Capítulo 14: Vuelta a la realidad

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Kate cerró los ojos para inspirar por la nariz

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Kate cerró los ojos para inspirar por la nariz. Al momento, el olor a tortitas y café recién hecho inundó sus fosas nasales sin causarle dolor en las costillas. Luego volvió a abrir los ojos y sonrió de lado a lado.

<<Si existe el paraíso esto debe estar muy cerca>>, pensó poniendo los codos sobre la mesa de la cocina y la barbilla encima de sus manos.

Y es que Rick estaba en la cocina dando la vuelta a una tortita mientras, con toda la emoción del mundo, explicaba una de las muchas anécdotas de sus hijos. Se veía atractivo. Sí, para ella Rick era apuesto. Pero verlo allí con esa barba incipiente, unos pantalones tejanos ajustados, la parte de arriba de un pijama de Batman y su pelo peinado con un par de mechones rebeldes en el flequillo, la hacía querer suspirar como una quinceañera enamorada. Bueno, en realidad ya llevaba un buen rato suspirando.

―Me alegro de que estemos recuperados. Hoy te vas y los niños al fin podrán verte―volvió a suspirar ella―. Pero creo que echaré de menos tus desayunos.

Rick giró la cabeza para mirarla con una sonrisa de niño de cinco años. Por eso, antes de que él hablara Kate ya sabía que iba a bromear.

― ¿Y mis chocotillas? Reconoce que son obra de un chef profesional ―se palmeó el símbolo de Batman que tenía en el pecho.

Kate hizo una mueca que terminó en una sonrisa mal disimulada. Pero es que no podía evitar tener ganas de reír. Llevaban cinco días allí. Al tercero Rick decidió celebrar que ya estaban un poco mejor haciendo, como él lo llamaba, sus famosas chocotillas. Es decir; chocolate con tortilla. Y la verdad es que a pesar de que la mezcla era rara y nada apetecible, a ella le gustó. Aunque no tuvo intención de reconocerlo en aquel entonces. Pero al ver la cara emocionada del escritor terminó confesando que no sabían nada mal. Tienen su punto de gracia. Fue lo que dijo Kate. Suficiente para que él le recordara el gran chef que era todos los días con esa jovialidad de niño pequeño que ella tanto amaba.

―Tus chocotillas no son para paladares delicados.

―Eso es cierto, mis padres las temen y mis tíos las catalogan como mata ratas ―Kate rio―. No tiene gracia. Gracias a eso no me dejan hacer mis creaciones ―hizo una mueca antes de moverse con familiaridad por la cocina. Abrió un armario y sacó un par de platos verdes―. Pero tranquila, te haré chocotillas cuando tú quieras. Tengo que mantener contenta a mi musa, ¿cierto?

Ella agradeció el hecho de tener las manos sujetando su propia barbilla, porque así pudo tapar con disimulo las mejillas rojizas, que se intensificaron ante la mirada de él. ¿Por qué la palabra mi musa salida de su boca sonaba tan bien?

Kate se acomodó en el taburete.

―No creo que sea un alimento muy saludable, pero gracias.

Rick colocó las tortitas en dos platos, le acercó uno a Kate con un vaso de café y colocó el otro plato al lado de ella. Pero no se sentó con ella. No, él se quedó de pie con un puchero en la boca y los ojos de corderito abandonado.

Kate BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora