Capítulo 8: Un evento de importancia trascendental

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El día había llegado

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El día había llegado. Tras ojear por el espejo retrovisor que su traje de oficial estaba correctamente. Y que su moño alto se ajustaba bien a la gorra de policía que llevaba puesta. Kate inspiró con fuerza y salió del auto.

En frente, a una calle de distancia, el edificio donde el ayuntamiento haría el acto de entrega de medallas se presentaba ante ella con policías velando la entrada. Kate cerró los ojos con fuerza e inspiró. Nunca se acostumbraba a este tipo de actos, siempre echaba de menos a sus padres y los buscaba con la mirada a pesar de saber que no iban a estar allí. Estaban muertos. No volverían.

Era tan difícil mantener la compostura.

― ¿Cómo está la heroína número uno de la ciudad?

El cuerpo de Kate sufrió una especie de escalofrío para, luego, relajarse notablemente al girarse y ver los ojos azules del escritor.

Rick tenía una sonrisa que le llegaba a los ojos y Kate no pudo evitar reír como una tonta al sentir el alivio que esa simple sonrisa le creaba.

―Aterrorizada ―reconoció ella soltando todo el aire retenido.

―Menuda súper heroína estás hecha.

Eso hizo reír a Kate otra vez.

―Sí, lo mío es puro cuento. Pero no se lo digas a nadie ―él le sonrió con las manos en el interior de los bolsillos del abrigo que ella le regaló. Kate sintió una sensación cálida en el pecho por ese simple gesto de él―. ¿Qué haces aquí? ¿Montgomery pudo invitarte al final?

Tras dos semanas trabajando con Rick, ella había pedido a su capitán si podía incluir al escritor en la lista de invitados de la ceremonia. Pero por desgracia era muy tarde para incluir a nadie. Aunque Montgomery intentó mover algunos hilos.

―Me temo que no ―dijo él y ella se desinfló un poco―. Pero vine a desearte suerte y regalarte algo.

― ¿Regalarme algo?

Sin previo aviso, Rick abrió sus brazos hacia ella y la abrazó. Al instante, una oleada de confort y tranquilidad atravesó a Kate. Los brazos de él la rodeaban con firmeza pero, a la vez, con una suavidad que la sorprendió.

Se sentía... Bien. Cómoda, segura y relajada.

Kate acomodó la cabeza en el hombro de él y aspiró su aroma. El olor varonil de su colonia suave la hizo cerrar los ojos, le gustaba la calidez del cuerpo de él, la tranquilidad que este transmitía a cada hueso de ella.

―Un abrazo ―susurró Kate con los ojos cerrados. Tenía los brazos bajados, completamente presos por el abrazo de él. Pero aunque no podía rodearlo por la cintura como su cuerpo quería, se sentía demasiado cómoda como para moverse un centímetro―. ¿Este es el regalo?

―De parte mía y los niños ―dijo él con una voz tan suave, que Kate suspiró―. Dos minutos por niño y otros dos por mí. Eso hacen un total de doce minutos de abrazo.

Kate BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora