Capítulo 21: La promesa del idiota y la de la policía

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Hasta que no vio a los niños en brazos de su padre, hasta que no los tocó y los llenó a besos, Kate no se dio cuenta de la enorme opresión que había contenido en su pecho

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Hasta que no vio a los niños en brazos de su padre, hasta que no los tocó y los llenó a besos, Kate no se dio cuenta de la enorme opresión que había contenido en su pecho. Sobre todo en las últimas horas.

Aún de pie en la puerta, se acercó más a Alexis y Mathew ―que seguían sujetos por Rick a cada lado de él―, y los analizó con atención. Primero alzó las manos de Mathew. Las examinó deteniéndose en cada dedo, contándolos mentalmente. Después besó las palmas de sus manitas; deslizó una caricia suave en sus mejillas mojadas; palpó la piel en busca de heridas o cualquier cosa que le hubiera podido pasar y, cuando se aseguró de que estaba bien; repitió el mismo proceso con Alexis.

Fueron gestos inconscientes nacidos de una necesidad que no pudo contener. Quizás era una locura, apenas había estado con los niños una vez, pero no lograba tolerar la idea de que ellos sufrieran. Necesitaba saber que estaban bien, tocarlos, besarlos y calmar sus llantos.

Aunque eso último lo consiguió de forma rápida.

En cuanto ambos niños sintieron las caricias delicadas de Kate, cuando ella besó sus lágrimas y sus frentes, ellos cerraron los ojos con sus boquitas entre abiertas. Y dejaron de sollozar. Aliviada por la tranquilidad recién adquirida de los dos pequeños, Kate acercó los labios a la coronilla de Mathew. Los dejó allí durante un largo rato.

Inspiró con fuerza el aroma a colonia infantil del niño y cerró los ojos. Eso, tenerlos cerca, poder tocarlos, era lo único que necesitaba para recomponer un poco la opresión de su pecho. Se conformaba con bien poco. Solo necesitaba saber que estaban bien.

Con una inspiración profunda, tomó algo de distancia para mirarlos con su ojo sano. Pero no era buena en eso de guardar distancia cuando se trataba de los niños.

― ¿Estáis bien? ―preguntó juntando su nariz con la de Alexis.

La niña asintió, pero la imagen de Gina corriendo hacia los niños no dejaba de reproducirse en la mente de Kate. Si la arpía esa hubiera alcanzado a los pequeños, si no la hubiera agarrado por el pelo a tiempo...

La opresión en el pecho se acrecentó.

No, no podía pensar en eso. Lo principal en ese momento era calmar a los niños.

Pero cuando levantó la cabeza y vio a Rick, su mundo se vino abajo. El hombre al que amaba la miraba con la boca entre abierta, los ojos vidriosos y las mejillas llenas de lágrimas.

Dios, ¿Rick había llorado y no se había dado cuenta?

― ¿Rick, qué ocurre? ―preguntó.

Él tragó saliva moviendo su nuez de arriba abajo, pestañeó y volvió a tragar.

―Por favor, dime qué te pasa ―rogó ella casi en un hilo de voz―. No lo guardes para ti, dímelo. Por favor.

―Estoy bien ―la voz de él surgió ronca, casi inaudible.

Kate BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora