas? Me empieza a faltar el aire. ¿Soy la única? Esto es muy pequeño y no tenemos comida... comida, ahora tengo hambre, un momento. Vamos a morir deshidratadas. ¿Por que soy la unica que habla? ¡No puedo morir así!
— Tranquilízate psicópata, saldremos de aquí y serás algún día una viejecita muy feliz —propuso Tamina, con tal de que parara de alarmarlas a ellas también.
— ¿Seré una viejecita feliz? ¿Enserio? ¿Me lo prometes? —contestó Ariadna parada frente a Tamina con los ojos muy abiertos. Sin duda, las estancias pequeñas no eran sus favoritas.
— Que sí, que sí... pero deja de poner esa cara de loca salida de un manicomio por favor.
— Seré una viejecita feliz, seré una viejecita feliz, yo se que seré una viejecita muy feliz —repetía para tranquilizarse mientras se masageaba el puente de la nariz.
— Dejad de hablar de viejas felices y centraos —intervino Charlotte—. Vamos a ser realistas, no hay luz en todo el centro. En todo. ¿Sois conscientes de lo difícil que será que vuelva la luz? Podrían pasar meses.
— ¡No! —gritó Ariadna echándose las manos a la cabeza.
— Pero yo tengo que salir esta tarde —dijo Sabrina—, tengo que trabajar.
— ¿Perdona? —replicó Charlotte—. Yo tengo que practicar para las competiciones de surf...
— ¡No vamos a salir de aquí nanca!
— ¡Deja de tirarme del brazo!
— ¡Los establos quebrarán!
— ¡Dieciseis años de mi vida desperdiciados en clases de surf!
— ¡Soy muy joven para morir!
— ¡Jamás veré a Harison Ford en persona!
— ¡Silencio, de una vez! —gritó una Nicky con el ceño fruncido. Todas cerraron la boca al instante. La mirada de Nicky era aterradora—. No nos pueden dejar aquí. ¿¡Está claro!? Hay millones de maneras para abrir esa maldita puerta de metal, con un genio de la informática o con una motosierra que la parta en dos. ¡No necesitan electricidad para sacarnos de aquí! ¡¿Entendéis?!
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Los Inefables (Editando)
Dla nastolatkówAlgo tan increíble que no puede ser descrito con palabras, eso es inefable. Durante tu vida encontrarás momentos, sentimientos y personas inefables. Ellas eran cinco. Nicky era adicta al Heavy Metal, a los videojuegos y al negro. Ariadna era una so...