Son las cuatro de la mañana, mi reloj despertador nunca falla y aun si quisiera descomponerse eso no sería impedimento para comenzar un nuevo día.
Me asomo por la ventana, el sol ni siquiera ha salido, y el alumbrado público parpadea hasta apagarse por completo.
Mi nombre es Diana Sullivan, soy una chica de dieciséis años que se levanta más temprano que todos sólo para tocar el violín, beber café y dibujar margaritas; son mis flores favoritas, siempre las dibujo sobre papel de banana.
Soy la típica adolescente y a la vez no lo soy, la verdad prefiero definirme a mí misma como “La invisible del violín”
Invisible porque así me siento en la secundaria Owen de Ciudad Loto; ahí curso mi cuarto año, y en el tiempo que he estudiado allí, nadie ha notado mi presencia, nadie me dirige la palabra.
Es como si fuera un fantasma, rara vez la profesora de historia me hace pasar al frente, y cuando lo hago leo unos cuantos párrafos, y enseguida vuelvo a mi pupitre, en ese momento ni uno solo de mis compañeros de clase presta atención a lo que digo, ni siquiera se ríen de mí, eso es una ventaja.
Siempre paso desapercibida y al margen de todo lo que sucede en esa secundaria tan cliché.
He sido testigo de como la chica nerd y una de las porristas se jalan el cabello, todo por el capitán del equipo de fútbol americano.
He visto a la misma chica nerd subiendo a la motocicleta de un badboy, al parecer este la hace sentir más libre y la lleva al límite, típico.
También está el playboy que parece modelo de Abercrombie & Fitch, me refiero a ese chico que ha salido con todas las porristas y oculta su relación con la chica menos popular.
Esa misma chica se ausenta por una semana y regresa con un cambio de imagen que de inmediato hace que el playboy y las porristas la acepten en su grupito cliché.
Por esos y otros clichés prefiero ser la invisible, me gusta serlo, me siento cómoda con ello, la principal ventaja es que llevo una vida tranquila, sin dramas.
Ahora, debo decir que a “La invisible” le agregué “del violín” por una dolorosa razón; mi abuela que en paz descanse, ella me regaló mi objeto más preciado, mi violín.
Ella era una gran violinista, de las mejores en su época, y según me contó, su violín la acompañó siempre.
Todavía recuerdo esa madrugada hace cinco años en que mi abuela Joan falleció. Unos minutos antes, cuando el reloj marcaba las 3:50 a.m. yo me encontraba a su lado aún con la esperanza de que ella se recuperara.
Me ordenó que le entregara su enorme bolso, del que sacó un bonito estuche color carmín y de inmediato lo abrió, dentro había un hermoso violín y algunas margaritas ya secas por el paso del tiempo.
Cerró de nuevo el estuche, lo puso en mis manos y me dijo que cuidara de el; ese fue su último regalo para mí.
Antes de morir, ella dijo una frase cuyo significado aún desconozco pero que por siempre atesoraré en mi corazón.
“Detrás de cada regalo se esconde otro regalo”
El reloj marcó las 4:00 a.m. y tras decir esas palabras su mirada se quedó fija. Yo me aferré a mi madre, ambas estábamos devastadas, la abuela Joan se había marchado al cielo.
Siempre la recuerdo, incluso cuando me miro en el espejo… Soy pelirroja y mis ojos son tan azules como el cielo al que ella se ha ido.
Cada madrugada honro su memoria tocando el violín. No soy tan buena con ese instrumento pero hago un buen intento.
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La invisible del violín
Teen FictionDiana Sullivan es la invisible del violín, también es la chica hermosa que no recibe cumplidos cuando sube al autobús; la que ama beber café pero no tiene con quién compartirlo, ella es mucho más de lo que nadie ve, ella disfruta ser invisible. Dos...