III. Lazo de niños

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Muy temprano el sábado, que no era día de escuela, André antes de salir de casa, fue a la habitación de su madre, la encontró profundamente dormida, le observó detenidamente el rostro, estaba más pálido de lo normal, su respiración era muy lenta, no pasaba de los cuarenta años y su cabello era canoso cual de una anciana; había adelgazado muchísimo en las últimas semanas. André se inclinó sobre la cabeza de su madre y con un beso en la mejilla se despidió; la escena fue algo inquietante, André sintió en el ambiente un gélido viento, dio media vuelta y se marchó.

André fue en busca de Candry, quien vivía no muy lejos de André, en una zona dónde las pequeñas casas están muy juntas unas de otras, y un camino hecho de asfalto cerca de esta manzana, lo mostraba como uno de los barrios más prósperos para ese valle. Ni siquiera era necesario que Candry pidiera permiso para salir con André, pues vivía sola con su abuela y muy lejos de sus padres, y aquella señora viejecita conocía muy bien al pequeño André y de la gran amistad que este llevaba con su nieta. André llevó a Candry a las colinas tranquilas, caminaron de la mano sin decir nada hasta llegar al lugar, la química inocente entre ellos era tan especial, que Candry notaba sin indagación una angustia disimulada en André, sabía que no era necesario preguntar algo en el trayecto, pues confiaba en que él se lo diría por si solo cuando llegasen, hasta los silencios se podían disfrutar entre ambos.

Al llegar a las colinas, y sentir el frío viento refrescándoles el cuerpo a ambos, André tomó un largo respiro y con su conversación clara y directa que los caracterizaba, se sentaron frente a frente en el cómodo pasto; André le comunicó:

- Ya no iré más a la escuela.

- ¿Por qué ya no irás? – preguntó Candry confundida.

- Por Carlos... por su culpa me expulsaron.

- ¿Qué pasó?

- No tiene importancia – respondió André con desagrado por el recuerdo.

- ¿Lo sabe tu mamá?

- ¿Crees que deba decírselo? - preguntó André con tono sarcástico.

- Tienes razón – sonrió levemente Candry – no le digas nada... pero ¿qué harás entonces?

- Nada.

- ¿En serio?... - haciendo una pausa larga - ...o bueno, creo que realmente no importa mucho que faltes el tiempo que resta.

- Exacto – afirmó André.

- ¿Qué harás ahora?

- Ya te dije que nada, o no me estás escuchando – replicó André.

- ¡Me refiero a tu trabajo! – aclaró Candry - ¿Acaso trabajarás más tiempo?

André hizo una pausa larga, y haciendo memoria por lo mal que le fue el día de ayer, eludió el tema por completo, ya no quería hablar más de ello, no le mencionó a Candry el hecho que había sido despedido y ahora no sabía qué hacer o a quién acudir, trataba de no entrar en desesperación; el día de ayer no había llevado las seis monedas que obtenía diario, pero como encontró a su madre dormida, no le había dado su medicina diaria y ninguno de los dos había cenado, tampoco había desayunado, pero sí había dejado pan de anteayer para su madre quién tampoco comía mucho, pues el apetito lo había perdido desde tiempo atrás. André sugirió una idea...

- Oye, se me ocurre algo mejor sabes...

- ¿Qué cosa?

André dio un toque en el hombro de Candry y salió corriendo, Candry sabía que era el llamado del juego favorito de André, pues él era más rápido, el juego duraba hasta que ella se cansara y hartara de no atraparlo, entonces cambiaban de juego al escondite en el frondoso bosque de al lado, el cual era el juego preferido de Candry. Ambos se pasaron todo el día jugando sin importarles estar muy agotados, de vez en cuando iban a beber agua del río, y si tenían hambre pasarían por la casa de Candry a comer algún pequeño bocadillo, André guardaba algún sobrante de estos en el bolsillo para llevárselo más tarde a su madre. Así pasaron André y Candry todo el día, fue un día muy cansado revestido de diversión; el sol poco a poco se iba ocultando, la puesta en ese momento estaba siendo hermosa, el cielo muy naranja, Candry sugirió muy alegre ir a la colina alta de ese valle dónde se podía contemplar todo el gran río, era una de las mejores vistas del lugar. Después de correr al lugar por dos minutos, llegaron sin aire, pero el cielo aun anaranjado y el viento puro refrescándoles todo el rostro los hacía recomponerse por completo, el ambiente muy imponente del lugar, los hacía sentirse tan altos como una montaña, ambos se sentaron casi al borde de la colina sin tener la mínima precaución; estando sentados, Candry dijo con una voz muy suave...

- ¿Por qué no me dices qué ocurre?

- ¿Qué? – dijo André confundido.

- Te pregunto por qué no me dices que es lo que te ocurre.

- ¿Por qué debería ocurrirme algo?

- Te conozco... me doy cuenta de algunas cosas...

- Dime qué te hace pensar así – dijo André.

- Hoy en la tarde, no corrías tan rápido como siempre lo haces, creo que te pude haber alcanzado en varias ocasiones... aun así eres rápido... - Candry decía esto con la mirada fija a la puesta del sol - ...y fue muy fácil encontrarte en el bosque, ni siquiera tenías la mente clara donde esconderte; siempre te comes todos los bocadillos sin preocuparte nada, y ahora los guardas... - Candry puso la mirada fija en André – dime ahora qué es lo que te ocurre, ¿qué ha pasado?

- Ah... - hubo una pausa muy larga, André estaba mudo por la fina deducción de Candry, siempre la había subestimado por ser pequeña - ... yo no sé qué decir... - ahora se daba cuenta de lo bien que Candry lo conocía, el tiempo no había pasado en vano - ... no sé qué hacer...

- Me preocupo por ti... y si te cuesta decirlo, debe ser algo muy importante...

André recordó a su madre en ese momento y sin poder esforzarse más, una lágrima le recorrió la mejilla; Candry lo miró fijamente, le secó la lágrima con su faldón que le cubría hasta el calzado, entonces ella se puso de pie, y muy cerca del filo y al costado de André, comenzó a bailar torpemente, tomaba sus cabellos con ambas manos y los sacudía de un lado a otro, sacaba la lengua y ponía rostros graciosos; una gran sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el rostro de André, y luego la sonrisa pasó a grandes carcajadas. Así se la pasó bailando Candry un momento más, pues sabía que los mejores actos de ánimos hacia una persona, no eran precisamente las sabias palabras o los consejos más rebuscados, hacer sonreír era de hábiles, pero hacer reír, era de personas valiosas que más se necesitaban en la vida...

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Más allá de la Vida // (1ra Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora