VI. Provocando a la bestia

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Esa misma tarde, André fue en busca de Carlos, tomó rumbo al extremo opuesto del valle de donde se ubicaba su propia casa, hacia un lugar con las casonas de valor un poco más sobresalientes de todo el valle, y al llegar, notó que de todo el suelo verde de ese lugar, justo en el centro de esa zona había un piso de concreto que se utilizaba como patio de deporte, ahí solo, se encontraba Carlos pateando un balón de trapo, era el momento perfecto para André, nadie interrumpiría su plan; este último se acercó a unos diez pies de distancia de Carlos, y lanzó de su boca un intento de insulto mezclado a su vez con disculpas, una combinación que daba como fruto una serie de oraciones con una matiz completamente ridícula...

- ¡Oye Carlos! - fue el primer llamado de André, Carlos lo escuchó fuerte y claro - ¡siempre me pareciste un idiota!... ¡discúlpame, pero sí... eres un idiota Carlos!... lo que escuchas... ¡eres un pobre gordo tarado! - las palabras de André hacían girar la cabeza de Carlos de un lado a otro quien no lograba recibir la ofensa esperada - ¡y tu madre... es completamente horrible e igual de imbécil que tú Carlos!... pero ¡discúlpame con tu madre!... pero es cierto...

Las palabras de André y su propósito fueron tan desatinados que no lograron ofender a Carlos en lo absoluto, todo lo contrario, Carlos sin sentir culpa alguna, soltó carcajadas tan escandalosas que retumbaban en ecos en todo la arboleda cerca; esta risa sonante de burla fue el insulto que sí logró ofender a André quien entró en un diminuto llanto que trató de retener, lo que sí no pudo controlar fue su desesperación por no ver su plan rindiendo el resultado que esperaba; sin dudarlo más, André fue hasta un Carlos distraído por su propia risa, y ya cerca de él, con un pie veloz le propinó un puntapié en la espinilla de Carlos quien cayó de rodillas al suelo e hizo soltar un grito seco por el agudo dolor. Con Carlos arrodillado frente a André, la imagen de humillación resentida por Carlos, le hizo despertar un demonio encolerizado; levantando el rostro hacia André, y clavándole la mirada fijamente en sus ojos llorosos, susurró... "ya estás muerto huérfano".

André no esperó mucho y reaccionó rápidamente para continuar en marcha su plan inicial, esa era la reacción que había esperado en Carlos. André huyó a toda prisa del lugar y empezó a correr con todo su aliento y fuerzas, directo hasta la colina, al mismo tiempo que era perseguido por Carlos. La persecución fue emocionante y riesgosa; mientras André tomaba el bosque como parte del camino para llegar hasta la colina, tropezó con una gran raíz, se sobrepuso y continuó su marcha a toda velocidad; Carlos quien era un niño muy gordo, no se quedaba atrás, no corría a la misma velocidad que André, pero a paso firme y fuerte, casi logró atraparlo en tres ocasiones antes de que la persecución acabase.

Tras unos agotadores trece minutos de huida, André llegó hasta la parte más alta de la colina y se paró justo al borde del precipicio; por un lado se le aproximaba Carlos cual si fuese su depredador decidido a desquitársele, y por el otro lado, estaba el gran abismo cuyo final era el río. Carlos finalmente llegó a donde se encontraba André, este último quien apenas se podía sostener de pie por lo exhausto, era un completo manojo de nervios y ansiedades, pero estaba con la mirada puesta en su depredador, y con el cuerpo equilibrándose para no caer por su cuenta sino esperando a ser empujado por el mismo Carlos, quien ya de plano parecía estar dispuesto a realizar dicha añoranza. Carlos, quien ya estaba a pocos pasos de André, también agotadísimo y cuyo sudor de su frente lo hacía parecer un monstruo salido del río, fue hacia donde estaba su víctima acorralada, y para desgracia de este, Carlos no lo empujó como lo creyó, sino que lo tomó del brazo fuertemente con ambos, y sin dejarlo escapar, Carlos con una moneda superior, empezó a propinarle patada tras patada en las flacuchas piernas de André quien empezó a gritar de manera alarmante por el dolor insoportable; André sin poder reaccionar lo suficientemente rápido, no podía esquivarlos pues estaba bien sujeto por Carlos, empezó a dar tirones fuertes de sus brazos para zafarse e inútilmente lo lograba; miraba de reojo a su agresor y observaba detenidamente en su rostro, una furia placentera de desahogo; en un último y agotador intento de acabar con su penitencia, dio el más fuerte tirón de Carlos, quien con todo el peso inestable, fue directo al abismo, solo. André asustado observó desde lo alto el cuerpo de Carlos desplomar y tenderse en la orilla del río.

André, tomó el mismo camino de descenso que tomó el día que Candry cayó hasta donde se hallaba el cuerpo de Carlos, este se hallaba desangrándose en el lugar; lamentablemente para todos, Carlos había caído de espaldas sobre una pequeña roca saliente del suelo, y había golpeado directamente a la altura de su cadera. André pidió auxilio a unos señores quienes se encontraban no muy lejos del lugar, estos se aterraron ante la imagen de Carlos accidentado; uno de los hombres pudo notar que Carlos aun respiraba, lo llevaron con mucho cuidado en una vieja carroza hasta la única posta médica del valle; fue atendido por las mismas ancianas que se encargaban del cuidado de la madre de André, estas limpiaron sus heridas, y con el encargo del único veterano de la medicina en el lugar, fue de alguna manera operado Carlos.

Las enfermeras de la posta conocían a Carlos por su madre quien era una mujer muy allegada a estas, con mucha prisa dieron el conocimiento de lo sucedido a los padres de Carlos, quienes con la seguridad de que su hijo no tuviese la culpa, no esperaron para hallar a un responsable; las personas que trajeron a Carlos al lugar, señalaron a André como el conocedor de lo sucedido; este último no pudo callar nada y sin siquiera intentar excusarse, admitió y asumió toda responsabilidad. Tres días después del accidente, Carlos recobró la conciencia y a la vez, una gran depresión tras enterarse que de ahora en más no volvería a reponerse de una rústica silla de ruedas.

Los padres de Carlos, enardecidos de rencor contra André, no les interesaron saber del estado de este ni de su huerfanidad, y cediéndole toda la responsabilidad, le encargaron ser sirviente de su hijo, y trabajar de aquí en más para colaborar en todo gasto que requiriese Carlos. André no se opuso en nada, pues tratando de ver todo con claridad y realismo, veía en esta situación un vía crucis que daría como fin, un mérito lo bastante grande como para ser digno algún día, de navegar en ese irónico paraíso flotante.

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Más allá de la Vida // (1ra Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora