II. Sin oposición

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Ya era viernes, y con los primeros rayos del sol atravesando las hileras de las paredes del cuarto de André, este se despertó, tomó un baño de agua fría, dio un beso de despedida a su madre y sin tomar desayuno marchó rumbo a la escuela, trayecto que siempre le tomaba alrededor de veinte minutos.

La escuela no era precisamente el lugar que él añoraba, él no era el más aplicado de la clase, tampoco el más simpatizante; las seis horas que André permanecía ahí sentado en una inestable banca de madera con el pecho recostado sobre el filo del pupitre, muy aparte de las lecciones del profesor, tenía que soportar las burlas y comentarios crueles de todos los niños de su alrededor acerca del paradero de su padre, del trabajo que André llevaba, de su pobreza "más resaltante", de su "mala vida suerte".

Candry se encontraba en la misma escuela (obviamente) pero en el salón de al lado; los comentarios acerca de la "fuerte amistad" entre André y ella, era lo único que no le molestaba, pero lo hacía sonrojar tanto, que llegaba un punto en que sus mejillas se volvían tan coloradas como un tomate; mas nadie dejaba pasar todos estos detalles tanto como Carlos.

Carlos era un niño alto y gordo de once años, de cabello casi rapado, casi siempre oliendo a sudor, muy grosero con todos, de malos hábitos y muy travieso, tanto que sus travesuras llegaban a ser maldades muy bien intencionadas. Carlos había tomado a André como su centro de burlas preferido, e incluso llegaba a lo físico propinándole fuertes palmadas en la espalda o en la nuca cuando este se encontraba desatento; pero ese viernes, mientras el profesor se encontraba fuera del aula, Carlos cruzó un límite que para todos estaba prohibido.

La madre de Carlos era amiga muy cercana de las enfermeras de la posta médica que se encargaban de venderle las medicinas a André para su madre, estas señoras se habían enterado por boca del mismo André que su madre no mejoraba, y su estado cada día no era alentador.

Enterado de esto seguramente por su propia madre, Carlos exclamó a toda voz en plena clase "¡Extra, extra! ¡Andresito se nos queda huérfano! ¡Extra, extra! ¡Andresito se queda solito!"; la risa de todos en el salón por dichos comentarios fue abrumadora, seguido de todas las miradas apuntando hacia donde André se encontraba; tal vez fue la idea de solo mencionar a su madre, o el anuncio más frío del destino que le esperaba, que André se puso de pie, y corriendo hacia donde Carlos se hallaba sentado, lo tumbó de su asiento y ya derribados en el piso, André empezó a propinarle débiles bofetadas a Carlos en el pecho y el rostro, a la vez que este último sorprendido, lograba evitar y resistir varios de esos golpes.

Los gritos de toda la clase exclamando pelea, alertaron al profesor, quien al llegar, sin mucho esfuerzo logró tomar a André por el pecho y separarlo de Carlos; el maestro sin pedir explicaciones, creyó haber visto todo muy claro: André había agredido a Carlos aplicando violencia física ante una burla que él mismo ignoraba. Puesto que en la escuela no se regían por ministerios, ni directores de altos cargos, la decisión del maestro en compañía de su colega fue unánime, sencilla e irreparable, expulsar a André por su indisciplina, y hacer perderle a este los cinco meses restantes de escuela que le quedaban.

Con la cabeza gacha y una pequeña lágrima recorriéndole la mejilla por la vergüenza e impotencia que sentía, André se retiró del lugar y tomó rumbo a las colinas dónde solía pasar el tiempo con Candry, pero esta vez sin ella.

André se hallaba ahora recostado en el verde pasto; vestía una camisa sucia celeste remangada, un pantalón holgado oscuro, y unas sandalias viejas que portaba desde los seis. Meditando la situación por la que pasaba ahora, pensaba en no decirle nada a su madre acerca de lo ocurrido, además, este pequeño era de los muchos que tenían la firme creencia de que la escuela en ese lugar no era para nada importante, continuar asistiendo o no, no alteraría su vida para nada, por el contrario, pensaba en que ahora tenía más horas disponibles en las que podría emplear para trabajar, y así tratar de conseguir más dinero para él y su madre.

Después de tres horas meditando, André se dirigió a su trabajo habitual. Al llegar al campo de labrado, saludó a sus tres ancianos jefes que se encargaban de darle los pequeños sacos de semillas listas para ser sembradas en los caminos señalados; estos hombres siempre habían mantenido una actitud recta con él, y la amabilidad en ellos no eran sus mejores cualidades; mantenían vago conocimiento sobre la situación por la que André pasaba, pero creían que el pago de seis monedas diarias lo recompensaban muy bien.

Caminando siempre encorvado, André iba depositando las semillas del maíz en los orificios señalizados en la tierra; cuando de pronto notó que habían traído al lugar del trabajo, unas carretas llenas de fruta, pero al parecer estas irían a parar pronto a otro lado.

André no quiso perder la oportunidad de llevar algo de fruta a casa; al mirar a todos lados, observó aparentemente, que no había nadie cerca, fue entonces con disimulo hasta la pequeña caseta dónde se guardaban costalillos vacíos, tomó uno, y acercándose a uno de los carretones, empezó a cargar el costal con todo tipo de fruta que encontrase; una vez finalizado su pillaje, amarró muy bien el costalillo y lo escondió detrás de un gran arbusto algo lejos de la zona de arado; luego André volvió al trabajo.

Ya en la noche, luego de terminar el deber, ya muy cansado, André notó que sus jefes se hallaban discutiendo con un joven trabajador, le estaban llamando "estafador" a dicho muchacho; André se dio cuenta que la discusión era provocada por la carga de fruta, que claramente no estaba completa:

- Por favor revisen bien, la carga fue contada y estaba completa - suplicaba el joven.

- Deberían ser sesenta y dos kilos de fruta - exclamaba furioso uno de los ancianos - y solo hay cincuenta y cinco.

- Haremos saber de esto a todos - dijo amenazante otro de los ancianos - para que vean que clase de estafadores son tú y los que están a cargo de esto.

- Ya les dije que la carga estaba completa - continuaba insistiendo el joven - por favor, me meteré en problemas con mis patrones.

André, dándose cuenta de lo cobarde que sería huir sin decir nada, buscó el saco sin pensarlo más y lo llevó hasta donde sus jefes y el joven discutían, no creyó que algún tercero además de sus patrones se vería afectado, y admitió ser él quien tomó la fruta que faltaba, explicó que lo hizo por necesidad, que ellos ya sabían la situación por la que atravesaba y acerca de cómo estaba su madre, pidió que lo disculpasen y prometió no volver hacerlo; dos de los ancianos empezaron a apiadarse, lamentablemente el tercero logró ampliar más su vista y percatarse de algún detalle que todos ignoraban:

- Aguarda un momento André - dijo el tercer anciano - si fuiste tú el que tomó la carga sin permiso, ¿qué me dices de los otros días?

- No comprendo señor - dijo André confundido.

- Te has dado cuenta que últimamente ha estado faltando maíz y menestras - dijo el anciano con total seriedad - ¿acaso sabes algo de eso?

- Ah... no sé... señor, no sé... - titubeaba André.

- ¿Estás seguro? - preguntó otro de los jefes.

Viéndose acorralado, André no negó más y admitió también haber estado tomando los alimentos que no le pertenecían sin decir nada, ni siquiera tuvo fuerzas de levantar el rostro y decirlo de frente; un simple "ve y no vuelvas" de uno de los señores, dio por culminada la tarea del pequeño en ese lugar.

Una vez más, con la cabeza gacha, André fue a casa pensando en que hoy no fue su día y en qué es lo qué haría mañana. Al llegar a casa, encontró a su madre dormida, le dio un beso en la frente y se fue a dormir; decidiendo ya en cama en que no le diría nada de lo ocurrido a su madre.

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Más allá de la Vida // (1ra Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora