Capítulo 17: El muro

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Kate acarició la mejilla de Rick, se aseguró de que no tenía miedo a su cercanía y, solo entonces, juntó sus labios en un beso delicado, suave, cálido y lento

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Kate acarició la mejilla de Rick, se aseguró de que no tenía miedo a su cercanía y, solo entonces, juntó sus labios en un beso delicado, suave, cálido y lento. Muy lento.

Por un momento el cuerpo de él hizo un tic involuntario, un movimiento de tensión que invadió todo su cuerpo, segundos después inspiró con fuerza por la nariz y soltó todo el aire sobre la cara de ella. Y la tensión de sus hombros disminuyó. Eso fue todo lo que ella necesitó para, sin parar de besarlo, empezar a dar pequeños pasos hacia la salida.

Para su sorpresa el escritor la siguió sin separarse.

Después de ese beso, vino otro, y otro más. Uno por cada pocos pasos. Incluso llegó un momento en el que Rick puso las manos temblorosas sobre su cintura y movió los labios levemente. Fue de forma sutil, casi imperceptible. Pero los movió. Entonces las tornas cambiaron y la de la respiración entrecortada y el corazón en los oídos fue ella. Y perdió la cuenta de los besos, de los minutos o los pasos que debía dar hacia la salida. Quería salvarlo. Quería sacarlo de allí. Estar con él, abrazarlo hasta que su ansiedad pasara. Maldita sea, lo quería.

Y no supo cómo controlar esos sentimientos.

Se acercó más a él para presionar con más desenfreno sus labios. Le gustaba su aroma, era una mezcla suave a jabón con un ligero toque a colonia de niños o polvos de talco. No lo supo distinguir pero le gustaba. Lo acarició con su mano derecha pasando los dedos por la barba incipiente, siguió subiendo la mano hasta llegar a la cicatriz de la ceja izquierda de él; una pequeña línea con puntos de una de sus muchas peleas en las que se vio implicado por culpa de Sloan. Se separó para besar esa cicatriz, luego la mejilla y lo miró.

―No te voy a dejar nunca.

Fue una declaración ronca sacada de lo más profundo de ella misma. Una profundidad que Rick debió notar, pues sus ojos azules se volvieron un tono más oscuro.

Después, con la misma suavidad que en el primer beso, juntó los labios con los de él mostrándole todo lo que sentía. De hecho, no perdió oportunidad de hacerlo; lo besó una y otra vez incluso cuando llegaron al Crow Victoria y Esposito les abrió la puerta trasera.

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La sala de descanso fue un buen lugar para refugiarse de todas las sensaciones locas que Kate tenía en el pecho. Eran una mezcla apoteósica de mariposas y taquicardia que no podía controlar, ni siquiera suavizando su respiración en bocanadas de aire lentas lograba apaciguar su pulso.

Caminó hacia la mesa y puso sus manos sobre ella, recargando parte del peso de su cuerpo. Podía parecer un cliché, pero las piernas le temblaban. Y todo por la sensación maravillosa que aún tenía en los labios.

De repente la puerta de la sala se abrió dejando entrar a Esposito y Ryan.

―Madre mía la que se ha liado en ese bar ―susurró Esposito en cuanto Ryan cerró la puerta―. Juro que pensé que nos mataban, todos nos veían mientras lo sacabas a besos de allí. Es un milagro que no nos reconocieran.

Kate BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora