En un valle muy alejado de lo urbano, con un ambiente muy frío, donde lo único que la vista alcanza a ver, es a la vida obligándonos a contemplar lo verde de la naturaleza; caminos hechos de piedra marcan un sendero indicando: padres al labrado y pequeños a una escuela que no prometía un futuro alentador.
Pero de entre esas doscientas personas que conformaban el paupérrimo pueblo de este valle, se encontraba un muchachito nada especial para cualquiera, un niño que podría perderse entre la multitud si de gracia hablamos, su nombre era André: un pequeño de diez años, minúsculo y flaquito al que la vida siempre puso a prueba, hijo único de una familia que siempre mantuvo bajos recursos.
Cuando tenía sólo siete años, su padre partió fuera del valle rumbo a un mejor trabajo y así ofrecer a su esposa e hijo una esperanza de mejorar sus vidas; pero había pasado ya más de tres años desde entonces y ni André ni su madre sabían algo acerca de él, ni de su salud ni de su paradero; en el pueblo, los rumores y chismes vuelan, el más escalofriante de todos, era oír que el padre de André había muerto en un accidente saliendo del valle.
En este valle alejado de toda ciudad moderna, las noticias externas no llegaban fácilmente, era una serranía perdida habitada en su mayoría por ignorantes y analfabetas, donde predominaba el trabajo rudo. Pero desde hace mucho antes, cuando André tenía solo cuatro años de edad, su madre había desarrollado una rara enfermedad al corazón; ella desde entonces no podía realizar trabajos que exigieran esfuerzo, no era lo correcto para su bienestar, así que desde la partida del padre de André, este último era el sustento familiar, y su pequeña casita de madera era el guardavidas para este y su madre.
André había trabajado desde entonces para unos veteranos del valle en el arado de sus tierras, lo hacía seis días a la semana, librándose el domingo que era un día respetable y sagrado para todos en el lugar. El pequeño realizaba este trabajo por seis horas diarias, siempre después de llegar de la escuela a cambio de seis monedas de cobre, con el cual alcanzaba para pan, leche y la inútil medicina para su madre, la cual no daba mejoras en su salud.
El valle tenía una pequeña posta médica, sin brillantes médicos, sólo ancianas que fingían ser enfermeras farmacéuticas, que experimentaban con los pacientes brindándoles medicinas de procedencia dudosa, una de estas pacientes era la madre de André.
Como el sueldo de este, no alcanzaba para gastos extras, había empezado a robarle los alimentos que él mismo cosechaba para sus ancianos jefes, esta era la única forma de llevar otro tipo de alimento a casa para su madre.
Los domingos eran sus momentos favoritos, no había escuela, ni trabajo, pero sí una misa nocturna en una inmensa iglesia donde asistían casi todos en el valle, a la cual la madre de André no podía ir, pero encomendaba siempre a su hijo asistir, algo que este desobedecía deliberadamente pero sin que su madre lo supiese; en lugar de eso, André aprovechaba en ir a las colinas cerca del gran río solitario del pueblo, cuyo ancho lo hacía parecer un extenso lago; estas colinas que casi formaban un acantilado, se hallaban alejadas de las chozas del valle, en una zona donde el prado era muy llano y verde.
A él lo acompañaba su inseparable amiga de toda la vida, una pequeña niña de su misma edad pero menor que él, de sentimientos puros, con una sencillez y ternura que encantaban a todos, pequeña y flaquita al igual que André, pero de ojitos negros que transmitían tranquilidad; el soler ir de la mano con André por todos los lugares del valle había formado un cariño disimulado entre ambos, la sensación de estar siempre juntos había logrado que ninguno sintiera la necesidad de declararlo, pues en este par las palabras sobraban; su nombre era Candry.
Cada domingo, si no se encontraban jugando al escondite en el bosque o corriendo por la orilla del río, pasaban horas recostados en el verde campo admirando el cielo incontaminado, contando estrellas sin fin, esto último era la actividad más común entre ellos, era el momento en que André sentía finalmente la gran paz consigo mismo, lamentablemente, esto sólo duraba lo mismo que dura un anochecer.
Observando el cielo oscuro lleno de perlitas brillantes, André juraba sentir llamados y reclamos desde lo más alejado del universo, sentía vientos fríos recorrerle todo el rostro; cada lluvia en ese valle, no era simple agua siendo devuelta a la tierra, para él era el claro llanto de la vida. El constante clima frío, las nubes grises, y las típicas lluvias en aquel lugar, aclamaban un nostálgico ambiente, pero este era el tipo de entornos a los que André, la vida lo había acostumbrado, pues en esas gotas de agua sentía reflejado cada lágrima derramada por su madre entre semana por el recuerdo de su esposo aparentemente muerto y una enfermedad que la aprisionaba en casa.
Existía una escuela a la que André asistía, la única escuela del lugar, sitio en donde se aglomeraban alrededor de cincuenta niños y sólo dos maestros, no había más que dos aulas, y un gran patio trasero con escasos atractivos en sus breves minutos de receso; no había grados que los separase, todos aprendían por igual sus ciencias atrasadas, historia y cultura sencillas, y matemáticas que no pasaban de las cuatro operaciones; sólo asistían a clases desde los seis años hasta cumplir los once, pues la misma cultura e idiosincrasia del pueblo sabían que todos estaban destinados a una vida del campo.
Iniciando un viernes, todo cambiaría para André.
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Más allá de la Vida // (1ra Parte)
FantasiNarra las trágicas adversidades de un pequeño diez-añero llamado André, quien lleva una vida de campo junto a su madre en un aislado valle. Tras una lluvia continua de tragedias en el que llega a perderlo todo, descubrirá junto con ello un hecho t...