VII. Lección y sermón

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Tras seis largos meses desde el accidente de Carlos que había marcado el inicio de una vida sacrificada para André; este último, habiendo rogado con insistencia a los ancianos agricultores sin darles muchos detalles del porqué, más que la pérdida de su madre, se le había devuelto su trabajo pero con mucha desconfianza y vigilancia; la misma paga y el mismo tiempo de trabajo. André utilizaba todo el dinero que ganaba para las medicinas y alimentos de Carlos, cuyos padres le retribuían mínimamente con tres comidas al día; pero el comportamiento y actitud de Carlos para con André, no hacía de la situación un trabajo tolerable; con razones justificables, Carlos ya no asistía más a la escuela, se había convertido en un ser malhumorado y rencoroso, maldecía a André con total libertad en frente de quien fuese, lo llamaba de ahora en más su "esclavito personal"; André con mucha fuerza trataba de no derramar lágrimas de rabia y soledad cada tarde de regreso del trabajo a la casa de los padres de Carlos, en la que ahora vivía. Los padres de Carlos, quienes tenían una postura igual de rencorosa e intolerante con André, nunca le pusieron una mano encima, el poder de repudio de sus palabras hacia el pequeño era más que suficiente para demostrarle lo despreciable que resultaba para ellos su existir; estos también habían hecho actividad casi diaria para André, llevar a su hijo a dar una "vuelta" por el valle en los atardeceres oscuros, momento del día en que la mayoría de personas en el valle ya se encontraban en sus casas; ni André ni Carlos disfrutaban de este "paseo", pues para André solo era un irritable momento de seguir escuchando los insultos de Carlos, y este otro no toleraba la vergüenza que le producía ser observado por las personas con las que se cruzaba, a veces fijamente, otras veces de reojo, es por esto último que dichos paseos tomaban solo unos diez minutos.

Un día en casa de Carlos en que André debía llevarlo a dar su paseo rutinario, Carlos le pidió para sorpresa de André lo siguiente:

- Tomemos otro camino esta vez - dijo Carlos con calma y un tono muy serio.

- ¿Y a dónde quieres ir? - dijo André suspirando de cansancio.

- Vamos a esa colina... imagino que sabes a cuál me refiero.

- ¿A esa colina? - preguntó con duda André.

- Esclavito, ¿te está fallando la memoria o te estás volviendo más idiota de lo normal? - la calma de Carlos se desvanecía mientras en un tono más fuerte exclamó - ¡Sí, a esa colina imbécil! ¿Quieres que te haga recordar huérfano?

Los padres de Carlos lograron escucharlo exaltado, se presentaron a la habitación donde se hallaban ambos, y la madre preguntó...

- Pero ¿qué está ocurriendo hijo?

- ¿Acaso André no quiere hacer algo? - intervino también el padre.

- No es nada... solo quiero ir a un lugar y trataba de explicarle a este "esclavito" cómo llegar - respondió Carlos camuflando su exaltación.

- Bueno pues no pierdas el tiempo muchacho y haz lo que te pide Carlos - le dijo el padre a André.

André asintió, tomó la silla de ruedas y llevó a Carlos hasta el dichoso lugar; ninguno decía nada en todo el trayecto, André miraba disimuladamente desde el respaldar de Carlos la postura de este sin poder observar su rostro y lo que este reflejaría. Al llegar al lugar, Carlos obligó a André a que ambos se situasen cerca del borde de la gran colina como la vez pasada, solo que esta vez ambos mirasen la gran vista que dicha colina ofrecía; no se podía negar, la imagen del valle era hermosa, el sol ocultándose tras las montañas a lo lejos, hacían descansar a cualquiera de toda carga sobre los hombros.

André se encontraba contemplando el paisaje, pero la compañía a su lado no complementaba la sensación necesaria para sentir la paz interior; sin mucho que temer o perder, André se atrevió a preguntarle...

Más allá de la Vida // (1ra Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora