Capítulo 5: Condiciones

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Quizás era una locura, una estupidez o ambas cosas a la vez, pero al día siguiente, tras cerrar el caso en el que el asesino había sido un chico de quince años, Kate volvió a la casa de Richard Rogers

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Quizás era una locura, una estupidez o ambas cosas a la vez, pero al día siguiente, tras cerrar el caso en el que el asesino había sido un chico de quince años, Kate volvió a la casa de Richard Rogers.

Su intención era salir del coche, picar el timbre y decir a Rogers que habían resuelto el caso. Pero se tomó su tiempo para mentalizarse.

El día no estaba oscuro ni lluvioso para apreciar el hogar de Rogers a la luz del sol, así que aprovechó para curiosear. La casa era algo así como el hogar perfecto para una película de terror, al menos exteriormente. La valla estaba rota, la madera desgastada, la pintura se había ido en la mayor parte de las paredes y faltaban trozos de madera en el porche. Kate tragó saliva.

Aquél hombre necesitaba el dinero con urgencia.

Desde el Crow Victoria, Kate observó un poco más. A través de la ventana central de la casa pudo ver algo que la dejó con la boca abierta, Rick jugaba a ser perseguido por tres niños mientras llevaba a dos pequeños de aproximadamente un año en brazos. Pestañeando para contar nuevamente, Kate contó cinco niños. Cinco. Richard Rogers tenía cinco niños.

De repente la carrera del escritor se acabó. Kate pudo ver como el hombre dejaba a los niños de un año en el suelo para mirar su muñeca. Estaba lejos, pero ella supuso que observó el reloj. A continuación, Rick levantó a un niño de unos cinco años al aire. El pequeño reía mientras su padre daba vueltas. Luego paró, con una mano sujetó al niño por la cintura y con la otra buscó algo en el bolsillo del pantalón. Sacó algo minúsculo parecido a una pastilla y se lo dio. Kate no lo pudo ver muy bien desde allí. Lo que sí apreció fue al niño trepando hacia el cuello de su padre para, luego, besar la mejilla magullada de él.

Con los ojos llenos de lágrimas a punto de salir, Kate Beckett puso rumbo a comisaría para ver a su capitán. No iba a dejar que esos cinco niños y su padre se quedaran en la calle.

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Roy Montgomery puso los codos sobre la mesa y se llevó las manos a la cara. Él nunca permitía que las emociones o la angustia lo dominara, en eso era un buen profesional, no por nada era capitán de la policía. Pero aquello le estaba tocando en lo personal. Su mejor amigo estaba sufriendo por seguir cuidando a sus hijos, Roy le había prometido ayudarlo en todo lo posible y ahora no podía hacer nada más por él. Nada.

― ¿No tienes ningún otro detective que quiera dejar que le sigan? ―preguntó el alcalde sentado en una de las sillas delante del escritorio.

Roy levantó la cabeza para mirar a un amigo en común de Richard. Ambos habían recibido la ayuda de Rick en algún momento de sus vidas, incluso el escritor había cuidado de los hijos de los dos cuando fue necesario. Pero ahora, ni el capitán de una de la mejores comisarías, ni el alcalde de la ciudad podían ayudarle.

―No puedo hacer nada más Bob ―Roy suspiró―. He gastado todos mis contactos y favores, incluso llamé a otras comisarías, pero ninguna quiere pasar por esto.

Kate BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora