Capítulo 4: Diferente

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Kate chasqueó los dientes al aparcar el coche frente a la casa del sospechoso

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Kate chasqueó los dientes al aparcar el coche frente a la casa del sospechoso. Miró al escritor y lo vio temblar de forma sutil.

―Esta calle no tiene muy buena pinta ―susurró él.

Rogers tenía razón, aquel barrio parecía sacado de una novela negra, con sus charcos de agua, lluvia intensa, grafitis y pandilleros mirándolos a través de los cristales con caras de pocos amigos. Hasta estaba la típica rata atravesando una humareda blanca para perderse dentro de un callejón.

Kate suspiró, aquello no entraba en sus planes pero no tenía más remedio. Se giró hacia Rick y le dijo:

―Sígueme.

La cara de terror de él no tuvo perdida.

―No puedo... Yo... Si vuelven a... Mis hijos...

―Hey, no soy Sloan. No voy a dejar que te pongan un dedo en cima, ¿vale?

Lo dijo tan segura de si misma, que él se la quedó mirando con la boca abierta.

―Es más seguro si vienes conmigo ―prosiguió Kate quitando las llaves del contacto―. Si te dejo solo en el coche no podré protegerte.

Él pareció pensárselo, pero al final asintió y la siguió cuando Kate salió del coche segundos después.

―No quiero que mis hijos vuelvan a llorar por mi ―lo escuchó susurrar mientras entraban al edificio del sospechoso. Kate sintió su estómago removerse ante el dolor de la voz de él. Lo miró de reojo antes de picar la puerta del sospechoso y dijo:

―Te prometo que conmigo no te pasará nada, intentaré protegerte, ¿vale?

Rick asintió justo en el momento en el que la puerta se abrió.

― ¿Señor MC Calish?

― ¿Quién pregunta? ―dijo el hombre de tatuajes.

―Inspectora Kate Beckett del departamento de homicidios de Nueva York ―le ensenó su placa sosteniéndola en el aire―, ¿tiene unos minutos para...?

No le dio tiempo a terminar la pregunta, porque el sospechoso salio corriendo hacia su piso.

xxx

Rick no podía mantener la boca cerrada ante lo que estaba viendo: Kate Beckett, la heroína pública de Nueva York, esposaba al sospechoso en el suelo, sentada sobre la espalda del hombre que medía y pesaba más que el mastodonte de Sloan.

Con un movimiento tan femenino como imponente, Kate levantó al hombre y lo hizo caminar hacia la puerta del apartamento. Rick la siguió por las escaleras mientras Kate leía los derechos al sospechoso. Al salir a la calle, ella colocó al sospechoso en la parte de atrás y se sentó en el asiento del piloto. Rick hizo lo mismo en el asiento de copiloto.

―Qué manía tienen de correr ―rebufó Kate quitando una hoja seca de sus botas de tacón, de las cuales Rick no había reparado en su presencia hasta en ese momento.

Kate BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora