Capítulo 11: La magia existe (parte 2)

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―Esto es una locura ―dijo Tim desde la puerta del taller

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―Esto es una locura ―dijo Tim desde la puerta del taller.

Kate rio ante el comentario. Locura. ¿Cuántas locuras había hecho desde que conocía a Rick? Amenazar a su capitán con dimitir fue una bien gorda, pero debía admitir que aquello, lo que tenía en mente hacer esa vez era, de sobras, mucho peor.

Ella apiló la última lámina de madera sobre la mesa. Se sacudió el serrín de su camiseta de los Yankiees ―esa que ni si quiera se había quitado al salir de casa para ahorrar tiempo―, y miró las tablas con las manos sobre las caderas.

― ¿Katie, me estás escuchando?

―Sé que es una locura ―giró su cabeza para sonreír hacia él―. ¿Pero no es emocionante?

El pobre Tim parpadeo con su pijama a cuadros y su bastón inseparable. Quizás despertarlo a las dos de la mañana para hacerle abrir el taller fue demasiado.

― ¿De verdad piensas hacer esto ―el hombre señaló las tablas de madera con su bastón―, a las tres de la mañana? Mañana debes madrugar para trabajar.

Kate cogió un metro de la desordenada mesa de herramientas, y mientras medía las tablas, sonrió.

―Ese es el plan, sí.

― Katie esto es una locura ―gruñó él a su espalda.

―Decir eso lo hace más emocionante ―rio por respuesta.

― ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi Katie?

La carcajada que ella soltó debió de extrañarlo más aún, porque Tim tocó su hombro para hacerla girar. Kate se dejó voltear con esa sonrisa en los labios que, debía reconocer, últimamente usaba mucho.

Tim ladeó la cabeza y la analizó con la mirada. Alzó su mano arrugada ―la que no sujetaba el bastón― hacia el pelo suelto de ella. Tocó su mejilla, cuyos labios estaban estirados hacia arriba, y la siguió contemplando.

A los quince segundos soltó un sonoro suspiro.

―Entonces, vas a hacer a mano los juguetes de los niños en una semana ―no era una pregunta, Tim estaba usando un tono de afirmación resignado.

―Exacto ―Kate sonrió de lado a lado―. Haré yo misma los juguetes de madera. La idea es dejarlos en su árbol de navidad sin que se enteren. El adorno que le regalé a Rick era de madera también, así que para ellos será como si fuera cosa de los ayudantes de Santa.

Tim bajó la mano, que aún tenía sobre la mejilla de ella, e hizo una mueca.

―Utilizarás el regalo de un Santa Claus falso para que ellos crean en la magia de estas fechas ―concluyó Tim.

―Así es. ¿No es un plan perfecto?

―Es un plan suicida ―rectificó con su característico gruñido hastiado―. ¿Sabes cuánto se tarda en hacer un simple juguete? Y tú no querrás simples juguetes, querrás algo que ellos no olviden ―Kate asintió―. Tienes apenas una semana para hacer cinco y, por si fuera poco, trabajas todos los días. Incluso en navidad ―dio unos pasos alrededor del taller―. Además, ¿cómo sabrás qué quieren los niños?

Kate BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora