X. Sentencia de la naturaleza

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André sintió un fuerte golpe, lo suficientemente fuerte como para permanecer recostado en el suelo sin poder levantarse por el dolor que lo aquejaba, mas no se hallaba lastimado de gravedad, no derramaba sangre alguna y ni un solo hueso se encontraba roto ni fuera de su lugar; ahí recostado boca abajo André alzó la mirada, pues vislumbraba una figura alejarse un tanto de él; recobrando poco a poco la visión, observó que se trataba de Carlos quién ahora estaba de pie, caminaba con una gran lentitud y timidez aproximándose a la orilla como si tuviese la orden de hacerlo, juntaba las manos y jugaba con sus dedos cuál si fuese el niño pequeño que actuaría con normalidad cuando se le es reprendido. André, que aún permanecía tirado en el suelo; solo oía un fuerte zumbido en su cabeza que no le permitió escuchar el sonido del gran barco aproximarse a toda velocidad; este frenó de golpe justo frente a Carlos, y de este se formaron las mismas escaleras que André ya había visto antes; pero de este no descendió el viejo mayordomo que André imaginaba ver, sino un hombre de faz amargada, vestido de prendas blancas y sudadas, parecía ser un sirviente cansado de la nave, este hombre, sin dirigir su vista a cualquier otro objetivo que no fuese Carlos, con una gran voz de mando le gritó y exigió al niño que subiese de una vez; Carlos quien parecía no estar confundido ni nada, acató la orden sin peros; al contrario, parecía saber con certeza lo que le deparaba. El hombre amargado y Carlos subieron al barco; las escaleras se levantaron y el crucero partió; André no fue llamado y mientras aún permanecía en el suelo y su dolor desvaneciéndose de a pocos, estaba aliviado pero a la vez, nuevamente harto y confundido de pensar en por qué sucedió algo diferente esta vez... "Finalmente... lo logré, Carlos ahora está donde debería... pero ¿quién era ese señor?... ¿será otro mayordomo?, pero esa no es la forma de tratar... y ¿Qué sigo habiendo yo aquí?... ¿sobreviví?..." Sin previo aviso André, quien ya se estaba reponiendo del dolor y casi a punto de levantarse, sintió un gran cansancio que lo hizo estrellarse de cara contra el suelo y perder la conciencia.

Despertando poco a poco, pero sin sentir los ojos abrir, André observaba desde un lugar muy alto y distinto a cualquier lugar que hallase visitado antes; no era el valle, de eso estaba seguro; era de día, el cielo estaba despejado y de un color celeste muy vibrante, el sol en lo más alto convertía el día en uno muy agradable; frente a él no se hallaba un río, sino un lago; era la primera vez que veía uno; más allá del lago observaba unas montañas muy altas, pero desde el lugar dónde él se encontraba, las veía por debajo, casi podía sentir las nubes muy cerca de él. André recobrando el sentido común lentamente, se dio cuenta que no podía moverse, ni siquiera sentía el cuerpo, con la mirada fija en una sola dirección la cual era el horizonte, trataba de sentir sus brazos y piernas para así descender de ese lugar, pero de pronto, la ironía en su punto más alto llegó a él: André era una gran montaña, muy alta, empinada y firme situada junto al lago. La reacción de André se resumió en una carcajada indicando que esto ya barría entre lo inverosímil y lo ridículo; sin duda alguna la vida se había confundido en el sermón que se le pretendía dar; era eso o la locura se había ensañado con él. André ya acostumbrado a los pasajes especiales que se le iban apareciendo, tales como un barco que simbolizaba el paraíso de los arrepentidos; un mensaje único provocado por el deseo de una estrella fugaz; decidir por la muerte de quien siempre consideró el niño más repudiable de todos; finalmente había llegado a su vida: ser una montaña.

La ironía de ser lo que era, no le permitía a André admirar la bella vista que tenía en frente, y sin mucho que poder hacer, salvo implorar al cielo una pronta explicación de lo sucedido, no lograba darse cuenta de lo delicado que había sido el haber provocado la muerte de Carlos. De pronto, André sintió unos pasos suaves caminando por detrás y en lo más alto de su propia superficie, estos se iban sintiendo más cerca de la cima; luego de llegar a su punto más alto, esa persona se detuvo, seguramente para contemplar la vista del lugar, pero se hallaba fuera de la vista de André, este último no alcanzaba a verlo, y antes de que se atreviese a preguntarle quién era, el hombre empezó a hablar sin más...

Más allá de la Vida // (1ra Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora